Cangrejo Negro / Eloy Jáuregui

TEALDO, EL MAESTRO

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1.

Lo extraño a Alfonso Tealdo. Un periodista de fuste y filigrana. Con empaque. De orillas profundas. De médula moderna. De conocimientos vastos. Fue el primer hombre de prensa multidisciplinario. En pocas palabras, sabía demasiado. Culto, no fue bohemio ni criollo, fue humano de inmensidades. Y a pesar que nació hace casi un siglo, Tealdo hoy sigue brillando y no como tantos carcamales que siguen en el periodismo y van llevando como su única dignidad la decrepitud. Los hay, algunos hasta dirigen diarios. Jamás cambiaron, ni se actualizaron, ni se capacitaron. Ahí moran con sus viejas Remington como quien carga su ataúd. Tealdo no, era distinto y diferente.

Yo era pichón cuando Alfonso conducía su programa “Tealdo Pregunta”. Entonces Panamericana Televisión era un señor canal y no ese estercolero que es hoy. Tealdo aparecía solo sentado en una silla moderna casi sin escenografía. Luego se abría la toma y aparecía su entrevistado. Podía ser un científico, un chamán, un publicista, un abogado, un criminal –que es casi lo mismo. Y Tealdo ahí. Con el estilete de la curiosidad que no es morbo, que la quinta esencia del que quiere saber, de ese que crece cuando aprende. Y en ese tema Tealdo era el mejor. Hoy se recuerda los episodios protagonizados con el ex comunista –que no existe por química— Eudocio Ravines. Y es memorable sus peleas con el “Negro” Genaro Carnero Checa que fue también un personaje con P mayor.

2.

Cuando escribo sobre los viejos periodistas recuerdo a Alfonso Grados Bertorini o a Arturo Salazar Larraín. No a  los fantasmas que moran en la ira de los mediocres rencorosos que no le dieron brillo a sus antepasados. No me refiero a los que manejan la prensa amarilla ni a la “tele-basura”. Ellos no merecen el perdón. Me refiero a la gran prensa en general, de los estándar y de los tabloides, de las revistas frívolas, de las publicaciones universitarias –‘De Magaly TV’ no hablo. De “Peluchín” y “Metiche”  tampoco.  ¿Y antes era mejor el periodismo? Sí señor y no soy pasadista. Desde González Prada y más. De Vallejo y Mariátegui por nombrar a algunos de nuestros maestros, que fueron intelectuales pero también periodistas. Su talento estaba en el manejo de la lengua –su embrujo, su alquimia–. Como Alfonso Tealdo. Con esa habilidad para soñar, hincar desgarrar y encomiar. Con seguridad y desparpajo, para inmortalizar el texto. Todos vivieron del periodismo, pero escribían ensayos, crónicas y por supuesto, además poesía.

Es que la escritura es musical, casi una partitura de estruendosos silencios o la música callada del asombro. No existe otra manera de seducir. Y asistimos al fulgor del “Storytelling”, esta suerte de plataforma narrativa tan utilizada para el embeleso de la publicidad y que es el arte de contar historias. Historias de lo real –no de la realidad–. Historias que necesita este país de todas las sangres, anómico y anémico para vivir en paz y con armonía.
Don Alfonso fue mi vecino en la Residencial San Felipe. Y fue hijo de Humberto Tealdo y de Catalina Simi. Hizo sus estudios en el antiguo Colegio Anglo-Peruano, hoy Colegio San Andrés de Lima, del cual egresó obteniendo el Bentinck Prize del año 1932. Desde sus años escolares demostró sus dotes escribiendo en la Revista Leader, siendo su primer artículo relacionado a Mahoma. Aunque con inquietudes por la ciencia (representó a su colegio en certámenes interescolares), con la influencia de sus profesores Raúl Porras Barrenechea y Jorge Guillermo Leguía se preparó para seguir estudios de Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos pero, debido a que esta se encontraba clausuraba, siguió estudios superiores en la Pontificia Universidad Católica del Perú, de donde egresó con satisfacción de haber encontrado excelentes maestros.

3.

Y así como hoy me alegro de haber conocido al maestro Juan Gargurevich –que ese señor sí sabe—y Humberto Castillo Anselmi “El Chivo”, debo certificar que Alfonso Tealdo Simi fue uno de los periodistas más influyentes de la segunda mitad del siglo pasado. Fundó publicaciones que sacudieron los esquemas de su época, como “Equipo” (1947), “Gala” (1948), “Ya” (1949), “Pan” (1949) y “El Diario” (1961). Su prosa era incisiva, su verbo ágil y avispado y su estilo deslumbrante. De inclinaciones políticas controversiales, atacó a Pedro Beltrán Espantoso y a su periódico “La Prensa”, para luego escribir en “La Prensa” y sacar el diario vespertino “El Diario” con financiamiento de Beltrán. Y en 1976, aceptar el encargo del dictador Francisco Morales Bermúdez de dirigir “El Comercio”, cuando este periódico se encontraba sometido al régimen.

Alfonso Tealdo se casó con Lourdes de Rivero Bustamante, y tuvo 3 hijos: Ana Rosa, Alfonso y Gabina. Luego de laborar en la radio, en 1958 pasó a la televisión siendo un incisivo entrevistador en programas como “Ante el Público”, “Mesa Redonda”, “Pulso” y el recordado “Tealdo Pregunta”. Tuvo también la dirección de programas noticiosos como “El Panamericano” y de entretenimiento como “Perú 74″. Mientras, fue un padre ejemplar, un maestro singularísimo, un predestinado para el asombro. Y vamos que esa fascinación no era por el lugar común ni la militancia ramplona. No. Tealdo fue único por haber labrado su propia técnica. Cosa que hoy no abunda. El periodista con sello propio, con pasmo y sorpresas.

Al maestro Tealdo uno le contaba cosas. Como esa vez cuando asistí a mi primera clase de Redacción I en la Escuela de Periodismo en la UNMSM, un desusado profesor, aquel que sentenciaba: “el periodismo es un océano de conocimientos con un centímetro de profundidad”, afirmaba también –con sus tizas de colores y su mota—que para llegar a ser profesionales medianamente competentes había que saberse de memoria las ranciedades de los textos de G.M. Vivaldi  –el ya fosilizado catedrático español, no el músico de “Las 4 estaciones”– y de José Luis Martínez Albertos, aquel del la antigualla teórica en la Complutense de Madrid.

En aquel tiempo yo era lector afiebrado de González Prada, de sus “Horas de lucha”,  de “Pájinas Libres” [Sic] y de su poesía y baladas en las que aniquilaba a la mediocridad vigorosa de esas horas. Pero fue con su memorable “Discurso del Politeama”, en tiempos de las ruinas de la guerra con Chile, donde admiré el filo del maestro: “los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”.

De aquel tiempo viene el dilema como sistema de este tema. En el Perú y en América Latina, la puja se ubica en el mismo ombligo de lo que se entiende por ‘pasadista’ versus aquello que comprende de vanguardias. No me refiero a lo posmoderno o al concepto “hipermoderno” a la manera de Gilles Lipovetsky. No, ya advertía en esos días dos tipos de periodismo excluyentes: el buen y el mal periodismo. Pongo punto. Luego, mis lecturas de Reed, Capote, Wolfe, Talese, Thompson, Mailer, amén de mi Hemingway de cabecera y mis Dos Passos de borrachera, inyectaron la luz que existía una arquitectura del texto integral, de una poética y de una erótica, que se escapaba del canon del viejo estilo español.

5.

Y en eso me alumbraba Alfonso Tealdo y su épica entrevista a Orson Welles. Ambos, solos como dos astronautas en medio del silencio sideral. Y vamos que es de esas piezas del periodismo ejemplar.  Una de los mejores de su carrera. Será por los piscos sour que liquidó con el director de cine. O porque consiguió sorprender al gigante de la cinematografía con peculiares preguntas. Y aquella improvisación y de eso que llaman “repentismo” es de genios. Que uno es un matador de toros y tiene que hacer lidia en los terrenos de la muerte. Y ya no hay más que el temperamento, la personalidad, el fondo. Que es el nutriente para forjar talante. Y eso fue Tealdo, un periodista de agudezas, de perspicacias y chispa.

Por ahí he leído que en su conocida columna “El Mirador”, bajo el título de “Yo no soy nazi”, el 26 de mayo de 1944 explicó entonces su posición política. “Yo no soy nazi porque no soy alemán. Yo, tampoco, soy fascista, no obstante el 75 por ciento de mi sangre, porque esencialmente la sangre es el suelo donde uno nace y yo he nacido en el Perú. Yo no soy filatélico y a mí nunca me ha gustado ponerles etiquetas a mis ideales políticos y a mis creencias sociales”, escribió: “No soy, de otra parte, un pesimista que no cree en nada, pero tampoco un optimista que cree en todo”. Y leo en el blog “garganta profunda” de la UPC, que su hija Ana Rosa Tealdo relató un día habitual de Alfonso Tealdo: “Era un hombre muy dedicado a su trabajo. A mí me llevó varias veces a la redacción porque le gustaba compartir lo que hacía. Le gustaba comprar los periódicos muy temprano. Era el primero en abrir los paquetes que llegaban a los quioscos. Mi padre era un hombre muy sencillo, algo que mantuvo incluso cuando lo nombraron director de El Comercio. No recibía regalos de nadie y tampoco se aprovechó de su puesto. En esa época continuó manejando su viejo Volkswagen”.

Tealdo murió con esta frase: “Se nace para muchas otras desgracias, pero no se nace para ser periodista”. Como Guillermo Thorndike, como Raúl Villarán. Como esos viejos maestros que nos dejaron la dignidad como camino y la inventiva como destino. Eterno Alfonso, el maestro.

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