Es curioso leer a intelectuales, filósofos, “pacifistas” y hasta los “héroes” (como “Gaviota”, la expolicía que estuvo en “la captura del siglo”) exigir que el cadáver del malogrado subversivo Abimael Guzmán sea quemado y lanzado al mar al modo de Bin Laden o pulverizado y echado a la basura y hasta hay quienes han propuesto que sirva de comida para los perros; y todos terminan contando una historia: “yo lo viví no me lo contaron” como si aquí habitáramos ghetos incomunicados o torres de babel.
Seguro la rabia y el fragor de las circunstancias puede hacer que uno diga exabruptos o despropósitos, pero aún así, parece que seguimos viviendo en una sociedad donde la “ley del Talión” no ha sido abolida y donde no solo basta vencer al enemigo sino re-castigar y ensañarse para así asegurar nuestra “democracia” y lo que entendemos como “civilización” y que, en el fondo, simple y llanamente podría ser barbarie.
En la Odisea, leemos cómo Héctor mata a Patroclo y para humillarlo le despoja de su armadura y profana el cadáver. Esto enardece a Aquiles que era amigo de Patroclo y decide acabar con Héctor. Y después de lograr su cometido engancha el cadáver a su carroza y lo arrastra dándole siete vueltas alrededor de las murallas de Troya. Esto que es un clásico de la literatura debiera habernos enseñado algo sobre la vileza y el deshonor, pero nadie aprende –menos en el Perú– por “seducción” y a las buenas, sino por “impacto”, o sea por dolor y por error.
Y aquí ya hemos vivido miserias humanas que no solo han dado la vuelta al mundo sino que nos han ubicado como un país del África subsahariana o de Asia meridional. Cuando ocurrió la matanza de La Cantuta, los nueves cadáveres que habían sido descuartizados y quemados con kerosene para que no sean reconocidos fueron entregados a los familiares en cajas de leche “Gloria”. Al mismo modo en que los nazis se deshacían de los judíos metiéndolos a las cámaras de gas o usando sus huesos para hacer botones.
Hemos llegado a los doscientos años de independencia y tenemos bandera, símbolos patrios e himno nacional, “somos soberanos”, pero pensamos como primitivos, somos esclavos del odio y de sentimientos irracionales. Y no se trata de ser blandos con el terrorismo que ya bastante daño nos ha hecho y ya lo hemos rechazado y seguiremos rechazándolo en todos los idiomas. Lo que se trata es de aplicar la justicia y tratar de conservar la poca lucidez que nos queda después de ver los noticieros y de sobrevivir en un país tan difícil como el nuestro. Si Miguel Grau pudo entregar el cadáver de Prat y mandarle una carta a la esposa del enemigo que nos había invadido y que venía demostrando todo lo salvaje que se puede ser en una guerra (asesinatos crueles, robos, latrocinios, violaciones, etc.), ¿no sería lo mejor hacer lo correcto y demostrar que aún, en las peores circunstancias, no deberíamos nunca dejar de ser Humanos?