Cultura

«Transando con la muerte» un libro de cuentos de Guillermo Quiroz

«El Dr. Guillermo Quiroz ha escrito, en clave de ficción, un puñado de historias en las que cada uno de nosotros puede ver temerariamente reflejado».

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Edwin Cavello, Dr. Guillermo Quiroz y Gabriel Rimachi Sialer.

“Un corazón adulto late entre sesenta y cien veces por minuto. Podemos, a partir de este dato científico, imaginar la cantidad de veces que nuestro corazón ha latido hasta el momento en que usted se encuentre leyendo este libro. Tiempo. El corazón es una máquina que solo falla una vez y, esa única vez, puede ser para siempre”, se lee en la contratapa del libro presentado por la editorial Casatomada.

Pero el corazón no es sólo un músculo que permite la vida mientras esté activo, es un órgano muy complejo que está supeditado también a nuestras emociones más intensas. Desde la alegría de un nacimiento hasta el sobrecogimiento por la muerte de un ser querido, desde la emoción del primer beso hasta la tristeza que se diluye en un vaso de alcohol por el amor perdido, el corazón, nuestro corazón, va marcando a fuego nuestra existencia. En ese sentido, no podemos desligar nuestras emociones de aquella máquina de carne que nos mantiene de pie en esta vida. Y de eso trata justamente este libro.

Pocas veces hemos asistido al lanzamiento de un libro tan interesante como intenso. Una colección de cuentos donde encontramos eso que debe hacer la buena literatura: contarnos historias, sumergirnos en la experiencia ajena de sus personajes y convertirnos en testigos que no solo acompañan sus tragedias y alegrías, sino que también nos convierte en testigos silenciosos que los acompañan como una sombra sobre sus destinos. Y acá entra entonces la mano del escritor. Conozco al autor por este libro, y puedo deducir que es un gran lector y, sobre todo, un gran observador. Pero además hay un plus interesante y que resulta capital en todo esto: el Dr. Guillermo Quiroz es un médico cardiólogo. El amigo que todos queremos tener, por supuesto, muy cerca siempre. Ya la literatura nos ha entregado historias escritas por médicos y que han reflejado su profesión, con éxitos que contribuyen a la divulgación científica y a la denuncia social.

Remontémonos a un clásico indiscutible: Gustave Flaubert, hijo y nieto de médicos, que vivió durante su infancia en el hospital donde trabajaba su padre, y que defendió hasta su muerte que la escritura tenía que experimentar la misma proximidad con las personas que los médicos. A este ejercicio de profunda y obsesa observación, Flaubert bautizó como la mirada médica, y usó esta expresión en una carta en la que criticaba la novela Graziella, de Alphonse de Lamartine: “El escritor no tiene la mirada médica de la vida, esa visión de aquello que realmente importa, y que es el único medio para conseguir los grandes efectos de la emoción”. No juzga la obra por elementos como los personajes, la trama, o el estilo, sino por la falta de una mirada humana sobre los seres vivos y los sentimientos. Esto es, señores, la base de la literatura.

La lista de escritores que también fueron médicos es tan larga como extraordinaria: desde Arthur Conan Doyle , Anton Chéjov , Sigmund Freud, Frank Gill Slaughter, entre otros. Profesionales de la salud que decidieron aplicar sus conocimientos a la literatura. Centrémonos en un par de casos que considero bastante ilustrativos: Sir Arthur Conan Doyle , el creador de Sherlock Holmes, era un médico observador, con un potente razonamiento deductivo que lo llevaba a diagnosticar con un gran acierto las enfermedades de sus pacientes. Pero a finales del siglo XIX, estas habilidades le servían de poca cosa dado que la medicina era muy rudimentaria, comprendía pobremente el proceso patológico y no disponía de las pruebas necesarias para confirmar un diagnóstico; en cambio, en esa época nacía y prosperaba la ciencia forense, ya que se establecían las bases de la balística, y por primera vez se aplicaban la fotografía y las huellas dactilares como métodos de identificación. Por eso Conan Doyle, aburrido y frustrado por las limitaciones de la clínica, trasladó su inclinación por la observación al ámbito de la ciencia criminal. Cambió la bata blanca y el estetoscopio, que se acababa de inventar, por una gorra con visera doble y una lupa, y de esta manera se creó la novela de detectives, que ha sido la cuna de la popular novela negra actual.

Hasta aquí un panorama brevísimo pero intenso de la importancia que los hombres de ciencia han tenido en la literatura. En el Perú, en este momento, podemos decir que el libro del Dr. Guillermo Quiroz constituye un aporte valioso a la literatura desde la visión del médico, pues no solo nos acerca a los dramas en ese sencillo y plano ejercicio de la escritura a la que nos ha acostumbrado la moda editorial de los últimos años, sino que Quiroz les otorga dimensión a sus personajes y, sobre todo, los dota de humanidad. Los acerca al filo de la muerte y desde ese acercarse al abismo, nos cuenta el drama que sus vidas le infligen a sus corazones. Pero además sus historias constituyen también la radiografía de sectores altos, medios y bajos de la sociedad peruana. Acá todos tienen corazón. Y todos van a padecerlo en algún momento. Hay tristeza en el trágico destino de Rodrigo Junior, un dandy limeño que verá trastocada su vida por una afección coronaria que cerrará con una frase lapidaria: “Toda mi fortuna por un poco de salud, doc”; y de los lujosos espacios del Club Nacional pasamos a las carreteras que llevan al norte del Perú, donde un camionero descubrirá el amor a pesar de estar casado, y esta condición, que tan vivo lo hace sentir, lo llevará irremediablemente a la muerte. Pero hay también corazones que se encogen alrededor de un corazón ya muerto, como ocurre en Nunca dejé de fumar, cuento que cierra esta estupenda entrega de Guillermo Quiroz, y que nos enseña -sin buscar hacerlo, es decir, haciendo buena literatura- los estragos que provocan ciertos vicios tan humanos en nuestro organismo.

La pluma de Quiroz nos entrega también la observación de un médico escritor que es, además, un gran lector. Esta colección de cuentos se convierte así en un referente interesante y necesario dentro del panorama literario nacional, de historias donde la medicina interviene para determinar el destino de sus personajes. Y aquí, estimados amigos, en este preciso punto, todos podemos convertirnos también en personajes porque, al final de cuentas, todos nos vamos a morir. El asunto es “cómo”.

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