Tres mujeres encarnando tres culturas en conflicto, o más bien tres expresiones del estertor de nuestra “moderna” sociedad, convergen con sus vivencias en la obra “Creoenunsolodios” del joven dramaturgo italiano Stefano Massini.
Shirin es una muchacha palestina de veinte años. Estudia Historia de Palestina en la Universidad Islámica de Gaza. Su experiencia de vida bajo la ocupación militar israelí y su necesidad de reivindicar a su pueblo la llevan a convertirse en “aspirante a mártir”.
Eden es una mujer israelí. Enseña historia “desde el punto de vista judío”, en la Universidad de Jerusalén, tiene una posición acomodada, está por encima de la “obsesión por la seguridad” que domina a sus compatriotas. Mina, norteamericana de Minneapolis, militar destacada en la zona, para quien el valor supremo es “hacer lo que conviene”, y la felicidad es el final de un partido con la victoria de su equipo de baseball favorito.
Una obra en clave femenina sobre el conflicto palestino israelí que se remonta a los inicios del siglo XX y que hasta la fecha ha significado miles de muertos y heridos, principalmente en el lado palestino cuyas ciudades han sido bombardeadas sin piedad, dividido su territorio y cercados sus habitantes a vivir en condiciones infrahumanas, limitados sus derechos más elementales. Y la “neutralidad” de EE.UU. en las decisiones políticas al respecto es algo que nadie cree en el concierto mundial. En el año 2013, de acuerdo a una encuesta encargada por la BBC en 22 países, EE.UU. fue el único país occidental con una opinión favorable de Israel. Además, ambas naciones son aliadas militares: Israel es uno de los mayores receptores de ayuda estadounidense y la mayoría llega en subvenciones para la compra de armamento. (1)
¿Puede un autor o autora no tomar una posición frente a tan horrendo crimen? Pues en la obra se limita a mostrarnos esta atroz circunstancia desde el particular punto de vista de cada protagonista, aunque la muerte esté esperando por las tres mujeres. Nunca se conocen. Solo cuentan por separado la áspera situación que precede al desenlace, convirtiendo la escena en el espacio de una narración. Pero el teatro es la representación de un suceso que está pasando en ese preciso instante, es la reproducción de lo efímero para afirmarlo en la historia. Por eso el diálogo y la contradicción son sus elementos primordiales, no el discurso, por más altisonante o dramático en que las ventajas interpretativas de las actrices o una hábil dirección lo conviertan.
Ciertamente, Nishme Súmar, la directora, con notable habilidad nos ofrece una puesta en escena cargada de recursos técnicos, con imágenes multimedia, estridencias y desnudos, aderezados con las solventes actuaciones de Urpi Gibbons, Jely Reátegui y Kareen Spano, pero por resaltar lo humano evitando lo político, según su opinión (2), se queda en el relato de lo emocionante y no logra que el espectador eleve el impacto de la circunstancia a la conciencia del abuso y la arbitrariedad. Curiosa neutralidad. Aunque pensamos también que éste puede ser un propósito para corresponder a Massini, quien propone que en el teatro una emoción fuerte equivale a una forma del conocimiento (3). Aquello nos recuerda la “antropología teatral” de Eugenio Barba, también italiano, y su pretensión de reemplazar la realidad con la realidad teatral, poniendo ésta última por encima de todo, utilizando los acontecimientos desde la corporabilidad a fin de estremecer al espectador, y quedarse allí muy artístico.
Pero lo verdadero y lo justo también se definen en una obra teatral, como reclamaba Bertolt Brecht, el gran dramaturgo alemán. No es el teatro un lugar solo para emocionar al público, puede haber otros mejores. En la balanza de la escena su participación es decisiva, sobre todo cuando queremos llamar las cosas por su nombre, y el conflicto israelí palestino es un genocidio que ejerce una parte sobre la otra.