Opinión

Un chaufa en el Perú o sobre la nueva novela de Julio Barco

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Por Denis Gonzalez

¿Escribo un ensayo, reseña, crítica académica o me dejo llevar por el lenguaje? ¿Cómo respondo a la “novela” corta (muy corta) de Julio Barco? Más que novela pienso que es un ensayo, un manifiesto, una poética, un manual de como ser escritor en el Perú. Pero no en el Perú a secas y jodido, sino, específicamente, en Lima. No en Miraflores, San Isidro, Barranco, por supuesto, sino en esa Lima siempre temida, discriminada, ignorada: El Agustino, San Juan de Lurigancho, Barrios Altos, Rímac. Lima norte, Lima popular, una ciudad alejada de los centros culturales y los poderes fácticos de la literatura. Hay dos formas de ser escritor en el Perú. Si tienes la suerte de vivir en un distrito bien, estudiar en un colegio de elite y en una prestigiosa universidad privada, entonces la vida se te hace menos complicada. Puedes escribir sobre tu vida pituca, sobre tu vida llena de privilegios, pero como tienes la alma sensible, eres capaz de sentirte ofendido por lo bien que te han tratado tus padres. O como dice Barco del escritor Sergio Galarza (asumo que existe y que es un escritor pituco), “¿acaso no escribía de su vida de pituquito peruano? ¿sus cuentos no eran sobre adolescentes que vivían tranquilos sus adolescencias estiradas?” (15).

       El otro camino, el camino más oscuro, más cholo, más pobre, es el de la literatura anárquica. Allí la disciplina no vale sino la pasión desbocada por las letras.“leo todo lo que cae en mis manos; revistas, blogs y demás estupideces; leo letreros, chistes, papeles del suelo, revistas de las peluquerías; lo cierto es que, ninguno de esos escritores, vivía ni vagaba ni meaba desde el puente directamente al río Rímac”, dice el poeta Julio Barco (16).  Y esta declaración me hace acordar a lo que escribió Cervantes en Don Quijote, “Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado de esta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con carácteres que conocí ser arábigos” (140). Y recordemos que Cervantes no fue el más académico ni el más respetado, cuando estaba vivo y era pobre, en el círculo exclusivo de la edad de oro de la literatura española.

       Creo que el narrador de la novela Chaufa es un quijote peruano, cholo, pobre, desesperado por escribir en un ambiente hostil para la literatura. Busca reflejar su realidad, la realidad a la que se enfrenta todos los días y de la cual no quiere escapar sino comprometerse. Se inspira en ella. Se inspira en el chaufa, “Y a ese lenguaje me refiero, ¿sabes?, el lenguaje de humo de los chaufas, es decir, este lenguaje de gente que no necesariamente visita los enormes centros comerciales ni tiene pánico de quedar atrapada dentro de un ascensor; es decir, gente de pie, común y silvestre” (1). Su literatura viene del pueblo. Su literatura viene de los que no tienen, de los agachaditos que toman su caldo de gallina y, si hay plata, su rico chaufa.

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