Por Márlet Ríos
Es enemiga de la democracia liberal y de la diversidad. Se identifica con proyectos políticos autoritarios y autócratas. Le gusta hablar de la libertad y del mercado, pero en el fondo es mercantilista y se vale del clientelismo. Tiene a Pinochet, Reagan, Thatcher, Fujimori, etc., como referentes principales y paradigmas.
La Guerra Fría no ha terminado para los de ultraderecha. El macartismo está más vivo que nunca. Por consiguiente, solo la ultraderecha salvará la civilización cristiana y decente. El pensamiento único se impondrá a la decadencia de los progres.
Los de ultraderecha son los nuevos cruzados de esta época posmoderna. Quisieran desaparecer a todos sus oponentes políticos. Contemplan seriamente la opción del militarismo para poner la casa en orden. De este modo, idolatran la mano dura. Ensalzan las dictaduras militares.
Para la ultraderecha los pobres solo son justificables mientras puedan ser utilizados en sus prácticas clientelistas y populistas. Por lo tanto, son fácilmente manipulables para ellos y su dignidad no existe. El fin justifica los medios.
La ultraderecha desea cooptar todas las instituciones del Estado. Asimismo, desea mantener a raya a sus opositores y críticos.
La ultraderecha no es reticente a recurrir al fraude y a patear el tablero cuando cree que no tiene otra salida. Su proyecto político autoritario y populista está por encima de todo, incluso del bien común.
Para la ultraderecha los sindicatos y las conquistas de los trabajadores organizados deberían desaparecer. Se debería flexibilizar al máximo el mercado laboral. Los empresarios y los patrones deben tener la última palabra. No más huelgas y solidaridad de clase.
La ultraderecha alucina un mundo hecho a su medida, limpio, ordenado, jerarquizado, sin disidencia. Sus modelos de sociedad se parecen a los regímenes totalitarios del pasado, más una dosis de libre concurrencia.
La ultraderecha se lleva tan bien con los dictadores infames del ayer.