Por: Raúl Villavicencio H.
Sí, soy un pez, de apariencia espeluznante y poco atractiva. Muchos me llaman diablo, otros me consideran como un ser terrorífico, emisario de los desastres naturales, cuando lo único que he hecho fue nacer distinto a todos, fuera de las evocaciones de ternura que puede ofrecer la estúpida sonrisa de un delfín o la solemnidad de una estrella de mar.
Entre mis anhelos siempre fue conocer el exterior del océano, qué hay más allá de esta eterna oscuridad, y para ello me he propuesto subir, si es posible, hasta la superficie. ¿Cómo será? ¿Será tan distinto? ¿Existirán gigantes similares a los grandes depredadores? ¿Podré, acaso, obtener la quintaesencia de la vida? Qué será detrás de ese inmenso velo de espuma y mareas lunares.
Estoy más que consciente que este será un viaje sin retorno, y que no podré volver a contarles a todos cómo es ese “más allá”, de qué vale vivir sin recorrer lo nunca antes visto. No pretendo quedarme mirando lo mismo una y otra vez, cuando allá a lo lejos existe un tenue brillo que me quita el sueño cada noche. No busco ser uno más del montón, algo o alguien desconocido que nadie se percató que por un breve momento también forme parte de la lista de los vivos. Sin embargo, ¿cuántos de esos “vivos” pasan sus días dando vueltas constantemente, desaprovechando el tiempo en conocer? Me pueden llamar ingenuo, soñador, o demente, pero jamás conformista y cobarde.
Subiendo y subiendo, descansando solo por momentos, ese brillo cada vez crece más a la vez que mis fuerzas decrecen de manera proporcional. Nuevas formas aparecen, cantos de bienvenida o despedida me reciben cuando asomo por primera vez mi brumosa boca en ese mundo de éter. Un dios luminoso reina en lo que no son los dominios de los siete mares. “Por fin”, digo para mis adentros, mientras siento una agridulce resequedad. Todo es tan brillante, áspero y cálido.
Los humanos no dejan de mirarme extrañados, espantados, manteniendo su distancia, iluminándome con unos bloquecitos negros, es lo único que pueden hacer… es lo único que harán; muchos de ellos continuarán con sus vidas sedentarias, engordando y envejeciendo, leyendo historias de un pez horripilante y diminuto que al menos puede jactarse de haber sido conocido por todos.
Columna publicada en el Diario Uno.