Escribí mis primeros libros en la orfandad de las bibliotecas y los consejos de buenos amigos; algunas veces viajé lejos para encontrar a algún maestro y, como empecé en este negocio, en tiempos analógicos, encontrar libros claves de poesía siempre fue un dilema y hasta un imposible. Felizmente hoy en día está el internet, Google y libros que se leen en Tablet, Kindle o Nook, etc. Y, cómo no, los talleres literarios a los cuales rehuí de joven y hasta me parecían una concesión pequeñoburguesa. (Tengo un poema en Sinfonía del Kaos que habla de esto).
Hoy dicto talleres en sindicatos de obreros, en universidades, en instituciones privadas y hasta en los penales. Y justamente fue en uno de estos lugares (en el Castro Castro) donde hablé de literatura a cientos de presos que escuchaban sentados en el suelo mientras de arriba nos apuntaban los gendarmes con sus ametralladoras. Fueron tiempos difíciles para el país y para la literatura.
Sobre los talleres literarios se ha dicho mucho y escrito casi nada. Quizás pocos (o muchos) recuerden los aburridos y tediosos talleres del profesor José Bravo que a pesar de su sapiencia y sus conocimientos, solo te decía “¡escribe!” y no te daba ninguna pauta y hasta tuvo un altercado por este motivo con un catedrático de Estados Unidos.
Y peor eran los talleres de Miguel Gutiérrez en La Cantuta, un enorme novelista y ensayista, quien era conocido por su severidad y por romperte los escritos en la cara. Ni qué decir los talleres de una conocida escritora de la Católica que es puro power point (una ofensa para los que hemos crecido con libros y, en su defecto, con separatas).
O de otro conocido bardo cuyos talleres, imitando a Dylan Thomas y al viejo Bukowski, son una borrachera en el sentido más cerril de la palabra con aserrín y todo. Más alegres e ilustrativos eran y son los talleres de Cronwell Jara, un maestro de la cuentística. Yo tuve un taller con él en la vieja y desaparecida Librería Studium de la plaza Francia a fines de los ochenta. Y creo que nunca más volví a pisar un taller literario. Solo a inicios de los noventa visité el taller de los dilectos Marco Martos y Hildebrando Pérez en letras de la UNMSM para presentar unos libros.
Lo cierto es que hasta ahora guardo los escritos inéditos de Jara sobre el cuento y directivas a mano y a máquina que el maestro me confió diciéndome que los mantenga en secreto porque todavía no habían sido publicados.
Hoy los tiempos han cambiado. Me alegra mucho que veinticinco personas se puedan inscribir de porrazo para un taller literario con este escriba y que otros veintiún indecisos lo dejen como probabilidad de acuerdo al clima (ojalá no llueva nunca o no haya sismos); pero lo cierto es que el problema principal son los que no pueden pagar un taller y me escriben por interno para que se les exonere o se les dé una beca. Algo que, por diferentes razones, no manejo directamente. Y por cierto, no soy millonario ni dirijo oenegés ni mucho menos administro una beneficencia pública.
Seguro haría quebrar a todo un país o desbarrancaría a mis auspiciadores o mecenas si así fuera. Aún así, es mi mayor deseo dictar talleres gratuitos de literatura. ¡Caramba!, que nadie pague un céntimo por cada palabra que salga de mi boca. Que vengan todos los que quieran escuchar y compartir un tiempo dedicado a los libros y a los grandes autores y corrientes poéticas y narrativas. Querer es poder dice Conny Méndez, parafraseando a Saint Germain en una de sus libros sobre hermetismo. Y siempre algo se cocina en la brasa radioactiva de la poesía.
Muchas gracias a los que siguen a
este humilde servidor y ojalá nos veamos pronto para hablar de lo que nos
gusta.
PD: Esto va como disculpa a un
Taller Literario que debía realizarse en la “Ciudad Blanca” de Arequipa, pero
no se concretó. Seguro lo volveremos a intentar muy pronto.