Filmada en 16 y Super 8 y con 600
cortes, y con una duración de 5 minutos sin contar los créditos, The heart of
the world es tan rápida e intensa… La sucesión de planos actúa como si lanzaras
cartas una tras otra dibujando así una tópica pero distópica historia. Ojos,
caras, máquinas, referencias a Vertov, Eisenstein, Lang; se trata de un
maravilloso artefacto completamente adictivo… Hay una cualidad poliédrica que
te permite verla una y otra vez…
El corazón del mundo está
muriendo. Y solo lo podrá salvar una persona: una mujer; científica -para ser
preciso-. Su propio corazón está dividido entre el amor (o algo parecido) por dos
hermanos: uno actúa como protagonista en una obra sobre la pasión de Cristo (y
tiene de pinta de hippie o Iván El Terrible); el otro (algo más modesto) amortaja
cadáveres. Como se habrán dado cuenta el aspecto folletín romántico es lo suficientemente
estúpido como para sacarle el jugo. El sabor a película antigua: muda, en blanco
y negro, gastada, con montaje trepidante y música ídem, hace de Maddin un
perfecto robador de estilos. Su máquina del tiempo funciona.
No es un film de propaganda soviético…
Pero tiene el look. -Y un espíritu revolucionario-. Un tercer hombre -un gordo
con dinero y sombrerito, que parece salido de un retrato de Dix o de Grosz-
deslumbrará con doradas y redondas razones a la -por un momento- no tan heroica
heroína. Pero, repuesta de sus flaquezas ante la inminencia de la catástrofe planetaria,
ella, no sin fuerza y habilidad manuales, conseguirá que el nuevo y fugaz
marido prescinda de la costumbre de respirar… Y luego, como es lógico, salvará
al mundo. Entre la superabundancia iconográfica fálica se yergue ante nuestra
mirada una película divertidísima, asombrosa y definitivamente feminista.
-Como para que nunca olvides que la
vanguardia es el corazón del cine.