Cangrejo Negro / Eloy Jáuregui

THORNDIKE: UNA NOTICIA EN TU LÁPIDA

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“La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”.

(Guillermo Thorndike Losada, sobre la muerte de Sofocleto)

 1.

Guillermo Thorndike, esa vez, subió a mi auto y se decidió, como un personaje de Orson Welles, a contarlo todo. En el reportaje  que le estaba realizando para la televisión, me faltaba su historia en el diario La Prensa que esa vez era el local de una pollería. Así que enrumbamos al Centro de Lima. Gustavo Ramos, el camarógrafo entonces los grabó en los pasos de sus dominios. La Plaza Mayor, el Jirón de la Unión, la Avenida Garcilaso. Las imágenes estuvieron a la altura del personaje. Thorndike observaba con nostalgia “La cueva de Baquiano”, el local quemado del diario Correo, el edificio abandonado del Jirón Huancavelica donde fundara La República. Sus enormes ojos estaban en primer plano como los testigos de un país que se caía a pedazos.

Con Thorndike uno siempre estaba seguro de estar frente al maestro periodista. Su técnica era anglosajona. Incansable manejaba el reportaje investigativo y el periodismo literario. Era un tipo genial para ese “olfato” de ubicar la noticia ahí donde los otros no la veían. Sus crónicas históricas tenían anclaje en la indagación y averiguación de sus lectores. Por ello sus temas viajaron de la Guerra con Chile, Miguel Grau, el Apra revolucionaria, el fracaso velasquista, la revolución sandinista o los “Apachurrante años 50”. Pero de pronto publicaba un libro sobre “Manguera” Villanueva o el  monstruo de Armendáriz o el asesinato de Luis Banchero Rossi. Con “Los topos” sobre la fuga por túnel del MRTA, dejó sentado su estilo y su destino.

Conocí a Guillermo Thorndike en 1980 cuando él ya era esa leyenda u aquel fantasma que recorría las redacciones de los periódicos de Lima y de circulación nacional como un eco estruendoso de magisterio, ora ilustre, ora lumpen. No existía titular, texto, apostilla o cierre de edición que no tuviese la firma de su estigma y aquello iluminaba tanto como podría fulminar la aviesa conciencia de los periodistas de cuajo del medio de ese entonces. Una tarde ya de noche se apareció en la redacción de El diario de Marka preguntando por “el poeta del gol”. Lo acababan de nombrar director del periódico y raudo ingresó para mirarme a los ojos. Yo era el Jefe de Deportes y mi oficina era apenas un escritorio al fondo del garaje de una casa clasemediera bajo una arbolada calle de Jesús María tras el Ministerio de Salud.

2.

Su melena rubia y sus ojos azules parecían las de un fraile de sotana y no las de un zorro que babeaba tinta al mínimo chasquido de una primicia. Me estrujo más que me abrazó como si me conociera de siempre. Me susurró al oído un monosílabo tierno que no ya no recuerdo y quedamos esa noche en irnos a cenar. “Charo, mi mujer, te quiere conocer”, me dijo y se metió en lo suyo: la cocina, allí donde se hace parir los periódicos.

Al principio no nos llevamos bien. Como todo humano talentoso tenía su hemisferio oscuro. Neuróticos les dicen algunos. Pero era más que ese ser que había soñado ser por trozos sanguinolentos: un cadáver descuartizado en la Costanera o de pronto un baby bife junto a un vino mendocino amén de esa eterna carcajada a lo César Calvo. Frente a un espejo seguro no se veía como lo observaba uno. Un maestro sencillo de majestad. De olfato a león hiperactivo domando cuartillas y paquetes de cigarrillos.

3.

Como dijo César Hildebrandt en su velorio, que la manera más delicada de asistir al entierro de Thorndike sea guardando un prudente silencio. Un silencio que evoque al gordo amable y al magnífico padre y al indesmayable escritor que fue también Guillermo Thorndike. Pero añadió, ponzoñoso como son los enanos: “Todo en Thorndike fue contradictorio. Creaba publicaciones que luego quería asesinar, amasaba fortunas sólo para darse el gusto de dilapidarlas (…). Fundó “La República” pero dirigió “La Razón” Fujimorista, se jugó por Velasco pero trabajó al lado de Ramírez Erazo, fue el padre de un estilo que consistía en titular a gritos pero también fue padrino de Pepe Olaya”.

Dicen que Thorndike tenía un alma bipolar propia de aquellos personajes que se destruyen construyendo en su espíritu el ángel supremo de la divinidad. Qué otra cosa era ese Guillermo Thorndike, engendro de otro ogro del periodismo quien fue Raúl Villarán, su sombra diabólica redentora, ajena menos al bien que al mal. Sombra con olor a plomo y tinta. Con mambo y rumberas, trago y pichicata, eso sí, bien conversada. Por eso y aquello fue mi hermano mayor como lo fue el Chino D0mínguez y otros maromeros de las más intensas ternuras.

En sus conversaciones puede admirar aquello del fetichismo y marca de autor. De lecturas y mordeduras. De letras y letrinas –como en mi caso—y de acto barroco y verraco –también mío. No escribo memorándum ni oficios ni cartas institucionales. Escribo poesía y twitteratura. Rompiendo la regla. El periodo de las sanguazas. Pero como tengo hiel de periodista, escribo como Molly Joyce: “inhibida moralmente en su obsesión erótica alternada con cuestiones domésticas de cocina y ropa”. Con Thorndike escribir, así, fue rutina de la ruina. Por el otro lado –contranatura–, se escribe como se vive: rijoso, lascivo y aputamadrado. Todo me enerva, todo lo textualizo, todo lo embarazo de verdad, gracias a él.

4.

En el Perú es jodido entender este sino. ¿Arguedas o Vargas Llosa? Los dos. Los Beatles y la Fania. El Barza y el Boys. El caviar y el chinguirito. Así es uno. Así, como Thorndike nos fue enseñando a pisar la calle. Ahí, solo su escritura. Su mujer, sus hijos, los amigos. Y transversal, la textualización dura.  A algunos les jode. Desde la paráfrasis a la parodia. El dislate y la ironía. La paradoja y los aforismos. Todo es paródico aunque verdad. Juego serio de tensiones. Duelo bravo de caricias. La hoja en blanco como piel tersa de muchacha enamorada. La pantalla cual lisura de la hermosura y arrechuras. Por eso, cuando presente mi último libro en una cebichería, afirme que la escritura era un orgasmo. ¿Cómo que no? Citaba a Thorndike. Termino este texto y me vengo.

 Y como el mismo Thorndike escribiese de Luís Felipe Angell “Sofocleto”, ese otro sujeto escapado de la nocturna arcadia mefistofélica del reino de las máquinas Remington: “La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”. Cierto Guillermo, acostumbrados a tus primicias –como Alfonso Grados Bertorini, Raúl Vargas o Chema Salcedo— esta mañana de lunes nos madrugaste con tu propia noticia. Te habías muerto preñado de trabajo y vida henchida de sortilegios e himnos celestiales. Habías regresado por la noche como Gardel deshojando tangos desde Argentina. Pensantes que a tus 69 años ya estaba bueno de calumnias y solipsismos. Así te calzaste el pijama de la eternidad y soñando con ser al día siguiente Primera plana, te pusiste a soñar con tu país injusto pero posible y cerraste tu última edición matutina. ¡Pobre Charo! ¡Pobre Augusto! ¡Pobre de nosotros que te esfumaste de nuestras agarrotadas manos cual viento noticioso que mañana será leyenda! ¡Cuánta pena, maestro!

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