El filósofo esloveno Žižek apunta en uno de sus textos sobre el nacionalismo que “hay una poesía que actúa como fundamento de las patrias y sin la cual no podríamos entender el odio»; pero hay también una poesía que actúa como fundamento de la historia y las leyendas y sin la cual no podríamos entender el amor o los buenos sentimientos. Esto último es lo que nos plantea TetraLogos: Eldi Toro, Nora Curonisy, Patricia del Valle y Tania Temoche, un grupo de escritoras mágicas y demiurgas que no solo escriben poesía. Ellas tienen diversas profesiones, pero en este campo agramante de las letras han decidido intervenir espacios públicos, hacer llover poemas desde el cielo o desde arriba de un árbol ataviándolo con sus versos.
También hacen esculturas e intervenciones urbanas, y, sobre todo, viajan al modo de Unamuno, llevando el mensaje de los griegos y los helenos a diversas lares, y, sobre todo, a Lambayeque, tierra de Sicán y de Naylamp, ese dios de ojos almendrados que vino volando por el mar para traer paz y prosperidad a sus congéneres junto a su hermosa compañera y princesa Ceterni.
Es quizás por eso que el poema de Eldi Toro, Visión de Ceterni, nos ubica en el
tiempo y en el espacio en estas tierras del huerequeque cantor donde el oro
reluce como los sueños y donde Llampayeq, el idolillo de piedra verde jade,
brilla con luz propia. Y es que Eldi conoce a la perfección esta cultura viva
que se desarrolló entre los valles de Motupe y de Jequetepeque y nos cuenta de
sus mitos y leyendas como si se tratara de su propia familia (ella tiene una
casa en Lambayeque): “Dorados destellos parten de tu centro / divina Ceterni /
De sagrado vaso bebes / elixir de inmortalidad / Al sur de tu palacio Chornancap
/ ocho leales te rodean / Tiendes al sol tu majestad…”.
Nora Curonisy nos habla del Muelle rito Pimentel, que,otrora, en el gobierno de Augusto B.
Leguía, fuera considerada por ley como Puerto Mayor y la revista “Variedades”
la calificara como el mejor balneario del norte del Perú: “…vía férrea en
procesión / dioses acompañan / mi acto solitario / botella verde de mar / Rito
muelle Pimentel / Donde siempre estoy de paso / donde solo veo yo”. Pero
Curonisy avanza un poco más en la poeiesis:
“el naciente el poniente / el oro al lado derecho / la plata al lado izquierdo
/ Me despido de Llampayec / parto en equilibrio perfecto / Las perlas de río /
se hicieron collar / en mi cuello / y apenas caen en mi mano”. Y la belleza es
siempre un sino que podemos (debemos) seguir a piejuntillas: “Debo recuperar
mis ojos del océano / embotellar la palabra / rescatar la leyenda enterrada”.
La visión nostálgica llega con Patricia del Valle quien no solo nos habla de Naylamp desatando sus encantos… y estos versos citables en voz alta: “Oh Mar!! / enorme pez / que engulle la historia sonrisa de los niños transparentes & profundos inquieto rumor / agua en la orilla”, sino que nos invita a pasear por las callecitas de Lambayeque, la Calle 2 de Mayo, la Calle San Roque, la Iglesia de San Pedro, la casa Montjoy donde se celebró la independencia del Perú en diciembre de 1820, etc. Y sus poemas corren como ríos desbordados por Pimentel y Zaña: “ha crecido tu historia en la furia trunca del Niño hacia el mar”.
Tania Temoche no solo tiene el apellido Moche (que, según la
historiadora María Rostworowski, fue un matriarcado) sino que su poesía, en este
caso, se encumbra hacia la raíz de la
cultura Mochica o Muchik (3000 o 1500 a. C.), escarbando en los iconos históricos
como La Dama de Cao: “Impetuosa reposa la guerrera en su ajuar carcomido /
ornada de pectorales y ceramios al fuego (…) Reverencias a la reina de las
dunas / A su personalidad desafiante elevo mi copa / ante el océano de
recuerdos / como su regreso sereno bajo el firmamento”.
Por cierto, Enrique Bruning sostiene que la palabra Mochika significa “reverencia” o “adoración religiosa”, término que se enlaza con el bello poema Si & Ni que Temoche ha sabido convertir en una ofrenda, dharma, regalo o legado: “Te ofrezco los tallos de mis cabellos / Mis dientes de jaguar / El tabaco de mi brujo / En una botella para el altamar”.
Quisiéramos anotar que este delicado manojo de poemas tiene su
propio soundtrack o su propia mise-en-scène, solo habría que recordar que, a mediados de este año,
TetraLogos hizo un recital poético lleno de ritualidad y misticismo frente a
los restos de “El Señor de Sipán”, el antiguo gobernante mochica del siglo III, acompañados del célebre arqueólogo
Walter Alva y donde Eldi Toro leyó su poema Murrup; Patricia del Valle,
“Naylamp”; y, Nora Curonisy su “Sin Atalaya”. Un hecho que debió transmitirse
por televisión nacional o mundo et orbi
porque como dirían los mismos moches: «Maeich muchik chipan sieameiñ»
(“somos mochicas, aún vivimos”).
TetraLogos, cuatro poetas, cuatro versiones de
un posible mismo hecho, como los evangelios o las “cuatro nobles verdades” de
Buda; como los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego, o los cuatro
puntos cardinales o los cuatro puntos de la Chacana. Cuatro amigas que se han
tomado en serio el trabajo del poeta, artesano-ingeniero-músico, tanto en su
aspecto compositivo como rapsódico y están haciendo de sus vidas lo que sir
Harris en el Retrato de Dorian Gray decía: “qué es más importante: escribir
poesía o vivir como poeta” y que TetraLogos ha logrado que todo esto sea vitalísimo,
incluido el hecho de ser cófrades y cómplices templarias de esa llama que arde en
cada uno de sus textos o cuando se reúnen para conspirar sobre algún probable evento
en el parnaso literario. O como dice Eldi Toro en uno de sus poemas: “No es
consuelo de domingo, es amistad”.
Y es
trabajo que ahora, amable lector, lo convocan a un nuevo viaje junto al alado Naylamp,
su mar majestuoso, sus caletas poéticas, sus desiertos infinitos, su chicha de
jora, sus chilcanos, papa, ají y maíz; sus algarrobos, su chiringuito, su
tortilla de raya, su espesado prehispánico; su King Kong, sus peces, mariscos y
caballitos de totora; sus ritmos de tondero y marinera;
sus brujos y curanderos; el arte
del trabajo en paja de Monsefú, el reservorio de Tinajones y muchos de sus
pueblitos fantasmas que pasan, uno a uno, por el retrovisor del ómnibus y cuya
imagen quedará para siempre en la memoria como estos poemas.
*Prólogo al libro Travesía Moche de Eldi Toro, Patricia
del Valle, Tania Temoche y Nora Curonisy.