El veintitrés de Marzo, a una semana de iniciarse la cuarentena, el ex Ministro de Salud, Víctor Zamora, declaró que “tarde o temprano todos nos vamos a infectar del coronavirus”. Teníamos 363 casos reportados. El día de hoy se tienen 345 537 casos reportados, a ritmo de 3000 casos nuevos cada veinticuatro horas y el presidente ha declarado que “la enfermedad nos ha enseñado que este virus va atacar a todos”. Si seguimos con el discurso bélico, considerando al coronavirus como el enemigo, entonces se puede decir que no era novedad esta cifra y que se perdió esta guerra antes de comenzarla. Si desactivamos este discurso podemos arribar hacia otras confrontaciones que no tengan por adversario al virus y que sean más provechosas para comprender el porqué de estos resultados.
La retórica bélica en torno al coronavirus se ha extendido, a la par que la pandemia, en los distintos países a medida que el virus comenzaba a penetrar en la población, así el presidente de Francia, Emmanuel Macron, declaró que su país estaba en guerra; Donald Trump se definió como un presidente en guerra; Pedro Sánchez: “Europa está en guerra”; Boris Johnson: “Hay que estar preparados como lo estuvimos ante la Segunda Guerra Mundial”. En Perú fue la entonces jefa del Comando Covid, Pilar Mazetti quien definió los términos de esta peculiar guerra en la ambigua dualidad: “somos héroes y enemigos a la vez”.
Es una verdad de Perogrullo y es necesario decirlo; el uso de la palabra “guerra” es una metáfora. Sin embargo esta metáfora ha movilizado recursos, empoderado instituciones, reactivado burocracias y modificado, en diversos sentidos, los comportamientos de la ciudadanía y de sus autoridades. Una figura literaria ha trastocado la realidad. Esto puede ser positivo en algún sentido práctico, sin embargo al ser tomada “al pie de la letra” pierde su esencia y genera resultados contraproducentes. Porque, en vista de las útimas cifras y enmarcándonos en la retórica belicista: ¿Hemos perdido la guerra?
Las sociedades modernas se caracterizan por ser laicas y por considerar, antes que regalos, castigos divinos o de la naturaleza, la fe en la racionalidad humana: la ciencia contemporánea es su máxima expresión. Ese marco de racionalidad ha generado numerosos aciertos y grandes tragedias: la racionalidad de la maquinaria nazi: la llamada “banalidad del mal”, las bombas nucleares, etc. Sin embargo el progreso humano moderno ha tratado de limitar los efectos negativos de la racionalidad y orientarlo hacia la prosperidad de las sociedades y es en ese sentido que no se puede tomar de modo literal el discurso de la guerra. Dentro de ese marco de pensamiento racional, controvertido en muchos aspectos, es incoherente pensar que estamos, realmente, en una guerra contra el coronavirus.
El COVID – 19 no tiene un ejército, no es una entidad, no tiene objetivos, tropa, ni generales. Seguir negando características implica el absurdo; se concluye pues que no estamos ante ninguna guerra real, sino metafórica en contra del coronavirus. Pero incluso metafóricamente nuestra guerra no es en contra del coronavirus, a menos que el Perú hubiera sido un dechado de civismo y el coronavirus hubiera trastocado nuestra prosperidad.
Nuestro país, que nació como un proyecto de república, no ha llegado a concretar sus planteamientos. Así diversos momentos en nuestra historia nacional han generado interpretaciones y desazón en cuanto al proyecto de país. En las últimas semanas algunos investigadores han comparado la crisis del coronavirus, con la crisis experimentada luego de la Guerra con Chile, otros lo han comparado con la crisis de los ochentas. Se ha rememorado también la gripe española y sus consecuencias en los albores del siglo XX. Más allá de la importancia de conocer la historia y de interpretar sus profundas enseñanzas se puede reconocer que el problema es estructural y que cada episodio que ha lastrado la historia de nuestro país no ha sido resuelto en sus fundamentos.
La guerra con Chile generó las duras críticas de Gonzáles Prada y un análisis lúcido de la derrota; el inicio del siglo XX y la epidemia de la gripe española impulsó políticas sanitarias a nivel local, las condiciones laborales y sociales hicieron emerger también nuevos movimientos sociales y políticos; en los sesentas el movimiento de guerrillas y la reforma agraria tematizó el ambiente político, en los ochentas los atentados terroristas, la crisis económica y la informalidad generaron diversos análisis políticos; a inicios del nuevo milenio, el lastre de la corrupción y el desmantelamiento de las instituciones abrieron el debate sobre una profunda reestructuración del estado que no ha logrado sus objetivos; veinte años después el COVID – 19 revive antiguos dramas y las mismas inquietudes para un nuevo decorado; el “enemigo” no es pues el nuevo coronavirus. El “enemigo” se debe encontrar en los profundas descoyunturas que lastran nuestra historia republicana. Mientras tanto el Perú sigue siendo una pregunta constante.