Opinión

Teorema, de Pier Paolo Pasolini (1968)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Pocas películas tan fortificadoras, tan claras, tan transparentes, tan agradables, tan completamente satisfactorias, tan razonables, tan iluminadoras, valientes y libres, como Teorema, de Pasolini.

Teorema, tal y como puede vivirla alguien sin prejuicios, es una película totalmente religiosa, pero religiosa en el verdadero y más profundo sentido del término, en el más puro y radical, porque acude al origen de todo: se trata de una película hecha por alguien que sentía y entendía en las entrañas y con toda su potencia mental el término religión, mejor que la mayoría de personas que se afirman religiosas pero que niegan la esencia misma de lo que es un ser humano. Niegan, bien simplemente, y muy estúpidamente, que somos deseo.

Es en ese sentido que los personajes que nos presenta la película están muertos en vida, o casi, están alienados, enajenados, reprimidos, o para usar el lenguaje religioso, ‘han perdido su alma’, y Pasolini, de manera sublime, en su bella y generosa película-experimento les envía un visitante, que los despierta, los vivifica, los confronta de manera definitiva consigo mismos, y la llave de esa nueva vida que se abre es Eros. Eros, que incluye el sexo, pero que va más allá.

Teorema es una película de tesis. Pasolini toma absolutamente partido. Es de la liberación y del amor, de la revolución, de la utopía, de la vida, de la crítica al sistema de prácticas y creencias que nos está destruyendo. La película es abierta, no hay nada que disimular. El protagonista, el visitante, no es un manipulador cínico, sino que tiene una mirada limpia y una actuación coherente, impecable. Y oficia de estímulo irresistible.    

Pasolini no impone una verdad, expone la evidencia que todos conocemos, los hechos cotidianos de los que somos víctimas y testigos. La película es menos abstracta de lo que parece, el tema del deseo, de la posibilidad de su liberación no puede ser más directo y concreto.

Pero los personajes en la mayoría de los casos parecen estar más cerca de destruirse que de salvarse luego de la partida del visitante. ¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué en vez de plenitud hay más que nada miedo, inmovilidad, dolor, culpa, cobardía, confusión, compulsividad? La respuesta no es fácil, las opciones están sobre la mesa.

(Columna publicada en Diario UNO)

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