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Sobre Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro, de Daniel Titinger

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La primera pregunta que me hice al terminar de leer Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro, de Daniel Titinger fue cuál ha sido el propósito del autor al publicar este libro, resultado de entrevistas, viajes, lecturas, amanecidas, anochecidas, visitas de cortesía, de soportar brebajes tan deleznables como el  champagne, amén de poner carita de encanto ante los “bucles, retratos, pañuelos, cartas de amor”  que Titinger ha tenido que enfrentar con el proverbial coraje de los soldados del Ejército peruano.

De seguro todos me dirán, “Eh, chiquillo, todo está en el título: “retrato”, hacer un retrato de Ribeyro. Sí, está en el título, “retrato”, en singular. Sin embargo, aquí de lo que se trata es de la pluralidad de imágenes, o más bien de retratos de Julio Ramón Ribeyro. El primero, evidentemente, el de un gran escritor, pero también de muchos otros: el de un individuo tímido, el de un amigo alegre y leal, el de un intelectual que acepta un alto cargo de confianza sin mirar el signo ideológico de los políticos que le nombran, el de un enfermo crónico, el de un tipo sometido a su esposa, el de un enamorador ya entrado en años, el de un amante de la vida en el ocaso de la misma.

Si hay que expresar un primer mérito al autor de este libro, es su honestidad. La intención de Daniel Titinger ha sido, parece, me parece, la de mostrar al hombre Julio Ramón Ribeyro, tal como es percibido por los otros, en diferentes momentos de su existencia, en actitudes diferentes. Otro mérito es la calidad de su escritura: una prosa ágil, ducha, eficaz, que se concatena así misma para ir revelando los testimonios de aquellos que frecuentaron al creador de La palabra del mudo. Sobre su escritura, es evidente que Daniel Titinger sabe lo que hace pues es acaso su experiencia como periodista la que le ha hecho lograr esta suerte de crónica con visos de composición literaria.

Los testimonios recogidos por Daniel Tatinger vienen de fuentes diversas pero sobre todo de familiares cercanos y de amigos escritores. Entre los familiares, el que más espacio ocupa es la viuda de Ribeyro; también aparecen su hijo, una de sus hermanas, un sobrino. Entre los escritores, algunos que no aportan mayor novedad pues están hasta en la sopa (de letras, obviamente) y sus declaraciones son relativamente conocidas: Alfredo Bryce Echenique, Guillermo Niño de Guzmán, Fernando Ampuero. También figuran las declaraciones del periodista y conocido ribeyrólogo Jorge Coaguila, las de algunos compañeros de colegio de JRR, y, novedad, algunos personajes femeninos relacionados sentimentalmente con el autor (de Prosas apátridas, no de Un hombre flaco), la de pintores que lo frecuentaron en los primeros años en Paris como Alberto Quintanilla.

Pues bien, Daniel Titinger nos presenta a un hombre que fue esto y aquello. ¿Qué se hace con eso? ¿En qué medida este “retrato” nos da luces sobre la obra del escritor? Si bien se mencionan algunos de los libros de Ribeyro, hubiese sido un trabajo más rico aludiendo un poco más a su obra en los retratos.  Aun así se trata de un libro meritorio, hecho en un país donde el género de la biografía es poco practicado (por lo demás, se nos anuncia que Jorge Coaguila trabaja actualmente en una biografía sobre JRR).

Salvo pequeñas imprecisiones como cuando Daniel Titinger habla de los diarios del escritor francés Chateaubriand, aunque él no escribió ningún diario sino sus memorias, Mémoires d’outre-tombe, o una ligera confusión como cuando llama al hijo de JRR indistintamente Julito o Julio Ramón Ribeyro (pues homónimo de su padre), estamos ante un trabajo hecho con seriedad y, a todas luces, también con cariño hacia el autor. Tal vez el propósito de este libro fue el de encontrarle significado a esas facetas de JRR, a lo que podría ser la palabra Rosebud.

 

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