Por Tino Santander Joo
Kamala Harris y Donald Trump son ambos neoliberales que defienden el capitalismo y están convencidos del destino imperial de los Estados Unidos. Harris y el Partido Demócrata aparentemente buscan la cooperación internacional y el libre comercio mundial; sin embargo, sirven a los intereses transnacionales del capital financiero de Wall Street, de la oligarquía bancaria mundial, de la industria transnacional de Silicon Valley, de la poderosa industria cultural de Hollywood y de la gran industria farmacéutica norteamericana.
Trump, en cambio, promueve un nacionalismo económico que supuestamente rechaza la globalización, pero lo hace promoviendo un capitalismo orientado hacia la protección de los intereses norteamericanos y de sus élites económicas locales. Los republicanos tienen como objetivo que las grandes empresas estadounidenses consoliden su riqueza mediante políticas fiscales y aranceles que los protejan de la libre competencia mundial. Esto no significa una ruptura con el sistema neoliberal, sino un rumbo de la política económica mundial a favor de los capitales norteamericanos.
Ambos usarán el dólar como una herramienta del poder imperial, porque el neoliberalismo globalista de Harris y el capitalismo nacionalista de Trump necesitan el dólar para afirmar su influencia mundial y controlar las finanzas internacionales que les permiten a Estados Unidos imponer sanciones unilaterales en nombre de la democracia y la libertad occidental, manipular el comercio mundial y condicionar políticamente a Europa y al Tercer Mundo. No olvidemos que el dólar es la moneda de reserva internacional y que el Banco Mundial y el FMI están subordinados a los intereses norteamericanos.
La aparente polarización en temas como el aborto, la migración y otros asuntos culturales son una distracción, un espectáculo circense de demócratas y republicanos. Esta “polarización” se repite en todas las elecciones norteamericanas, que siempre promueven temas sensibles que dividen a los norteamericanos y al mundo como una estrategia de marketing político. Los candidatos quieren aparecer como los verdaderos defensores de la nación, la familia, la vida y las fuerzas armadas, y mantienen el conflicto cultural e ideológico para ocultar los problemas económicos de la inmensa mayoría y conservar la estructura de poder intacta.
Barack Obama fue la esperanza de millones de migrantes; sin embargo, fue el presidente norteamericano que más latinoamericanos expulsó, por eso los líderes latinos lo llamaban: “Deporter in chief” (deportador en jefe). Cuando llegan al poder, las promesas electorales se diluyen y casi siempre las diferencias entre demócratas y republicanos no son tan grandes, y en medio de la encarnizada lucha política siempre armonizan intereses.
Demócratas y republicanos saben que la guerra es un negocio y un instrumento de poder que promueve la industria armamentística norteamericana. Ambos partidos están subordinados a sus intereses. La guerra se convierte en una extensión de las políticas económicas imperiales; es un medio para asegurar mercados y recursos naturales en beneficio de empresas y corporaciones aliadas al poder, independientemente de que el gobierno de turno pontifique sobre los valores de la democracia, la libertad o las “amenazas” a la seguridad nacional como justificación de su política imperial.
La diferencia esencial entre el neoliberalismo global de Harris y el capitalismo nacionalista de Trump es la forma de administrar el poder, más que por principios económicos o sociales. Aquellos ilusos que ven diferencias entre Trump y Harris son víctimas de la gran maquinaria de prensa y marketing político. No se dan cuenta o no quieren ver que el imperialismo norteamericano es una realidad, un hecho económico, social y político que se impone a las buenas o a las malas. Nada cambiará en el mundo gane Trump o Harris.