Coronavirus

«Tóxico», un cuento de Helen Hesse

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Un cuento de Helen Hesse

Y así sin más ni más, mi chico y yo decidimos pasar la cuarentena juntos. Era nuestra prueba de fuego, digo esto porque antes de que el gobierno proclamase la situación de emergencia nacional nos habíamos peleado bien feo, es decir, una semana antes, Lito y yo ya estábamos en emergencia, por lo que a pocos minutos que se imponga esa dura sentencia de dejar de vernos durante los quince días obligatorios o más que nos imponía el Presidente de nuestra Nación, Lito me texteó en el whatsapp:

—Apla, ahora o nunca, ¿Quieres pasar la cuarentena conmigo?

Admito que lo pensé. Debo estar completamente mal de la cabeza para aceptar convivir con ese pintor demente que tenía por novio, hacinados en mi departamento con Charles Manson, mi lindo y regordete yorkshire que es un pan. Hice mi lista de pro y contras, analice posibles contingencias.

— No queda mucho tiempo—   Me insistió Lito, colocando luego de esa frase,  tres emojis: el de ojos, manitos juntas y fueguito.

Era demasiada presión. No quería parecer ansiosa ni dejarme llevar por la sinrazón, debía, en cambio decir algo profundo.

—Ok, pero lavarás los platos.

“Calle pero elegante” me dije, aclarando  las cosas desde el inicio, las chicas del Comando Plath estarían orgullosas.

Lito cerro el trato con el emoji: dedito arriba.

Después de todo —pensé— La idea de esta convivencia autoimpuesta no me parecía del todo mala: ¡Era nuestra primera cuarentena juntos con toque de queda incluido!

No había pierde por ningún lado, quizá era eso lo que estaba faltando para darle el realce a nuestra relación que confieso estaba comenzando a caer en la monotonía, y así se lo confesé a Anabelle, apodo que cariñosamente le había puesto Lito a mi amiga, en alusión a la conocida muñeca diabólica.

—No te entiendo, de verdad que no. ¡Hasta hace unos días juraste que no ibas a regresar con él! – escribió mi amiga seguido de los emojis: carita enojada y dos cuchillitos.

—Si recuerdo lo que dije pero necesito intentarlo por última vez, está es la definitiva.

—¡Ay amiga! ¿Quieres que te diga algo?, Lito es más tóxico que el propio coronavirus.

Haciendo un alto aquí, no es que precisamente que Lito sea una mala persona, solo que en el mundo corporativo donde transito diariamente el arte es un hobby no un medio para ganarse la vida, y Lito no encaja allí ni pretende hacerlo. Somos, por así decirlo como una versión exagerada de Dharma y Greg, pero al revés.

Y es precisamente ese mundo corporativo que me invade a diario con su toxicidad, que me exige realizar despidos masivos y convenios por reducciones remunerativas al personal. Entonces me pregunto: ¿Qué es más tóxico? ¿El mundo corporativo, el coronavirus o Lito?

De repente tocan el timbre. Es Lito con su polo antisistema y con un cargamento de papel higiénico, me sonríe, me dice que tuvo que pelearse con una señora en el supermercado para conseguirse esos rollos, y mientras me habla me parece tan tierno que rápidamente lo rocío con el spray de alcohol para poder abrazarlo 😍 😍.

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