Con “Sinfonía del Kaos”, Rodolfo Ybarra, se revela, de modo natural, como la voz más representativa de la generación del 90. Es “más poeta” que otros “representativos” de su generación. Poeta de “Arte Mayor”; él no se aferra a “expresiones-palabras-metáforas-imágenes” ingenuas y de escaso calibre semántico. Su poesía se dispara ametrallando la “realidad-cultura-política-valores”, despotricando, mostrando lo pútrido y destrozando todo para demostrar sus vacíos: lo fútil, lo artificial, la muerte, la estupidez de este mundo de tecnologías contaminantes, venenosas, enajenantes, estériles: dicho de otro modo,inhumanas.
“Sinfonía del Kaos”, de Rodolfo Ybarra, es un poemario que dará mucho que hablar a los señores dedicados a las ciencias sociales y a otras personalidades. No es un libro de poema más, como muchos que aparecen a diario en esta ciudad de Lima. Es un excelente libro de poemas. Excelente como lo es “Trilce”de Vallejo, “Una temporada en el infierno” de Arthur Rimbaud, “Cantos de Maldoror” del Conde de Lautréamont, “Los extramuros” de Enrique Verástegui o “Aullido” de Allen Ginsberg”.
Tal vez mi impresión de “Sinfonía del Kaos”, sea exagerada. De hecho que lo es. Nuestra realidad igualmente lo es. Reconozcamos, “Sinfonía” no será un poemario que inaugure una nueva forma, estilo u onda de hacer poesía. Como sí lo lograron Vallejo, Rimbaud, Lautréamont, Allen Ginsgberg. Pero continuará siendo bueno. Bueno por varios méritos. Bueno porque ha sabido nutrirse y asimilar lo mejor de la tradición poética llegada de otros lares, como ha sabido asimilar a Carlos Oquendo de Amat, César Moro, Enrique Verástegui, entre nuestros connacionales; y bueno desde su impecable formato y edición hasta los contenidos de los cinco “Bodegones” de que consta el libro. Contenidos que estremecerán, causarán repudio, asco, desazón, rechazo a su lectura, en más de un ingenuo lector; y por aquí uno de sus grandes méritos: el “yo que poetiza” (conciencia del poemario, ojos que avisoran la “ciudad-real”), sabe retratarse a sí mismo y, por ende, sabe retratarnos a quienes vivimos y padecemos esta “insoportable ciudad de Lima”.
“Sinfonía del Kaos”, resulta en este “retratarse” por dentro y por fuera de sí mismo, en cierta forma la conciencia-espejo de nuestra historia coyuntural citadina. Esto es lo que somos, así somos, así sentimos y padecemos esta mugrosa o asqueante ciudad de Lima, hoy y ahora, quienes la caminamos, pisoteamos, escupimos y observamos, mientras el deterioro y el caos imperante la sumergen cada vez más en la patética feria del smog, los ruidos infernales y en las mil formas de la contaminación ambiental. ¿Por algo habitamos en esta ciudad-chatarra, no?
“Sinfonía del Kaos”, es el testimonio de un poeta joven marginal que detesta la formalidad. Representa la voz y el sentir de millones de jóvenes de la Lima de hoy. Pero deviene en legajo histórico al testimoniar fielmente no sólo el deplorable paisaje exterior de una “Lima-basural-infierno-cementerio”, sino, además, al revelarnos las muchas formas de “neurosis” que todos sus habitantes, de uno o de otro modo –y sobre todo los más jóvenes- llevamos “como una bomba de cobalto sobre tu cáncer” dentro. Neurosis, desquiciamiento, visión de pesadilla “necesidad de agredir gratuitamente”, sensación de locura, anhelos de vomitar sobre el rostro de los demás, “ganas de matar a alguien”, pero trambién deseos de vagar, extraviarse y de amar y ser amado hasta la muerte, son algunos de los impulsos que arrastran al “yo poético” para facturar con vehemencia al borde de la locura, estos poemas.
El “yo-conciencia-poetizador” del poemario, desde la “Obertura” inicial del “Bodegón I”, al tomar conciencia de saberse quién es : “No tengo casa y habito los lugares más miserables de la marginalidad”, se descubre y declara a sí mismo:
“Soy un anarco sindicalista/ soy un Marxista
confeso/ soy
un estúpido social demócrata/ soy un maldito cristiano
soy un perro khrisna/ soy la última rueda del coche/ soy
el último hippie en decadencia moral
soy un metalero sin suerte/ soy un subterráneo
desquiciado/ soy la última gota de esperma lanzada en el
vientre de la humanidad
Y aquí estoy enfrentando mi cara y mi cuerpo con el puño
Artero de la realidad/ y no tengo nada que perder”.
Por eso su reafirmación, hecha de irreverencia
cargada de impotencia, odios y sentimientos de incomprensión y desafío:
“Me cago en los carros último modelo/ me cago en
la
tecnología de desecho imperialista/ me cago en todos
los que niegan mi capacidad de juicio y mi razonamiento
dialéctico/ y nadie va a liarme una camisa de fuerza/
nadie va aniquilar mis palabras/ nadie va a encerrarme en
las mazmorras de la formalidad”.
De ahí que concluya:
“y yo levanto la mano y agarro la cachiporra de la
historia”.
“yo canto y soy la historia por donde vamos caminando
al borde la locura y del orgasmo”
Es decir, el “yo poético” se sabe conciente de su
rol. Su voz poética: se hará “historia” en la medida que denuncie, despotrique
y despedace la “ciudad-cementerio-infierno-basural” aunque sea con la poderosa
maldición de su escupitajo poema.
Para ello, mientras deambula por la ciudad que se tornará “histórica”, no por
los historiadores oficiales, sino merced al poder reconocido de la poesía, se
acompaña de importantes personajes: poetas universales (Walt Whitman, Sylvia
Plath, Rimbaud, Lautréamont) músicos famosos (James Douglas Morrison), la
copulada Clocharde, pintores marginales (Víctor Humareda, Vincent Van Gogh),
como de la imagen de la mujer amada, y los dolidos fantasmas de la abuela y del
padre. Por quienes el poeta no vaga solo, aunque sufra de soledad y
marginación; la lucidez, la luz de su inteligencia, la rabia de lucha: las
lecturas de los libros que ama y la voz y compañía de sus fantasmas amados.
De estas pasiones, la locura del amor es la razón más poderosa para no perder
del todo la brújula en medio del “kaos”. El amor, con su ráfaga de lujuria,
ternura, deseo, odio-caricia, odio-amor, le es el rostro que reúne muchos
rostros. No ama solamente a la abuela, al progenitor o a la clocharde. Su amor –por
la vida, después de todo, reconocida en su bajeza humilde y mugre humana-, se
entrega a la presencia sin artificios, al rostro sin maquillajes, al ser
honesto –así sea delictivo-, a su “verdad”. Por eso “Tocata y fuga”, el segundo
poema del “Bodegón I”, resulta finalmente más que una declaratoria de guerra
contra la estulticia del mundo, la constatación contundente y despiadada de una
filosofía de vida auténtica, de un credo de fe libre de cualquier hipócrita
doctrina sacra o moral establecida, y por sobre todo ello: una especie de “arte
poética”, ¡qué mejor!:
“amo lo horroroso y lo bello/ todo lo certero y
todo lo
funesto
amo las piedras que conocen mis pasos y los pasos de
otros hombres y
de otros seres vivos que como yo van en busca de su verdad
amo estas calles cortadas con la chaveta del delincuente
porque él también es mi hermano en primer grado y su
vida también está
marcada con el sello de la desesperación
amo a las prostitutas y a los homosexuales porque su
carne es también mi carne/ porque su sexo es también
mi sexo”.
“Sinfonía del Kaos”, es un poemario que debemos
leer todos. Un libro que debe leerse en escuelas, iglesias y ser criticado,
cuestionado; un libro que deberían adquirir los congresistas y demás políticos
que aparecen declarando diariamente en los noticieros de la T.V. y las radios.
Para que reflexionen y sepan qué y quienes somos en este país. Y, sobre todo,
entiendan: qué sentimientos, qué ideas, qué frustraciones y rencores y qué
imágenes de la vida y del mundo, están ocasionando los legisladores y la
estupenda política administrativa, cultural y económica de los últimos
gobiernos, en las conciencias de millones de jóvenes de hoy.
Porque “Sinfonía del Kaos”, así la incuria y ciertas falsas delicadezas no lo
quieran aceptar, será un libro que perdurará, arderá con llamas vivas en las
manos y las conciencias de muchos; podrían quemarlo, vituperarlo, pero seguirá
vigente por muchos años, décadas, pasado este siglo.
Porque esta “sinfonía” es la historia misma. La nuestra, así nos duela.