Opinión

Simón del desierto, de Luis Buñuel (1965)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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En el pingüe negocio de la fe, y no de la fe en uno, y ya que se trata de lograr la salvación -en tiempos el artículo más codiciado- no hay ningún problema en creer de todo corazón lo más absurdo porque se trata de una prueba puesta por Dios ante la cual no es nada la humilde razón que presuntamente él mismo nos ha dado. ¿Para no creer en ella? Siempre se le puede dar a lo que sea un giro aparentemente lógico. Y ajustarse así a la verdad revelada. En realidad, estoy hablando de poder, de política, de control de las masas. De esclavos obedientes. Y en cuanto a esto, el ojo de Buñuel no falla. Simón es parte de la gran campaña publicitaria en una sociedad que renuncia a darse el trabajo de pensar.

Años van, en mi caso, y veo esta película tan llena de sensatez y con una vocación de juego y diversión (sin perder por eso rigor), más que nunca como un chiste, aunque amable, muy feroz, un dibujo, un dibujo animado que nunca me desanima, que va con divina paciencia desgranando a su personaje y sus relaciones con los otros y consigo mismo. Siento en Simón del desierto casi una textura de novela gráfica, de manga, de comic. De exposición constante de casos. Un disfrute de irrealidad, que por supuesto golpea y acaricia con ejemplos muy reales. Figuritas que se mueven, bonitos juguetes que producen placer viviendo su fantasía. La película se me ha vuelto amable, no amarga, creo que ahora capto mejor el vaciamiento de su contenido religioso, en el acto de dinamitar el mecanismo desde dentro, luego de meterse provista de sana ironía en las entrañas del monstruo, de la fábrica de terrores de la religión cristiana.

Olvidé decir que también me parecía un sueño lúcido. A la vez que una máquina trituradora. Tenemos aquí a un héroe de la negación del mundo, que niega una larga lista de placeres, que busca una vida supuestamente más alta en lo alto de su columna. Pequeña, ridícula, irreal, poética, sublime. O solo tonta.

Así, la tentación diabólica no podía ser más que una mujer… En una sociedad machista, autoritaria, patriarcal, que le atribuye prácticamente el origen del mal… ¿Cómo controlar al demonio? ¿Inventando a Dios?

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