Rafael López Aliaga está imbatible y la ola celeste crece a ritmo de coronavirus. Sus adversarios, al ver esta repentina subida, lo ridiculizaron motejándolo como Porky; pero López Aliaga chapó el guante y desde sus redes se autodenominó “El Tío Porky”. Sin embargo —fuera de la apariencia porcina, que el candidato ha sabido capitalizar— no hay nada más lejos de Porky que López Aliaga. Porque el cerdito bonachón, apocado y tartamudo poco tiene en común con el candidato celeste. Además, López Aliaga no quiere ser Porky sino Donald Trump. Y —como Trump— está arropado por cónclaves religiosos, cuenta con el respaldo de empresarios inescrupulosos y es defendido por turiferarios que se alucinan escuadristas. Y, tal como Trump, ya encontró a su único enemigo: el comunismo.
(Para escribir sobre López Aliaga hay que utilizar el lenguaje memo: es decir, las clasificaciones que se han vuelto moneda corriente en el discurso político contemporáneo: progres, caviares, fachos, religiosos, DBA, comunistas, etc.)
La arremetida celeste en las encuestas va generando sinsabores, disneas, subida de presión y amargura en los sectores progresistas del país. Las banderas de alerta —contra la ola celeste— se izan con temor. Los bien pensantes, la avant garde, la crema y nata del pensamiento progresista no se explica cómo ni cuándo ni el porqué. ¿Qué hicimos mal, dicen? ¿En qué momento, susurran? Y hacen lo que mejor saben hacer: enfrascarse en discusiones absurdas, en reivindicaciones estúpidas, en polémicas cojudas refundidas en revistas indexadas.
Causa gracia la línea estratégica que ha seguido la progresía nacional ante este fenómeno: han pasado de la ignorancia olímpica y de la burla condescendiente a la sorpresa, al terror, a la indignación. Y es que ahora comienzan las recriminaciones: no debimos ignorarlo, dicen. Como todo virus, la ola celeste va tomando cada vez más fuerza.
¿Por qué sube López Aliaga en las encuestas?, se preguntan los politólogos asalariados, los imitadores de Duverger, los discípulos de Norberto Bobbio. Es el pensamiento facho, el retorno a la Edad Media, el regreso de Jurassic Park sin Spielberg, declaran. La era Mezosoica ad portas del bicentenario, dicen los corifeos de lo políticamente correcto. Y quizás estos académicos de balcón encontrarían la respuesta si abandonaran sus mullidos asientos y se dieran un par de vueltas por la realidad. Ahí donde prolifera el votante de López Aliaga, ahí donde se encuentra el germen de su arrastre popular.
Se ha hablado hasta la saciedad del cambio de Constitución. Y las motivaciones para llevar a buen puerto este mecanismo —que no es reivindicado por López Aliaga— tienen mucho que ver con el endose a su pensamiento. En el Informe de Opinión llevado a cabo por el IEP, en diciembre del 2020, se veía claramente que el grueso de la población no tiene ideales progresistas. Muy por el contrario, los principales cambios que haría el ciudadano peruano —con relación a un cambio de Constitución— según la encuesta, están referidos al empoderamiento de la política de mano dura, más intervención en la economía y el fortalecimiento de los valores cristianos y de la familia tradicional. La agenda ideológica del común de los peruanos es más conservadora que progresista, como se puede deducir. Es obvio que darse cuenta de esto no necesita —necesariamente— de una encuesta: basta salir a la calle y comerse un ceviche. El dinosaurio siempre estuvo ahí. Así las cosas, sólo a quienes no conocen la realidad peruana —excepto por documentales y revistas académicas— podría parecerles extraña la subida de López Aliaga en los sondeos.
Y es que López Aliaga es la encarnación del hombre pragmático:
¿Qué, hay políticos corruptos? Tenemos que meterlos a la cárcel, inmediatamente. ¿Qué, Odebretch le robó al estado? Inmediatamente se pide su expulsión. ¿Pero y las colaboraciones eficaces que comprometen a políticos? No interesa, se les mete presos. ¿Pero cómo se les mete presos si se expulsa a Odebretch y ya no hay colaboración eficaz? Es que se tienen que crear mecanismos.
¿Qué, alguien quiere que se le practique la eutanasia? ¿Por qué tanto trámite? Que ponga buena música, que se corte las venas y se mate. O mejor aún, que se tire de un edificio.
¿Qué, hay niñas violadas? Entonces yo las llevo a mi hotel, las cuido nueve meses y luego vemos qué se hace con el niño. Y van a tener piscina y lujos.
En conclusión: López Aliaga se pasa las instituciones por el forro.
Esta encarnación de hombre pragmático conecta bien con los electores que —a diferencia de López Aliaga— no han tenido el tiempo ni los recursos para profundizar en el conocimiento y práctica de las instituciones. Y esto es algo que López Aliaga sabe capitalizar muy bien. El pensamiento facho, autoritario y conservador arma su orgía con esta clase de insumos: de ahí se explica su repunte en las encuestas. Le da al pueblo lo que quiere, conecta con el pensamiento popular: si el pueblo fuera un zapato, López Aliaga sería la horma.
¿Y los progresistas? Se saben divorciados del pueblo, pero quieren escuelearlo, decirle qué está bien y qué está mal. No podría ser de otro modo. ¿De dónde salen los proyectos, las consultorías, los estímulos a la cultura? Hay un tipo de progresismo que necesita del pueblo —aunque reniegue de él— porque medra a su costa. Y López Aliaga es solamente la encarnación del hombre pragmático. Si este tipo de progresismo fuera sincero afirmaría —sin ambages— que el pueblo tiene un componente facho, conservador y autoritario. Pero no lo harán porque el bitute se los impide, porque viven y engordan del pueblo. Para piñata tienen a López Aliaga, que es el pueblo materializado en la figura de un empresario inescrupuloso y avieso.
Porque el ciudadano común es un López Aliaga en pequeño; esa es la única ideología de nuestra sociedad: la pendejada. Y López Aliaga es el pendejo máximo: el inescrupuloso. La derecha autoritaria ya fichó por él y su maquinaria de campaña quiere convencer a los indecisos que él es la voz del pueblo. Que el comunismo ha destruido todo, que los ideales del progreso son pamplinas, que el darwinismo económico está insertado en los genes. Que solamente él puede sacar al país del atoro. Como si el Perú fuera su sucursal y los peruanos sus peones. Como si el Perú se apellidara Rail. Como si ser asquerosamente rico fuera credencial de honestidad. Y López Aliaga se siente el Donald Trump peruano, un Bolsonaro chiclayano, Le Pen de Miraflores. Solamente un desavisado podría considerar que López Aliaga representa el cambio, el juego limpio de la economía o el progreso de la sociedad. Solamente alguien que cree que los chanchos vuelan podría creer en el verbo atolondrado de López Aliaga. Y Porky no necesita un Red Bull, sino una manzana en la boca.