Opinión

«Sobre los Pastos Secos», de Nuri Bilge Ceylan

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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¿No te gustan esas películas que parecen ambiciosas y humildes a la vez? Que parecen ambiciosas porque exigen ciertas condiciones. Porque requieren una cierta extensión, ‘no muy humilde’. Y un tono. Que reivindica (sin complejos) lo complejo en aquello que podría verse simple (‘gente simple’). Es en la ejecución misma donde se juega casi todo. Si el director triunfa es porque logrará sortear peligros variados. Sonar declarativo o pretencioso. Ser o parecer un tonto sentimental —y así echar la sutileza por el traste—. Ponerse solemne, como quien imparte lecciones. Usar ‘diálogos profundos’ que más que nacidos de los propios personajes revelen ridículas ‘ansias de trascendencia’. Ser un maniático ingenuo por ‘la obra maestra’ etc.

Pero la ambición es humildad, si son películas que te dicen… Tranquilo, no temas, es así. Necesitas tiempo. Necesitas la vivencia de un espacio, la vivencia de una ‘nada cotidiana’, de la ausencia o de la escasez de sentimiento, de su aparición tímida, su progresiva cercanía, su plena manifestación… hasta su dulce explosión. Esa experiencia espaciotemporal es necesaria para ti, no es un capricho de la película. Experiencia única. Carnes y objetos y lugares concretos. Tienes que vivirla.  

Espacio, Tiempo. Si insistes (oh mundo rápido, quién quiere una película que dure más de tres horas…) Para qué. Para que, en medio de esa conformidad, de esa atmósfera humana automatizada y borrosa y ciertamente opresiva, de ese ‘así es la vida y no hay mucho más’, surja, por fin, el sentimiento. O si quieres decirlo de esta forma: cómo es la vida. Qué tiene valor para ti. Queremos lo vivo. Saber que sentimos.   

Un profesor de talante escéptico hundido en una localidad apartada de Turquía. Una alumna que le profesa afecto y luego un frío y hermético odio vengativo… Una mujer, ética y mentalmente de lo más completa, que bueno, carece de una pierna en una zona un poco más allá de la rodilla. Lo cual es sexy…  

Películas que parecen humildes porque tratan de pequeños sentimientos. Que son, y esa es la verdad, el centro. Negado, reprimido, desvalorizado, escondido, clandestino. La película te dice resueltamente: creo en los sentimientos. Y muestra —tomándose su tiempo, mirando con sabiduría el proceso— lo que en realidad nos hace humanos.

(Película vista en el 27 festival de Cine de Lima)

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