Es cierto —o lo es, hasta cierto punto— que cualquiera puede ver lo que quiera en una película. ‘Nosotros, los espectadores, también proyectamos’. Lo primero. Y ahora lo segundo —aunque dudo que sea lo más importante—. ¿Seguro que el tema es el western (revisionista, feminista, antimachista, al rescate de lo bello y lo bueno efectivamente existente en el arcoíris de las masculinidades reprimidas)? O es… por encima de eso… Aquí lo que me importó: el poder de los clichés. Y que funciona desde varios lados. Desmontemos la cosa un poco.
La película parecía sugerir una perfo, sin pistolas, creo (en un in crescendo, no muy apresurado, con promesa de bomba de tiempo) entre el cliché de lo políticamente correcto (apertura afectivo-sexual) y el cliché de lo incorrecto (lo contrario, el mal a exponer, estudiar, denunciar y derrotar). Así al minuto piensas que es una película de diseño, pero bien diseño; ese lado tan película de tesis, un drama o semi drama didáctico donde los poseedores de la verdad (incluso ‘si la verdad es cierta’) procederán a evangelizarnos… tan llenos de buenas intenciones… obviamente es aburrido. Y te preguntas ¿hay más lados?
Campion-Netflix sigue la receta de cocina (o toca las mismas teclas del mismo piano): pone el acento en el gran contraste entre el machazo vaquero ‘que en realidad es un alma sensible’ vs. (casi escribo: ‘y en la otra esquina’) el refinado chiquillo, dotado intelectual y artísticamente. Luego Campion muestra que los supuestos extremos no eran tan extremos. Lo cual está bien, y es interesante. —Y ya lo tienes—. Por cierto, en ese punto (tan rico en posibilidades; tuvimos que esperar pero vale) se acaba la película. ¿No es hermoso?
La puesta en escena es realmente un muy hermoso juguete que por más hermoso que sea no logra ocultar un simple hecho: que el artefacto tiene las funciones en exceso preprogramadas. Eso sí, se agradece mucho la vivencia de la magnificencia del paisaje. ¡Si se hubiera trabajado así el suministro de información acerca del mundo interior de los personajes! Pero como en la película las respuestas ya están dadas no había problema en enfrentar u olvidar la complejidad de las preguntas (hasta en la dudosa división en capítulos, para que nadie se pierda).
The power of the dog no resiste la comparación con First cow de Kelly Reichardt donde con más modestia y delicadeza se va mucho más allá.
Película cliché que pretende combatir los clichés, los malos, claro, pero lo malo de esta defensa de lo bueno es que mentalmente Campion no corre en realidad riesgo alguno.