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Sin rastro, de Debra Granik (2018)*

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Escribe Mario Castro Cobos

Una huella muy honda que de ninguna manera se borra; y la película en su naturalidad es la huella; una herida que hagas lo que hagas con ella no se cerrará; un rastro que se va haciendo más y más sensible aunque permanezca aún así relativamente en la sombra. Un hombre y su hija viven alejados del mundo, casi sin contacto con el resto de la humanidad. ¿Es la realización de la utopía? ¿Hay un trauma y es más que nada un fabuloso (y difícilmente sostenible) intento de escape? ¿Es posible la reconexión con nuestro origen, eso nos salvará? Las respuestas no son sencillas.

Los dos parecen hábiles, viven en algún recoveco de un gran bosque, pero el sueño de ese paraíso al margen del ‘progreso’ no durará mucho más. Son atrapados por El Estado. Cual animales salvajes en cierto modo. Eres propiedad del Estado. No puedes apartarte demasiado de él. Muy instructivas las secuencias donde se les evalúa psicológicamente (con esa punta de interrogatorio criminal tan norteamericana) y donde a continuación se va construyendo el proceso de ‘readaptación’ como para que quede claro hasta qué punto vivimos en una trampa, en una ficción soterrada y siniestra.

Con nitidez, agudeza e incluso, diría yo, una cierta y magnífica neutralidad, “Sin rastro” capta nuestra situación actual; la inminencia de la catástrofe. Puedes creer que la película solo trata de un hombre preso de su pasado, demasiado herido por una experiencia en una guerra, y que solo soporta la vida apartándose de la sociedad ‘civilizada’ que produjo su experiencia traumática. Eso no sería poco, pero creo que hay mucho más. La relación con la naturaleza es un aspecto profundo, que no se encuentra solo en el discurso verbal explícito sino en el corazón de las imágenes que veo.

Es nuestra alienación de la naturaleza la que ha producido la catástrofe ecológica cuyos amargos frutos cada vez saborearemos más. El intento desesperado de generar otro tipo de ser humano (en el caso de la película como una respuesta excéntrica y aislada) es lo que da una dignidad superior a esta película. La pintura de la sociedad norteamericana como ejemplo máximo del modelo de vida que puedes matarnos a todos, si parece cruel, lo es solo porque resulta una pintura exacta.   

*Película proyectada en el XXIII Festival de Lima PUCP

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