Por Fernando Casanova Garcés
En un poema de Goethe se cuenta la historia de un viejo mago, cuyo aprendiz está deseoso de imitarlo. El joven aprendiz usa su magia para dar vida a una escoba y le ordena hacer el trabajo encomendado, traer baldes de agua al taller del maestro. Aunque orgulloso de su logro, advierte asustado que no sabe cómo detener la magia y ante el aniego el mago interviene revirtiendo el imprudente hechizo.
Los capitales financieros del mundo se presentan como serios y sólidos ante los Estados, y sus actividades de inversión son percibidas tan seguras como complejas, más allá del terrenal entendimiento de sus clientes y la sociedad. Sin embargo, un simple requerimiento de sus ahorristas por saber el destino de sus depósitos generó una alerta que en dos días reveló la insolvencia e inmediata quiebra de Silicon Valley, un banco estadounidense veinte veces más grande que el BCP ubicado en el puesto 16 de los más de ocho mil bancos que operan en USA.
Silicon Valley, hoy rescatado por la oficina del tesoro gringo (una especie de BCR), ha debido admitir que estuvo vendiendo capitales con pérdidas, es decir, rematando acciones y depósitos de los ahorristas por lo que el Gobierno, cual mago de la historia, ha intervenido para controlar la onda expansiva de su irresponsabilidad. No obstante, solo ayer los cuatro primeros bancos de Estados Unidos perdieron capitales por un valor de 52 billones de dólares en la bolsa al poseer acciones del temerario Silicon, lo que implica más quiebras y miles de despidos.
¿Qué está pasando? Pues que la naturaleza del sistema financiero occidental es la de apostar los ahorros de todos en cuanta inversión se les presente, a espaldas de cualquier organismo gubernamental y al amparo de un secretismo legal que les permite desde financiar campañas políticas hasta fungir de “ingenuos” lavadores de activos. Este póker financiero vuelve a poner sobre la mesa, como en el 2008, la “extraña” naturaleza de la actividad bancaria, una en la que las ganancias las cobra el sistema y las pérdidas las paga el Estado.
La paradoja aflora, además, por el hecho de que la administración del ahorro y el crédito sean de titularidad exclusiva de privados cuya actividad debe ser protegida y jamás intervenida (¡Salvo quiebra!) por el Estado en santidad de la libre competencia. En nuestro país, cuatro bancos (BCP-BBVA-SCOTIABANK-INTERBANK) constituyen un oligopolio que controla el 87% del mercado, que también operan cual pulpo negocios como AFPs, farmacias, grifos, seguros, universidades, cadenas alimenticias, mineras, medios de comunicación y un corpulento etcétera; ¿Se imaginan lo que ocurriría si uno de esos cuatro jinetes estuviera jugando casino con nuestros ahorros…? Pues la señora Socorro Heysen, Superintendente del organismo regulador de esos bancos, fue empleada del BBVA. No vale alarmarse.
En el decálogo de medidas que Marx y Engels propusieron en su Manifiesto del Partido Comunista (1848), se prescribía: 5. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de una banca nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo. A luz de las ya cíclicas debacles financieras que sus hechiceros bancarios nos cobran a todos, no solo se vuelve al viejo y manoseado Carlos, si no que uno termina por entender frases tan sugerentes como las del erudito contemporáneo Terry Eagleton cuando ensaya que “aunque utopía, Marx tenía razón”.