Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Sobre Rosa Mística de Augusto Tamayo en el feriado consagrado a Santa Rosa de Lima

Un artículo de Percy Vílchez

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En este día he vuelto a ver Rosa Mística y, realmente, no discrepo de la reflexión que expuse en el año 2018 cuando la vi por primera vez y por eso comparto aquel texto de modo íntegro a continuación:

El prestigio del cine peruano es solo un proyecto pese a ciertos logros internacionales de algunas producciones de los últimos años y a algunos cineastas casi míticos como Armando Robles Godoy.

Por los elementos descritos, podría parecer otra cosa, pero eso sería incidir en un error de perspectiva. Esta característica del cine nacional, sin embargo, no debería sorprendernos en tanto todo el país se ha sumido en estas apariencias una y otra vez.

De hecho, en un país donde la industria cinematográfica es inexistente salvo por los esbozos o muestras equívocas de las producciones de Tondero -«bestia negra” de todo buen cinéfilo y, también, de todo esnob con siquiera dos gramos de cultura cinematográfica-, y las producciones «independientes» ajenas a toda desmesura estética y de propósito, además de no existir un estímulo estatal adecuado respecto de utilizar al cine como una herramienta de conocimiento y direccionamiento de la identidad nacional o de, al menos, un incidente que provoque y produzca reflexiones inmediatas y a largo plazo en los espectadores, es un logro importante que se intente pensar a nuestra inconclusa nación a través de sus personajes históricos más descollantes. En este caso, Isabel Flores de Oliva, Santa Rosa de Lima.

Así, la película propuesta por Tamayo constituyó una oportunidad para emocionarnos con una de las pretensiones más ambiciosas que haya acaecido en peruano alguno en el curso de la Historia: tener acceso al éxtasis, la iluminación y ver cara a cara a Dios mismo, en suma, la apoteosis de la existencia de la Patrona de América.

Lamentablemente, las formas propuestas antes que incitarnos a ambicionar algo parecido conducen al espectador, más bien, a un adormecimiento progresivo de los sentidos. En este sentido, «Rosa Mística» nos parece más un documental antes que una propuesta singular. Quizás, el excesivo celo investigativo de Tamayo le restó el vuelo imaginativo e intuitivo que una mística tan grande como la santa limeña, sin duda, merecía y merece.

Lo positivo, en todo caso, fue que los actores asumieron su participación con entereza y hubo no pocos desbordes de brillo. Partiendo de la protagonista, Fiorella Pennano, cuya atinada interpretación la acreditó como una de las actrices jóvenes con mayor credibilidad respecto de su talento y sus posibilidades en el futuro, hasta los veteranos que hicieron el papel de confesores-inquisidores (Carlos Tuccio, Bruno Odar–pese a que su personaje antagónico no llegó a tener vida propia–, Hernán Romero y Alberto Ísola), además del médico que evaluó a Rosa y da testimonio «científico” de su proximidad al éxtasis con el marco rotundo que caracterizó su sello actoral, Jorge Chiarella. Por otro lado, la fría serenidad de Miguel Iza, tan reconocida y valiosa –cuando así corresponde–, fue la contraparte ideal de la turbulenta performance de Sofía Rocha -la madre de Rosa de Lima- que fue una antagonista tan histérica como hepáticamente brillante y se hubiera robado las primeras planas del reconocimiento sino fuera por Pennano quien en un acertado histrionismo mostró una parte del exceso y la pasión que se intuye habitó en el personaje real que intentó dar vida. Sin embargo, como en la primera entrega del poeta de «El Espejo y la Máscara» de J. L. Borges hubo una muy buena representación escénica, pero nada más porque esta película, en su totalidad –pese a ser estimulante en algunos pasajes– no logró que en los pulsos corriera más a prisa la sangre.
La corrección histórica propuesta por el realizador no se avino a la exigencia máxima de la vida de todo místico: la lucha contra el demonio. Lo peor es que al querer «sugerirla» se produjo una incierta situación «cómica» ante la ermita de la Santa entre un perro negro -prototípico del mal en el cine- y un prospecto de galán acosador. Por ello, además de las otras razones propuestas, la perspectiva de la vida espiritual de Santa Rosa se ve demasiado plana y desprovista de la oposición adecuada, exenta de un contrapunto muy necesario para advertir la totalidad de una existencia consagrada al mundo del Espíritu.

En este extremo, cabe anotar que el arte peruano del último medio siglo, por decir lo menos, adolece de una fatal ausencia de tensión metafísica y así toda manifestación espiritual que se ha expuesto en este medio se ha manifestado de un modo plano y poco atractivo salvo por excepciones que en el momento de cursar estas líneas no recuerdo.

Esta condición debería acabarse pronto y si atendemos a la intensa tradición de excesos espirituales de nuestra tradición advertiremos que bien podrían ser revisitados con el fin de enfocar nuevos modelos de aproximación a la realidad del espíritu. En poesía, el Vallejo que confronta a Dios con todos los recursos que le confirió el hecho de ser un aprendiz de mago, es decir, un poeta pleno y verdadero («hoy que en mis ojos brujos hay candelas,/ como en un condenado,/ Dios mío prenderás todas tus velas/ y jugaremos con el viejo dado./», fragmento de «Los Dados Eternos»), es un muy buen ejemplo y una clara muestra que cuando se aparta del marco exploratorio trilceano tan alabado en los últimos tiempos tiene aún cierta savia muy profunda y raigalmente metafísica. También, deben ser mencionados otros poetas como J.E. Eielson, Juan Ojeda y Walter Curonisy quienes nos ofrecieron muestras de hondas preocupaciones espirituales cuyos caminos no han sido emprendidos por continuadores que estén a la altura. Lamentablemente, el predominio del «realismo» en el ámbito de nuestra literatura -narrativa- nos ha privado de exploraciones más profundas del alma humana al modo de Arlt o Dostoievski, autores en los que todo el contorno de la existencia humana parecería haberse definido en el borde mismo del abismo del espíritu.

Retomando la línea concerniente a la película «Rosa Mística» debo concluir que no es una obra perfecta, pero sí es una propuesta que debe considerarse por lo atinado de la ambientación de época; lo alambicado de muchos de sus diálogos, poblados de adjetivos al modo del siglo XVII -acierto total-, que en cierta manera tienden a reparar la falta de continuidad y consistencia narrativa de la muestra; lo intenso de las actuaciones de Pennano y Rocha; y, no pocos enfoques y tomas que han rondado la belleza como la secuencia de la «iluminación» de nuestra santa poco antes de su muerte, secuencia importante porque reconforta al espectador tras presenciar una agonía cuya justificación es poco probable.

Finalmente, hubo, en su momento, quienes sugirieron ciertos modos del feminismo en el personaje que ha caracterizado Pennano. Ese es un error de cálculo y un malentendido. La «rebelión» de Rosa de Lima fue contra el mundo y en favor de hallar la satisfacción de su alma al punto de lastimarse y dañar su cuerpo puesto que le estorbaba el camino al éxtasis místico, circunstancia que excede en todo la reivindicación de su independencia femenina. Además, la santa no pudo ni intentó escapar del ejercicio imperial de su padre y de los confesores-inquisidores que tenía. Por lo tanto, el feminismo no tiene nada que ver en estos predios.
Reitero, la película es atendible si uno tiene cierta disposición a explorar la historia del país y la vida de sus grandes personajes mas si se busca una aproximación al pulso estremecedor del alma de los santos esta película no puede ofrecer ninguna clase de satisfacción perenne.
Quizás lo expuesto en el párrafo anterior no implique ninguna «tragedia». A fin de cuentas, ¿cuántos obsesos por la gloria -o por verla de reojo tan siquiera- van a desgastar, en razón de alcanzar propósitos tan elevados, las butacas y sus propios tiempos personales cuando se trata del cine peruano?

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