Opinión

Suzhou river, de Lou Ye (2000)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Hace siglos los sabios hablaban de una construcción mental altamente organizada que llamaban el palacio de la memoria, de métodos para recordar y conservar hechos o datos o imágenes que necesitábamos o que nos importaban. Pero, y aunque le gusta el final sin fin del círculo, esta película exalta el poder del fragmento, de la ruina, del desperdicio, de lo encantador del recuerdo roto, del sueño roto, del amor roto, de la vida rota. Del río sucio que se lleva todo. De un modo de vida a punto de ser arrasado.

Será por eso que contamos y nos contamos historias, también rotas, desde las más sutiles hasta las más idiotas, para darnos la vulnerable impresión de permanencia, de sentido y de unidad. Todo lo cual quizá o seguramente es un sueño, pero que igual parece necesario. Digo, para efectos de sobrevivir.

El zoom instintivo, obsesivo, aventurero, movedizo, el atrevido ir a la deriva, el registro documental de alguien que mira a la gente y los imagina… Cuál es el objetivo de la cámara subjetiva… Creo que hacernos sentir, antes que nada. El propio impulso. La presencia invisible del que todo lo ve. La pasión ciega y clarividente de moverse, de estar vivo.

Pero hay un punto central, muy directo, el objeto del deseo y el ensueño, su encarnación-imagen. Vemos cómo la cámara aprovecha el rostro de la actriz, cómo, las luces, sobre ella, la aman. Así que creo que más allá de la bonita trama esta es una película sobre el amor que puedes sentir por un rostro, por tocarlo, pintarlo con luz, con colores. Con sombras. Un cuerpo, una textura, una mancha, un fantasma, una idea platónica que se puede al fin tocar…

Planos cercanos, así la miras muy muy cerca, cara a cara, como un buen adorador de imágenes. Importa el juego de dobles, para verla más: los juegos de espejos entre las dos historias, rostro blanco pálido sin maquillaje o hiper maquillado cual diosa o payaso, vestida cual sirena pelo negro, peluca dorada.  

El mundo queda reducido y ampliado a la cara, al cuerpo, a los gestos de una mujer hermosa. Difícil separar y unir sueño y realidad, si uno tiene la suerte de creer con inocencia que conoce la diferencia.

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