Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Tres años sin Luis Bedoya Reyes

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La muerte de Bedoya, hace tres años, constituyó la partida de un hombre que se dedicó a la política en un medio muy difícil (casi imposible, de hecho: el Perú) y que tuvo una prestancia existencial más o menos hidalga, no exenta de tropiezos y excesos, pero la vida es así y no hay nadie perfecto.

En algún momento, quizás llevado por la retórica cuando el finado cumplió cien años, incidí en el exceso de llamarlo “estadista”, pero esa expresión fue eso, precisamente, un exceso o, en todo caso, un involuntario gesto “político”.

Es un estadista, claro, si lo comparamos con López Aliaga o con Antauro (con Castillo ni se diga) o con cualquier candidato actual, pero esta circunstancia solo nos demuestra una realidad infernal que debe ser alterada por y para el bienestar de la población: el Perú nunca ha tenido estadistas ni políticos de gran proyección (nunca, salvo en los años veinte y treinta del siglo pasado).

En este sentido, la generación de Bedoya tuvo varios buenos gerentes, pero nada más puesto que, en general, nunca llegó a ofrecer una lectura propia de la realidad nacional y de nuestros procesos históricos, ni un gran plan nacional, ni un programa político contundente, ni, mucho menos, una esperanza en un futuro mejor para todos.

En el orden de lo hasta aquí expuesto, el enaltecimiento o el desdén que produjo el deceso del fundador del PPC, partido sumamente desgastado ahora mismo, pero que nunca tuvo ningún propósito mayúsculo o trascendental (toda la verdad tiene que ser dicha), nos demuestra la falta de equilibrio y de un sentido crítico justo respecto de su memoria.

Así, no faltan ni faltarán quienes sobredimensionen la construcción del Zanjón que es positiva, sin duda alguna, si se le compara con la nada, pero que, en realidad, solo refleja el subdesarrollo ingente que siempre ha afectado al país incluso en el nivel de las inteligencias y los individuos, sobre todo, los políticos, ¿acaso no hubiera sido una proyección más ambiciosa y digna de elogios la construcción de un tren subterráneo como han tenido las grandes metrópolis del mundo desde hace más de cien años o la implementación de nuevas redes de tranvías?

Por el otro lado, se le juzga o le juzgarán con demasiado encono los que critiquen el caso Cromotex, (sesgadamente, claro) dejando, al mismo tiempo, muy tranquilo a Cerpa Cartolini, que era uno de los principales dirigentes en el sindicato correspondiente, cuyo fin de vida es ampliamente conocido dada su valía en la estructura jerárquica del MRTA. Entonces, un desalojo altamente violento de la fábrica Cromotex debió ser evitado, pero no puede hacerse responsable solo a Bedoya (que era el abogado de Mussiris, dueño de la empresa), sino, también, a los que exacerbaron el ánimo de los obreros.

¿Hasta cuándo se insistirá en la villanía de justificar todas las acciones del bando con el que uno simpatiza solo por esa razón? Por otro lado, es interesante que esto sucediera, precisamente en plena realización de la Asamblea Constituyente que no pocos de los izquierdistas de aquellos tiempos detestaban aun en el seno de la misma institución asambleísta. Critica, autocrítica y más crítica, siempre.

Asimismo, no faltan ni faltarán los que denuncien la debilidad de Bedoya cuando supo las turbias actividades de su hijo Luis Bedoya de Vivanco junto a Montesinos. En este caso, la conducta de los “críticos” aquí nominados exhibe no solo la impiedad sino el puritanismo en boga de no pocos termocéfalos, ¿acaso querían que él mismo flagelara a su hijo y lo depositara dentro de la cárcel para que puedan afirmar que actuó conforme a los estándares enfermizos que le exigen a todos en este mundo siempre y cuando no sean partícipes de sus argollas?
Por supuesto, el viejo derechista debió quedarse callado o ser más duro y cabal, pero esa debilidad respecto de su hijo lo muestra mucho más humano y vulnerable que tanto censor y reprimido presumiblemente hipócrita que pontifica sobre moral todo el tiempo sin entender ni atender razones y argumentos. Este trance dificilísimo y vergonzoso que se derivó de la develación pública del vladivideo pertinente, por otro lado, reflejó, también, la precariedad criolla del buen Tucán pues no era un coloso, pero tampoco un desgraciado que iba a hundir aún más a su hijo solo porque así lo han dispuesto los inquisidores sin vida de siempre. Quizás, este extremo de no haber sido un desgraciado es lo más halagüeño que se pueda decir de un político peruano.

Hay que reconocer en el famoso líder pepecista, sí, un gran sentido de lo pragmático (que, paradójicamente, le jugó en contra pues le impido ser más visionario) y una acertada exaltación de las clases medias, pero nada más. Se podría decir que fue casi lo mismo que Belaunde aunque con más malicia y criollismo de por medio y mucho más carácter.
Tengo la impresión de que hubiera hecho un gobierno mucho mejor que cualquier gobierno del arquitecto, pero la gente tan negativa que ha tenido papeles más o menos importantes en el PPC los últimos treinta años acaso se hubieran empoderado de una manera mucho más grave que la de Kouri y CIA si el Tucán hubiera gobernado al país entero alguna vez, así que lo que no sucedió, en este caso, está muy bien que no haya sucedido. En todo caso, no se le puede endilgar a un hombre las consecuencias de las instituciones que haya fundado, pero sí se puede ver la calidad del legado que ha dejado.

Finalmente, el legado concreto de Bedoya no es demasiado brillante, pero es inconmensurable al lado de cualquier político de los últimos 30 años. Lo preocupante es por qué no han surgido políticos con mejores condiciones, talentos y aptitudes que asuman los puestos siempre vacantes de legítimos padres de la patria. Es muy necesario que se puedan cubrir todos estos puestos vacantes, pronto.

Además, debemos agregar que el último caballero de la política peruana partió de esta tierra un 18 de Marzo de hace tres años y la congoja que embargó a sus familiares y amigos aun cuando no pueda ser compartida por todos sí debería ser objeto de reflexión por todos los que se muestran interesados en la política no solo como un atajo a la cumbre del lobbysmo y el confort a costa de la integridad y la moral sino como una manifestación de la actividad más importante a la que un buen ciudadano se puede dedicar luego de haber asumido una responsabilidad cívica plena.

Piénsese en todo esto en tanto se desea que el legado público del buen Tucán pase a mejores manos..
¡Pax Vobiscum!

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