La literatura, se sabe, es una experiencia intensa. Sea la lectura de una obra fabulosa o de un poema vital, la experiencia lectora es asumir una energía vital. En ese sentido, en nuestro país hay ejemplos de cómo se asume esta experiencia de crear vida con palabras. Incluso, ya a inicios del siglo XXI, podemos dar testimonio de experiencias radicales. Los escritores que procuran captar todo el poder del lenguaje son, a veces, víctimas de esa intensidad.
Hay diversidad de experiencias. Tomando solo la de nuestro país podemos encontrar algunos casos muy especiales. Empecemos por el más colosal: José María Arguedas. Basta leer El zorro de arriba y el zorro de abajo, libro híbrido póstumo, para darnos una idea del grado de tristeza que cargaba nuestro gran autor. Algunos sospechan que los dolores de su infancia —de niño maltratado— y otras tristezas de su adultez, llevaron al autor de El sexto a darse muerte. En una carta póstuma afirmo que: “Me retiro ahora porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida”
Entre los poetas, que se muestran siempre iconoclastas y rebeldes, hay otros casos. Pienso en María Emilia Cornejo, Juan Bullita, Luis Hernández Camarero y Josemári Recalde. Nos referimos a un cuarteto de poetas que prefirieron adelantarle una cita a la muerte, cada uno de una forma particular. En el caso de la poeta María Emilia, autora del poemario póstumo A la mitad del camino recorrido, se sospecha que fue producto de un aborto prematuro que la sumió en una profunda depresión que solo pudo calmar con un cóctel de pastillas. En el caso de Bullita, cineasta y poeta, lo encontraron en un hotel sin vida. Por otro lado, los casos de Hernández y Recalde. El primero se inmoló en una vía férrera en Argentina; el segundo, como un bonzo, murió incendiado.
El erudito Ramón Andrés afirma que no solo se suicidan los locos, sin embargo, en los suicidas hay falta de ciertas sustancias (como la dopamina) o exceso de depresión y otros trastornos mentales. Nadie puede escapar de la muerte. Y algunos de nuestros autores, decidieron mirarla directo a los ojos. Nos queda su obra.
(Columna publicada en Diario UNO)