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The heart of the world, de Guy Maddin (Canadá, 2000)

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Escribe Mario Castro Cobos

Filmada en 16 y Super 8 y con 600 cortes, y con una duración de 5 minutos sin contar los créditos, The heart of the world es tan rápida e intensa… La sucesión de planos actúa como si lanzaras cartas una tras otra dibujando así una tópica pero distópica historia. Ojos, caras, máquinas, referencias a Vertov, Eisenstein, Lang; se trata de un maravilloso artefacto completamente adictivo… Hay una cualidad poliédrica que te permite verla una y otra vez…

El corazón del mundo está muriendo. Y solo lo podrá salvar una persona: una mujer; científica -para ser preciso-. Su propio corazón está dividido entre el amor (o algo parecido) por dos hermanos: uno actúa como protagonista en una obra sobre la pasión de Cristo (y tiene de pinta de hippie o Iván El Terrible); el otro (algo más modesto) amortaja cadáveres. Como se habrán dado cuenta el aspecto folletín romántico es lo suficientemente estúpido como para sacarle el jugo. El sabor a película antigua: muda, en blanco y negro, gastada, con montaje trepidante y música ídem, hace de Maddin un perfecto robador de estilos. Su máquina del tiempo funciona.   

No es un film de propaganda soviético… Pero tiene el look. -Y un espíritu revolucionario-. Un tercer hombre -un gordo con dinero y sombrerito, que parece salido de un retrato de Dix o de Grosz- deslumbrará con doradas y redondas razones a la -por un momento- no tan heroica heroína. Pero, repuesta de sus flaquezas ante la inminencia de la catástrofe planetaria, ella, no sin fuerza y habilidad manuales, conseguirá que el nuevo y fugaz marido prescinda de la costumbre de respirar… Y luego, como es lógico, salvará al mundo. Entre la superabundancia iconográfica fálica se yergue ante nuestra mirada una película divertidísima, asombrosa y definitivamente feminista.

-Como para que nunca olvides que la vanguardia es el corazón del cine.

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