Martes 22 de febrero, Librería Sur de San Isidro, somos pocos pero somos. José Miguel Oviedo está en Lima a donde ha venido para presentar “Una locura razonable. Memorias de un crítico literario,” y quienes hemos respondido a su llamado no superamos la veintena. Este es quizá el destino de la crítica, aquella especie cuya lectoría parece adelgazar y caminar con más dificultad como lo hace esta noche un desmejorado Oviedo, de quien se valora su peregrinaje por las tres veces coronada pese a su innegable deterioro físico.
Mercedes Gonzales, directora de Alfaguara Lima, y Fernando Ampuero, se han encargado de datearnos de qué va el libro (aunque el título lo dice todo). Ampuero se extiende: “Observaciones generales; anécdotas sabrosas; pasajes dramáticos, vida dedicada íntegramente a la literatura; un género y tratamiento que evocan a Chateaubriand; peripecias y vicisitudes del auge latinoamericano de la que Oviedo fue testigo”. Y luego, paso redoblado por los capítulos del libro, donde vamos a encontrarnos con los gustos cardinales del crítico: Kafka, Borges y Joyce; su estrechísima amistad con S. Salazar Bondy, Loayza y Varguitas; su primer encuentro con Mutis y Gabo en Colombia; un viaje en avión militar con Arguedas; y la experiencia con el LSD prescrito por Javier Mariátegui, el hijo de José Carlos, entre otros datos llamativos.Hasta aquí el anecdotario.
La parte seria, los esclarecimientos, llegan con las palabras del autor, quien es interpelado por Ampuero para que precise aquello de “una locura razonable”. El crítico se adelanta con una confesión: escribió estas memorias dos décadas atrás con la decisión de no publicarlas en vida; pero su resolución de que aparezcan ahora “es producto de un proceso difícil. El primer lector de estas memorias fue Alonso Cueto, y fue él quien me animó a publicarlas”.
“El título de una locura razonable es el resultado de la descabellada idea de dedicarme a la crítica en un país como el Perú de la década del cincuenta. ¿Qué sentido tenía hacer crítica en ese tiempo? Era una cuestión delicada. Fue una ‘locura’, porque se trataba de un desafío a las leyes de la probabilidad, un gesto de provocación, una total locura. Pero ‘razonable’ porque se trata de un ejercicio de razón, porque la crítica busca explicar lo inexplicable”.
Y Oviedo se extiende aquí en fundamentarla tarea del crítico quien trabaja sobre aquello que es un milagro como es la creación literaria, la cual “parece no tener causa o razón de existir; pero la crítica es la que proporcionalas razones que explican ese milagro, ese acto contranatura”. “El crítico tiene que pensar en lo que el creador no pensó. El creador tiene una espontaneidad fundamental y al crítico le interesa lo que está detrás de esa espontaneidad”. “Las razones por las cuales la literatura existe son tan extrañas que cautivan al que trata de explicarlas”.
José Miguel se califica como un crítico que intenta establecer una red de relaciones entre libros: “El crítico debe tirar una red y formar una constante entre las obras que lo cautivan, y producir luego un sentido para explicarlo”.
A la hora de autodefinirse cita un verso de Octavio Paz (“soy el desconocido de mí mismo”) para luego explicarlo con este divertimento: “no somos lo que creemos que somos, pero tampoco somos lo que otros dicen que somos; por lo tanto, no sabemos quiénes somos”.
Enseguida, confiesa: “A veces siento una distancia terrible por lo que escribo y luego leo”. “Un crítico es un lector profesional, un lector que escribe mientras lee; y yo entiendo los libros cuando escribo sobre lo que leo. Y eso luego me sorprende: ¿cómo escribí eso?, ¿cómo pensé eso?”.
Una última sentencia, “La crítica es una tarea ruin pero a la vez maravillosa”, cierra su intervención, y tras escucharlo no hay más que hacer allí. El libro tiene descuento de 20% pero mi presupuesto es frágil. Otro día vendré por estas memorias y su “locura razonable”.