Muchos electores informados creen que votar por Pedro Castillo los hace más dignos y refleja sus sólidos principios de moralidad. Desde esa perspectiva, los votantes de Keiko son inmorales e indignos por confiar en la candidata naranja. “Solamente ven sus privilegios”, se dice. Sin embargo, este modo de enfocar el asunto no es completamente cierto.
El terreno electoral —ad portas de la segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo— multiplica sus grietas, día a día, con más intensidad. Quienes abonan el terreno para profundizar las fisuras pertenecen a un círculo minoritario, conformado por el núcleo duro de castillistas y keikistas. Desde ese círculo crece en espirales la disputa que vemos cotidianamente y que comienza a incluir en el antagonismo a quienes deseaban mantenerse al margen. Es cierto que muchos peruanos han tomado una decisión, pero hay otros que siguen sopesando los pros y contras, antes de entregar su voto a uno de los candidatos. Sin embargo, la dinámica electoral condena a los tibios y obliga a tomar postura inmediata. Cada día se reclutan partidarios para alguno de los bandos.
Este maniqueísmo electoral (o Castillo o Keiko) ha desbordado lo estrictamente político y va ampliando los niveles de división entre los ciudadanos. La elección entre el candidato del lápiz o la candidata naranja ha exacerbado la dinámica: en estos comicios se enfrentan los pobres contra los ricos; los cholos contra los blancos; los medios independientes contra la prensa vendida; los mafiosos contra los terrucos; los peruanos contra los no patriotas; los morales contra los inmorales… etc.
Este esquema ha ido fagocitando otros círculos y crea más antagonismos que ensanchan las grietas, ya existentes dentro de la sociedad peruana. Dos binomios sintetizan muy bien esta dinámica: los morales vs. los inmorales y los patriotas vs. los antipatriotas.
La narrativa de la disputa entre morales e inmorales proviene del entorno izquierdista. Por el otro lado, el discurso que busca polarizar a patriotas y “antipatriotas” proviene desde el lado naranja: quienes votan por Keiko aman la camiseta; quienes votan por el comunismo no quieren al Perú.
Los partidarios del primer binomio (morales – inmorales) asocian el voto por Castillo con la decencia y los valores. Siguiendo esa lógica, votar por Keiko te convierte —ipso facto— en indigno e inmoral. Este análisis peca de reduccionismo lógico, de un modo evidente.
Pero más burdo aún, es definir a Castillo —esencialmente— como un profesor de sólidos principios.
Conceptuar a Pedro Castillo por su labor magisterial, etiquetándolo como amauta es recortar el espectro del profesor chotano. Inferir, que de su labor docente, se desprenden —per se— honestas credenciales es caricaturizar, por ingenuidad o conveniencia, el trasfondo de Castillo (A Castillo se le puede definir como amauta desde la ironía, pero no desde la seriedad.)
Quienes ven al candidato del lápiz como maestro y no como político derrapan: el elegido por Cerrón tiene todas las filias y las taras de la vieja política. Pero Castillo no es un comunista inflamado. Antes que incendiario es un negociador. Militó en Perú Posible de Toledo, fue dirigente sindical y tranzó con el congreso fujimorista durante las huelgas magisteriales; le abrió las puertas al aprista Miguel del Castillo e hizo alianzas con Verónica Mendoza y Marco Arana; actualmente dialoga con Ricardo Belmont y promete el indulto a Antauro Humala. Incuba en Perú Libre del comunista Cerrón; pero coqueteó con el capitalista Kurt Burneo y la progresista Flor Pablo.
Castillo es un político: pacta, conversa, escucha, tranza, se acomoda y recula. No es un “puro” ni un antifujimorista recalcitrante.
Lejos del candidato del lápiz está el aura de profesor inmaculado, que la maquinaria propagandística de Perú Libre se ha esforzado en calzarle —a como de lugar— alrededor de la testa.
Castillo no es la encarnación de la decencia ultramundana, de los valores platónicos ni de la pureza moral. Castillo es un político, ni más ni menos que eso.
Sin embargo, no se puede negar cierta pureza en algunos seguidores de Perú Libre. No es exagerado decir que muchos votantes de Castillo son más puros que el profesor chotano. Igualmente, hay más antifujimorismo entre quienes han subido —para la segunda vuelta— al caballo de Castillo, que en Castillo mismo.
En breve: Castillo no tiene aversión por Keiko Fujimori; los nuevos votantes del profesor chotano, sí.
Pero si en los votantes puros de Castillo y en los antifujimoristas recalcitrantes (que preferirían votar por un insecto, antes que por Keiko Fujimori) existe cierta dosis de fe y otra de idealismo; hay también gran dosis de real – politik, pragmatismo y ansias de poder en el núcleo duro del castillismo. Los puros y los pragmáticos conviven e intercambian las caretas, haciendo indistinguible quién es puro y quien se sumergió en el proyecto por intereses venales.
Porque, Perú Libre —de cara a las elecciones de segunda vuelta— no es solamente un partido que acoge a ciudadanos con —justa— necesidad de reivindicación económica y cultural. Ni tampoco es un movimiento de antifujimoristas radicales.
El partido del lápiz es también un sancochado político, que alberga caciques regionales con vocación de mistis; desastrados anarquistas con vocación de pirómanos; filochavistas encendidos, que creen ser los herederos de Simón Bolívar; inflamados “camaradas” que comulgan con el filosenderismo; catedráticos rastreros de inflamado autobombo “comunista”; científicos oportunistas que se bajaron del árbol de la ciencia; periodistas que se convirtieron en traductores oficiales del “amauta”; opinólogos que revientan el teclado dividiendo el espectro electoral entre “los malos y los buenos”; economistas que sacan cifras de la chistera para justificar sus esquemas; políticos ávidos de destruir las instituciones y asegurar alguna cartera que los degrade profesionalmente; rapaces que se alucinan miembros de la Checa y politólogos que ofician como porristas del partido del lápiz.
Toda esta panda de oportunistas confluyen en un solo propósito: que el “amauta” Castillo llegue al poder.
Es cierto, sin embargo, que esta gavilla abunda más en el núcleo duro del partido y menos en su periferia. A medida que uno se aleja de este núcleo duro puede ir encontrando —recién— a quienes creen que en estas elecciones se debe ejercer un voto de acuerdo a sólidos principios morales.
Y esto es natural: en el núcleo duro del castillismo, la disputa no se basa en los principios morales sino en el poder. El poder, en ese círculo, está más allá del bien y del mal. ¿Qué representan los valores morales para quienes están ávidos de poder? Cojudeces, ingenuidades, idealismo inconducente.
Por lo tanto, considerar que todo votante de Castillo sigue rectos principios y que la decisión de votar por el maestro chotano otorga —inmediatamente— integridad moral es errar. No se omite la buena fe y la honesta elección moral de muchos votantes de Castillo; pero este tipo de votante se encuentra más en la periferia de este partido y cada vez menos en su núcleo duro.
Por el otro lado, los partidarios del segundo binomio (patriotas – antipatriotas) promueven la narrativa del “amor por el Perú”. El amor por el Perú, en este caso, se ejerce votando por Keiko Fujimori, claro está. Desde esa lógica maniquea, votar por Castillo es no querer al Perú, ser un antipatriota.
Esta narrativa es arrogante. Es, además, absurdo dividir a los peruanos en patriotas y antipatriotas, como si estuviéramos en una guerra y no en elecciones presidenciales. Este discurso proviene de la tienda naranja y no hay ningún reparo en seguir agrietando las divisiones si es que eso le va a traer más votos a Keiko Fujimori. “No me interesa si se perjudican 10 mil o 100 mil” podría decir, otra vez.
Pero es ya no absurdo —sino risible— que sea específicamente Keiko Fujimori Higuchi quien se haya hecho, de motu proprio, representante ad hoc de la peruanidad. La heredera de Alberto Fujimori —quien luego de escarnecer el país durante la década infame, no tuvo reparos en postular al senado japonés, aprovechando su nacionalidad nipona— reivindica absolutamente el legado de su padre, un legado que desestructuró en gran medida la ya enclenque institucionalidad política peruana: un legado que minó las bases democráticas del país. Es risible, pues, que el cogollo de Keiko Fujimori promueva la narrativa que etiqueta a los peruanos como patriotas o antipatriotas.
Y es también —además de arrogante, absurdo y risible— un signo de perversidad crear una campaña para direccionar políticamente al seleccionado peruano de fútbol, haciendo que los muchachos graben un video de sujeción a la candidata naranja. El fútbol en el Perú es, gracias a la debacle institucional y cívica, uno de los pilares que sostienen a la peruanidad. Destruir este pilar básico del imaginario popular, por intereses partidarios, es perverso y una muestra de desprecio por la democracia. No solamente porque este acto invisibiliza a los votantes de Pedro Castillo, sino porque divide aún más a los peruanos. Y los divide en la esencia misma de la armonía popular: la fe en la selección peruana.
Basta ese ejemplo para demostrar el nivel de desprecio popular que se ejerce en el meollo del fujimorismo. Y es que el núcleo duro naranja es un club de corsarios donde conviven prontuariados que han hecho del reciclaje político un oficio; empresarios que quieren seguir engordando sus arcas aunque el país se vaya al carajo; economistas que defienden el monopolio y el lucro más artero; politólogos capaces de ver en la candidata naranja a una estadista; periodistas que mueven el trasero al ritmo del chino; congresistas que han hecho del parlamento una casa de tolerancia; escuadristas que creen estar en los tiempos del “Duce”; fanáticos que ven terrucos debajo de las piedras y desavisados que creen que la democracia es imposición y autoritarismo.
Sin embargo, esta gavilla abunda más en el núcleo duro de fujimorismo y no tanto en las periferias. No se puede negar, la gran cantidad de ciudadanos —informados— que le da el voto a Keiko Fujimori, gracias al miedo que genera el proyecto de Perú Libre. Un miedo que propaga la prensa, en base a los insumos que proveen los mismos cuadros que rodean al “amauta” Castillo. Estos electores con capacidad de informarse —que no son fujimoristas de vocación y tampoco tienen un interés directo en el triunfo de Keiko— rechazan rotundamente el proyecto del “amauta” y prefieren apostar por el pragmatismo económico.
En breve: estos electores informados prefieren seguir sus criterios económicos antes que una línea de intachable moralidad. Es decir, en momentos de incertidumbre económica, relajan su moral y apuestan por el corsario y no por el profeta, si es que esto les asegura estabilidad económica. En ellos no se puede hablar de un amor por el Perú y sí de un cálculo económico.
Parece contraproducente comenzar afirmando que el binomio (moral – inmoral) no es preciso para medir a los votantes y luego concluir afirmando que en el voto castillista hay quienes deciden apoyar a Perú Libre basados en rectos criterios morales, mientras que en el voto fujimorista están quienes deciden apoyar a Keiko Fujimori en base a criterios económicos.
Esto no es contraproducente si elegimos como muestra al elector periférico —e informado— de ambos candidatos. Se toma como muestra al votante periférico y no al núcleo castillista o keikista, pues en ambos círculos el único criterio que domina es la toma del poder. Y se habla del votante informado como aquel que tiene la oportunidad para acceder a variadas fuentes de referencia electoral.
Entonces, el votante periférico es el que no simpatiza con ningún candidato y no posee interés directo en la toma del poder de Castillo o Keiko. Suponiendo que también sea un elector informado, este votante tiene que decidir entre las dos opciones.
Si vota por Keiko lo hará en base a criterios económicos y por el temor de un posible comunismo: votará pragmáticamente. Si vota por Castillo lo hará en rechazo a lo que representa Keiko Fujimori y confiando —a priori— en una moneda al aire: pesará más su criterio moral y menos su pragmatismo económico.
Por lo tanto, lo adecuado es discurrir lógicamente por el binomio (moralismo – pragmatismo económico) pero únicamente entre los votantes informados y periféricos, no entre quienes componen el núcleo de ambos candidatos. En el núcleo de ambos contrincantes el único objetivo es el poder y la única ideología que los hermana es el marxismo puro y duro, pero el de Groucho, no el de Karl: “Si no te gustan mis principios, tengo otros”.