(Foto: Sengo Pérez)
Lima, el Perú entero esta hecho un chekpoint. Sales de tu casa, de tu barrio, sea que tengas que ir a hacer algo tan común como las compras al supermercado y te encuentras en cada avenida, puente peatonal o cruce importante con contingentes y contingentes de militares. Solados con fusil al cinto, miradas parcas y paso cansado, haciendo compañía por horas a un semáforo mientras te miran casi amenazando con pedirte los papeles y un permiso de tránsito en tu propia ciudad. Tu propio ejército se ha vuelto una tropa de ocupación y eso da palta.
Ni asomar salir a otro distrito. Los chekpoints son incontables, esto parece la franja de Gaza. En el Malecón, en Huaylas, en el Óvalo Miraflores, en el parque de la amistad. A dónde vayas. No es que incomode, es que preocupa. Todos los días un mensaje silencioso se nos transmite con su omnipresencia en las calles: obedece. Señor, si señor. Y así en la praxis vivimos como en una dictadura aunque tengamos un parlamento y división se poderes.
Cada vez que tengo que salir, porque como a muchos no me queda de otra, reafirmo una sensación que voy internalizando. El de vivir en un país ocupado militarmente. Que sus armas me recuerdan que mis derechos constitucionales ya fueron, están suspendidos indeterminadamente. Que hay toque de queda todas las noches y los domingos nadie sale. Como si estuviésemos todos en prisión domiciliaria y Concepción Carhuancho no hubiese fijado todavía los meses que va a durar nuestra prisión preventiva. Mientras los días pasan, las semanas pasan, los meses pasan y nos vamos acomodando a lo que el gobierno y otros gobiernos en el mundo nos fuerzan a aceptar, qué esta es la nueva normalidad. Y resígnate que así serán todos los días.
Para todos los que se rajaron la garganta gritando abajo la china, y no me refiero a la china flaquita con la que pagas la carrera de la combi hasta el otro semáforo nomas; y que no dejaban de recordarnos el 5 de abril de 1992 como nostálgicos, bueno, pues aquí tenemos su más húmeda fantasía cumplida, solo que no dura un día o una semana, ya van como tres meses y no nos queda claro hasta cuando viviremos con los derechos fundamentales suspendidos.
Y se entiende bien el por qué, pero no este cómo que peligrosamente nos va acostumbrando a normalizar algo tan excepcional como este, valga decirlo, Estado de Excepción. Y en ningún lado oigo decir y menos de quienes se hartaban de gritar sus recuerdos del 5 de abril, un cuestionamiento a lo que esta sucediendo, que otra vez vuelvo a repetir, no es normal.
¿Dónde están los defensores de DD.HH., los Onegeros y esa izquierda arco iris tan adversa a todo lo que lleva uniforme? ¿Actuarían así, tan complacientes con Vizcarra, si el presidente actual hubiese sido Keiko? ¿O la estarían ahora ratificando como dictadora brutal y haciendo marchas para bajársela? ¿Alguien se atreve levantar la voz y decir, esto no es normal?
No sé como acabará la pandemia ni cuando pero si creo saber la secuela que difícilmente nos dejara, la presencia en nuestras cabezas de estar tutelados, ocupados, con un checkpoint incluso para lo que pensamos. Porque, parafraseando a Camus, esta peste lo que revela es la podredumbre del alma de una clase política incapaz de cuestionar que todos los días sean 5 de abril sin permiso a un mañana.