Escribe Juan Cristóbal
FUJIMORI.
Nos bañó con baldes de sangre. A los recién nacidos también los bañò con baldes de sangre, con cielos y sueños atormentados. Nuestra infancia nos la hizo pasar en la cruz. Nos suicidaba todos los días. De repente, estando dormido, nos hizo despertar. Nos estaba ahorcando con su corbata con la que iba a la iglesia.
LO QUE SEREMOS CON PPK.
Hemos olvidado nuestras costumbres, no hemos adquirido nuevos hábitos. Queremos escaparnos leyendo revistas de moda o viendo tv. Nuestra vida se empobrece. Nuestro orgullo ya no existe o está mal ubicado: cerca del imperio. No nos queda ser más que máscaras que no bailan. Vagabundos perdiendo su vida en todas las tabernas del barrio.
NUESTRA VIDA.
Nuestra vida huye hacia las nuevas profundidades donde las estrellas están vacías de cielo. Los colores y los ojos se pierden. No nos queda ni siquiera el vestido del cuerpo. Debajo de nuestros brazos las aguas nos acuchillan con sus glaucos poderes. A pesar de ello, hay manos que se extienden, donde los pobres han escrito sus nombres.
ESTA VIDA.
Es un desastre. Se nota en las huellas congeladas de las ideas mortales, que no me dejan hablar, y menos murmurar. Sólo mirar mi carne pasearse, en sombras, por burdeles enloquecidos. Pues pronto, como un mono, volveré al acecho, a reconstruir recuerdos brutales. Y allí, como un cuchillo enloquecido viviré lleno de fiebres inmortales.
MUERTE.
Nos matan. Nos incendian. Ahogan todas nuestras vidas. No reconocen sus culpas y menos sus errores. Así son los ricos, la tenebrosa burguesía. Para ellos somos solos errores. Anuncios que hay que romper o desaparecer en aguas o incendios nauseabundos.
LOS DÍAS.
Vivimos como un ahorcado: bailando sin manos ni alma. Sorprendido por los títeres negros del diablo juntamos, en las arenas rojizas de los mares, nuestros ojos, pero el espantoso cielo de la tarde nos destroza. No nos queda más que morir y que el ruido encabritado de los huesos nos crispe frente a la horca de violentas carcajadas.
