Hace unos días, Giancarlo Falconí, catedrático de la universidad San Ignacio de Loyola comentó en Tuitter: «¿Quién es el culpable de colocar a la dueña del chifa de barrio en el billete de 200? Algún comunista progre del Ministerio de Cultura seguro», y, como suelen titular los medios ahora por la falta de lecturas de sus periodistas, «las redes estallaron».
Pues no, en realidad quien decidió la inclusión de la desaparecida pintora Tilsa Tsuchiya fue el BCR y lo hizo mediante votación en 2020. Hoy, el Ministerio de Cultura —como siempre que pasan estas cosas— emitió un comunicado —que es lo único que sabe hacer a tiempo— condenando, entre otras cosas, el racismo, la discriminación étnico-racial y otras identidades, la falta de valoración de la diversidad cultural, e indica —con tono de amenaza— que el racismo es un delito en el Perú.
En nuestro país, el tema de la discriminación va por la raza, color de piel, tono de ojos, color de pelo, pronunciación del castellano, pronunciación del inglés, del francés, del mismo quechua, preferencia de la linaza sobre la alfalfa en el emoliente, el modelo de tu carro (si es chino te jodiste), si eres de colegio nacional o particular (y si es particular, si es de la capital o de provincia), si eres de la PUCP o la de Lima o San Marcos o la Villarreal (si eres de la Vallejo o Telesup te recontra jodiste), si crees que Maná es una banda de rock, si te gusta Morrisey o Julio Iglesias, si prefieres a Vargas Llosa por sobre Arguedas, si crees que Susana Villarán es menos delincuente de Castañeda, si alucinas con que Rosalía es un milagro de la música, y así por el estilo hasta las cosas más ridículas que uno se pueda imaginar. Discriminar es una característica peruana (eso quieren que creas: en realidad pasa en todo el mundo).
El tema va por otro lado, uno mucho más importante que el simple señalamiento y la condenación: la responsabilidad de acercar al vulgo aquello que se considera «alta cultura». Conocí a Tilsa y su obra a mediados de los 90, cuando la chica con la que salía entonces me mostró un catálogo que su padre conservaba de una exposición —la última de la obra de la pintora— que se montó en la Alianza Francesa en 1990.
Es lógico pensar entonces que si naciste en 1990 o más adelante, pues ahora no tengas la más remota idea de quién sea Tilsa Tsuchiya. Si la chica con la que salía no me hubiera mostrado aquel hermoso catálogo, estoy seguro de que hubiera tardado muchísimo más tiempo en conocer la obra de esta pintora peruana de raíces orientales. ¿Alguien se ha preguntado acaso cuál ha sido la última gran muestra de arte que ha habido en Lima? ¿Alguna autoridad o institución se ha interesado acaso en replicar o continuar la última y extraordinaria Bienal de Lima que se dio a finales de los 90? No. Nadie. Absolutamente nadie.
La efímera duración de este evento puso en evidencia la falta de proyección, transcendencia en el tiempo e interés que representa en las autoridades el acercar el arte a la ciudadanía. La aparición de Tilsa en el billete de S/200 soles debió venir acompañada de una campaña nacional de revalorización de su obra e importancia de su propuesta estética. ¿Ustedes creen que alguien de 30 años sabe qué cosa es el Premio Teknoquímica? Mirar el dedo que señala la luna no es tan importante como la luna misma. La responsabilidad del desconocimiento e ignorancia parte de las mismas autoridades, aquellas que terminan condenando aquello que son incapaces de resolver teniendo en sus manos el poder y las herramientas para hacerlo.
Pero es bueno que esto haya ocurrido: el Perú es mucho más rico de lo que nos ofrecen los comerciales de ceviche, pollo a la brasa o los tragos de pisco sour. Instituciones como el BCR —en este caso puntual— o el MINCUL y el MINEDU tienen la obligación de trabajar en esas áreas. No es culpa del ciudadano promedio no saber quién es Tilsa (sí, el catedrático de USIL no es un ciudadano promedio, pero acá no buscamos la cura para la idiotez). Miremos el bosque y no el árbol. Y exijamos mejoras en la educación para quienes aún están en formación. No todo está perdido.