Literatura

Un dolor llamado Vallejo

Lee la columna de Julio Barco

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César Vallejo, Versalles, 1929. Foto: Georgette Philipart.

Me gusta Vallejo. Me conmueve. Es un hombre solo hablándole al mundo. Hablándome con el idioma de su corazón. ¿Qué puede importar no ser entendido si el ritmo del interior es luz y verdad? Me piden que hable de Vallejo: ¿qué decir de todo lo que se ha dicho en los últimos sesenta años? Añadir que siento que Vallejo no abandonó jamás la infancia. Él es el niño eterno y triste de nuestras letras. Es el niño que no puede salir de su casa en Santiago de Chuco, donde el amor de sus hermanos y sus padres protegieron su corazón desesperado.

Después, es el joven que se educa con rigor para ser profesor, para educar a los niños del Perú; y del enorme lector, del riguroso estudiante de la literatura del Siglo de Oro, de los clásicos, del Romanticismo y del Dolce Stil Nuovo. Pero Vallejo, como todo gran poeta, tiene un destino. No sabemos si algún Dios trazado, o de una serie de azares razonados, llevaron al autor de Trilce a perder a tantos familiares, padecer la injusta cárcel y vivir en Europa, a salto de mata, como también bajo la gloria de su propio camino.

Vallejo es una forma de decir las cosas. Un lenguaje. Una mente. Un universo perfectamente personal. He ahí su trabajo atroz, su victoria: lograr posicionarse de un discurso tan poblado, donde hay tantas voces, tanta desmesura intertextual y muchos ecos. Sin embargo, Vallejo es la consecuencia de muchas influencias. Por ejemplo, no deja de ser un romántico, es decir, un autor que, frente a la Modernidad, busca un espacio de subjetividad y rebeldía, donde temas como el amor serán medulares (Los heraldos negros) o del absurdo de existir (Trilce).

No olvidemos que la tesis de Vallejo es justamente sobre el Romanticismo en el Perú. Tampoco escapa de la estela del Modernismo, y esto se observa en el uso de palabras inauditas, en la métrica que aplica a su primer libro, e incluso en menciones directas al autor de Azul.  Quizás lo más original de Vallejo es su modo de ubicarse frente a la muerte, dado que es un tema existencial y humano, que huye de cualquier tiempo. Desde sus primeros libros, ya se observa el tema; sin embargo, es en Poemas Humanos donde se rompe todos los límites.

En el poema, Masa, se funda que el hombre podrá vencer a la muerte mediante la unión de todos. Este pensamiento es adelantado, porque nos habla de una utopía: el hombre trabajando por el hombre, no contra el mundo; y haciéndolo, claro, dentro de un terreno imposible: la muerte. Vallejo es el gran poeta de la Vida, porque no deja de ver directamente el problema más grande de vivir: Morir. Pero, como todo poeta que ama la existencia, impone frente a este fin el hecho de no morir porque sí, sin levantar polvo y hacer incendios, sino morir de vida, y no de muerte.

Si la filosofía se torna un discurso frente a la muerte, la poesía es el registro humano que siembra reflexión sobre la vida. La poesía vallejiana, en todas sus aristas, es vitalista y vigorosa, porque nos da un ánimo especial para afrontar aquellos golpes en la vida, que son tan fuertes, yo no sé. La originalidad, flor rara entre las flores raras, iluminó el genio total de este autor que, como todo gran poeta, no solo vino a versificar o escribir versitos sino a cambiar la vida, a revolucionar la mente y dar un vaso de ímpetu al cosmos del ser. Vallejo vive entre nosotros, aunque nos duela aún.

Publicado en la revista delatripa (México, 2023)

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