Querida hija, nací pobre, soy cocinero en una pizzería, no he podido conseguir un trabajo mejor y la paga es muy baja. Vivimos en un barrio muy peligroso de El Salvador donde los maras disparan contra quien sea. No hay futuro aquí. Lo único que quiero es darte una vida mejor.
Quiero que corras y juegues en un jardín verde y vayas al colegio con tu uniforme de colores y tus juguetes que tanto te gustan. Sabes, amo mucho a tu madre Tania (mi hermosa y valiente Tania), y, entre los dos, hemos pensado que tenemos que cruzar ese río Grande. Dicen que detrás de esas aguas está el paraíso. Confía en mí, pequeña hija, yo te protegeré. Nada te pasará. Abrázate fuerte, mi amor. Abrázame. No me sueltes. Entra dentro de mi polera. Vamos, hijita. Solo es un poco de agua como las lágrimas que hoy corren por nuestros rostros. Mañana, quizás mañana, podamos soñar con un mundo mejor, un mundo donde no tengamos que cruzar ningún río parar vivir como seres humanos.
Te quiere mucho, tu padre, Óscar.
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(Para Óscar y Valeria,
inmigrantes salvadoreños que murieron tratando de cruzar la frontera México-USA).