Opinión

“Toledo y su amigo Bobby”, por Umberto Jara

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Por Umberto Jara

Alejandro Celestino Manrique Toledo, el próximo recluso del Fundo Barbadillo, tiene una fama ya comprobada sobre su afición al dinero corrupto pero quienes lo conocen de cerca saben también de su profundo fervor hacia la Virgen del Puño, la patrona de los tacaños. Esa devoción la padecieron, por ejemplo, los más importantes restaurantes limeños que, durante años, tuvieron catalogado a Toledo como el comensal más temido no por su exigente paladar, que no lo tiene, sino por su afición a marcharse sin pagar copiosas cuentas.

A sus actuales 77 años de edad, el extraditable no ha perdido sus costumbres. Cuando en el Distrito Norte de California se inició el proceso para su extradición, el experto en wiski etiqueta azul, decidió no pagar ni un solo dólar por su defensa y se acogió al derecho que el sistema norteamericano le da a los litigantes pobres: un abogado gratis. Y así, Toledo, hasta hace unos días, tuvo una Defensora Pública Federal. Una abogada de 44 años de edad llamada Jodi Linker quien, antes de marcharse, afirmó que su ex cliente padece de deterioro mental. En realidad, la Dra. Linker no logró entender que Toledo es así: incoherente y mentiroso; claro, una profesional norteamericana debe verlo como un chiflado que habla con voz engolada.

Pero volvamos al puño cerrado de Toledo. Ahora que su derrota ha ocurrido y es inminente su extradición, ha tenido que tomar (es un decir) la dolorosa decisión de gastar para ver si se salva. Pero no bastaba la decisión. Tenía un problema de fondo: ¿cómo lograr que un estudio de abogados prestigioso acepte el caso de un corrupto al que acompaña el aroma del alcohol?

Pues bien, le apareció un amigo. Si hay algo que los peruanos nunca abandonan así vivan en Washington DC o en Zimbawe, es la sagrada devoción por contar —a veces chismes y otras veces datos ciertos— y en los chats peruvianos circula el nombre de Roberto Enrique Dañino Zapata, a quien Toledo llamaba “Mi amigo Bobby”.

La aparición del amigo Bobby merece una mirada porque resulta muy llamativo que el abogado Roberto Dañino, afincado en los Estados Unidos, decida arriesgar su reputación para ayudar a un delincuente en proceso de extradición. Como los años lo han cubierto de justo olvido, conviene recordar que Dañino, cuando Toledo asumió como Presidente de la República, llevaba más de una década viviendo fuera del país pero dejó todo y se tomó un avión para convertirse en Primer Ministro en el primer gabinete de Toledo (julio 2001 a julio de 2002) y luego fue designado como embajador ante los Estados Unidos de Norteamérica (2002-2003) tras ser condecorado por Toledo con la Orden del Sol en el Grado de Gran Cruz. Después, Dañino se marchó a seguir con sus trabajos en Washington, “su ciudad”.

Ahora reaparece, sigiloso, entre sombras. Toledo ha logrado contratar al afamado estudio Wilmer, Cutler, Pickering, Hale and Dorr. ¿Por qué esta enorme firma norteamericana, con oficinas en los Estados Unidos, Europa y Asia, aceptó tomar el caso de un sujeto corrupto que el Departamento de Estado norteamericano quiere sacar de su país? Porque el nexo ha sido Roberto Dañino Zapata, quien fue miembro de ese estudio y mantiene vínculos de negocios.

La pregunta es ¿por qué Dañino, afincado en el mundo norteamericano, se interesa por vincular su nombre con el de un hombrecillo beodo y corrupto implicado en el escándalo Odebrecht? ¿Por qué el amigo Bobby se contamina apoyando a Toledo en su intento por evadir la justicia peruana? Como en política no hay amistades y tampoco lealtades, el tema interesa porque esta costosa gestión de Roberto Dañino a favor de Toledo es una muestra de que hay muchos que no quieren que “el cholo sano y sagrado” vuelva al Perú.

La ayuda de “Mi amigo Bobby” es una primera muestra de los curiosos y oportunos apoyos que van a ir surgiendo —en público o en penumbra— de parte de aquellos que empiezan a buscar un nuevo producto: el Seguro de Silencio Toledo expedido por un hombre que tiene mucho por decir y contar y delatar.

Los abogados que el estudio Wilmer, Cutler, Pickering, Hale and Dorr le han asignado a Toledo son realmente caros. David W. Bowker cobra 850 dólares la hora y Kelsey Quigley 490 también cada sesenta minutos. ¿El amigo Bobby habrá logrado conseguir una rebajita para que Toledo no gaste mucho de los 20 millones de dólares que Odebrecht le entregó? O, conociendo que Toledo no paga, ¿el amigo Bobby tal vez habrá organizado una chanchita entre varios que no quieren que el hombre de Cabana retorne al país?

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