Cultura

Sobre la poesía contemporánea peruana, por Julio Barco

Published

on

¿Qué puedo decir de la poesía de mi generación? ¿Qué decir aparte de que estoy cansado de casi todos y que siento que no hay una ambición mayor que sea loable? Lamento no dar el tono optimista y alentador que el arte debe poseer, pero, este es el Perú, señores, un país inculto, aburrido, atosigado de gente que trabaja para no morirse de hambre, de intelectuales como Montalbetti bien almorzados que objetan los linderos del poema, mientras Verástegui fallece sin ningún tipo de reconocimiento, con una multitud de obras que no serán editadas sino hasta que reemplacemos el chip que domina el mercado nacional.  Aquí nadie lee y los intentos por hacer viable este sueño son, en gran medida, carentes de la posibilidad de sostenerse.

Todo destruye el sueño voraz y literario de cualquier joven y los que sobreviven —o se meten a trabajar al Estado o montan una suerte de parafernalia literaria que sirve para no morirse de hambre— son carne de cañón de la voracidad de nuestro Estado. Aquí, señores, donde los niños se juntan para observar las flores, se trafica, se roba, se intentan algunos sueños, se estipula la realidad, se juega con lo real entre signos, se arma grupos políticos, se mata.

Aquí, señores, la poesía crece y sacude las entrañas de los pisos resquebrados como una suerte de indómita higuerilla, como una suerte de voraz aliento que permite observar en medio del fango la hermosura de algunas flores. Todos pues reproducen el mismo absurdo y la misma superficialidad que inundan las redes sociales, la vida y la sociedad en general: poesía flácida, sin vigor, sin capacidad de romper el Canon —cada día y año más lánguido, cada día más horrorosamente pegado a Vallejo sin ver a otros como Verástegui— la realidad, necesita circo, pan y pollo a la brasa, no Poesía. Más en mi país, es decir, practicarla requiere tener la mirada muy honda en el juego poético y en la realidad que habitamos.

Por eso, casi todo el meollo de la poesía peruana gira en torno a la política. Si fuéramos una sociedad nórdica, sin problemas políticos, tal vez nos dedicaríamos a pensar en la efímera materialidad de la nieve, o los ocasos álgidos ocasionarían todo tipo de problemas.  Y esto es una realidad tan sustancial que a nadie le importa. Es decir, es muy complicado tener un público consciente de producto que usamos para que nos lea y entienda del modo más profundo. Como en todos los siglos, cantamos en el vahído de las eras, en el miedo profundo a estar solos, en los días

¿Qué poeta de mi época es el más representativo? Ninguno. ¿Cuál dejó todo por su arte para dedicarse a escribir como la única vid y el único destino? Nadie, nadie, nadie. ¿Cuántos ahora son orondos psicólogos, funcionarios de estado, diseñadores de sistemas operativos para el internet?

El Perú no es solo el país del ceviche y del pollo a la brasa, de los incas y de la Guerra del Pacífico (que, por cierto, perdimos) sino también de algunos héroes, no de los que van a una guerra ordenados por el Estado de cada país, sino héroes que no asesinan, héroes que no poseen otra arma que su lenguaje. Pero no nos pongamos tan tristes tan temprano, que ver la realidad de la poética de estos años es algo que trauma y desalienta, sin embargo, hay pequeñas ínsulas, pequeños brotes que no significan una dimensión profunda o critica.

Por ende, la poesía es una flor rarísima, algunos la poseen de modo natural pero no se consigue precisamente leyendo muchos libros. Como en todo arte, la poesía posee su propia alquimia, su propia esencia y todo esto conlleva a tener en claro que, frente a la vicisitud, este país también ofrece un pentagrama único, una realidad variada y un espacio para pensar la realidad tan gigante, pero tan gigante que produjo a un Vallejo y a un Vargas Llosa, con sus méritos propios evidentemente, pero también con la propia amalgama de su propio sonido, su propio Dolor, con D de deuda, duelo y demasiada diversidad; por algo, y en el más alto grado de la aceptación, Arguedas llamó al Perú, “el país de todas las sangres”; y así solo así entendemos pues la épica de un Valdelomar frente a la intemperie ganando lo mínimo para seguir dando movimiento a esa gesta de actuar y hacer literatura en este país; solo así se comprende el rechazo visceral a un César Vallejo, encarando a su época en la misma médula de los sentidos, pero también a un Juan Ramírez Ruiz, que entregó su seso a la construcción del arte peruano, como Varela, como Adán… y tantos otras estrellas que de solo nombrarlas, me provocan una luz tan pesada que ilumina y ciega, pero ciega y destroza y desportilla todas las paredes de mi mente.

Por eso, hablar hoy de cuatro voces de poetas peruanos me resulta tan conmovedor y de interés general pues devela, con uve de uva, mejor si es uva pisadita para el vino, la realidad de nuestras sensibilidades. Allá los que todavía sigan pensando que la hegemonía del pensamiento peruano poético gira en torno a dos o un nombre sino que muta y se embriaga de lo plástico de cada época, de la realidad loca de cada época, de la fuerza de cada época.

En el temperamento de Chumbile, encontramos una reconciliación con la Orbe, con esas voces que suenan en las calles y descubre su sensibilidad con la empatía de un poeta que habla desde sus adentros pero mantiene alto el sentimiento de su propia revelación; es este joven limeño el autor de Mashqa que descubre una sensibilidad propia y una fuerza que, sin duda, provocan una suerte de conmoción; Chumbile observa la realidad: calles, puentes, buses, peines, niños, gente parada en los buses intentando sostenerse salvajemente para no caer desvaídos de sueño, el sueño y cansancio que palpita en su arte es el mismo de los miles de peruanos que buscan el cobre y el pan todos los días; la aventura de Castro, por otro lado, es diversa: agrega la jocosidad de la época, la famosa posmodernidad que no era sino una modernidad más extendida, es un autor cínico, que junto a otros cínicos montaron una suerte de fiesta de disfraces que fue Sub–25 quizá el peor intento de hacer algo trascendental para la época; sin embargo, ¿es necesario abrir este juguete llamado Sub–25 para que nos quede claro?

Hasta donde yo sé casi ningún ataque fue certero, se dijeron algunas cosas positivas y hasta el bobo de Montalbetti afirmó su ubicación poética, etcétera; sin embargo, y —como hoy pensaba mientras me afeitaba— la gente se merece la realidad que posee, es decir, el facilismo, la poesía solo subjetiva,  y copiada de la movida All Lit se cuela en nuestro país para reproducir una suerte de fiesta en Surco donde el hijo de Federico Salazar se alucina poeta y algunas flacas creen que ser feminista, en este país, es cambiar las vocales; así de grave andamos y por eso, este conversatorio tiene algo de anímico, porque hace tiempo es necesario abrir la mente  y criticar, hablar y levantar  la voz contra los simulacros de arte que suceden en este país. Por otro lado, Koronel es un autor silenciado por su racionalismo en el área que le da de comer: Psicología. Y Álvaro Cortés Montufar es un lector agudo de Verástegui con lectura propia de su mente y sensibilidad. Quizá, para mi gusto y exploración, prefiero más las poéticas de Chumbile y Álvaro, sin negarle —pese a lo ya mencionado— valor como objeto de mi época de estos paisajes en la pintura rupestre de la mente contemporánea. Sin embargo, no puedo dejar de admitir que hay talento en autores como Castro o Koronel que permiten ver que el arte poético es algo más aéreo, un riesgo, una suerte de brújula interna. Sí, nadie puede negar la insistencia y el entusiasmo de algunos, pero el arte, el espíritu y la voluntad no son repartidos con igualdad.

Y aquí va mi grito: quizá la música de mi época debe ser un largo y silencioso concierto, una furiosa inmolación, el fuego abriendo la mente destrozada por el absurdo y la vacuidad. Ahí donde el psicólogo calla, el poeta canta; ahí donde el Estado les paga la vida a ciertos artistas, hay algunos Oquendo de Amat que mueren pobres en España, algún Juan Ramírez Ruiz que se aleje de lo real para seguir su épica.

Por algo, en una carta de 1871, el fabuloso Rimbaud exclamó que los románticos eran vagos errantes, apenas dentro de la realidad de su época, haciéndose profesores o trabajando de lo que sea; algo que conectaba a los románticos con los místicos. ¿Estos anteriormente son los románticos de nuestra época? Quizá.

Comentarios

Trending

Exit mobile version