Todo parece inocente, Nueva York caricaturizado da inicio a una película de emociones humanas, donde el sexo se presenta explícitamente. John Cameron Mitchell desde su visión abiertamente homosexual, nos cuenta experiencias de personajes que ríen, lloran y caminan con el temor de hundirse en el vacío.
Una ciudad cosmopolita como Nueva York transforma sus habitantes, sin tener que levantar una bandera liberal Mitchell nos muestra la otra cara de la sexualidad, sus personajes llevan en los ojos la marca de la frustración, algunos se ahogan entre las lagrimas de la tristeza, otros se pierden en la desesperación de la búsqueda y en la soledad que patea las horas del día. Aquí todo vale, no hay lugar para prejuicios parece decir Mitchell, la libertad merece vivirse y no sólo contemplarse a distancia; en este viaje hacia las profundidades de Shortbus, vemos deseos carnales sueltos, a diferencia de Pasolini “Saló” es fuerte y grotesco, con sadismo extremo, en cambio Shortbus representa un Sodoma que se interesa por el placer recíproco, en Shortbus hay música y un activo contacto con el arte y eso de alguna manera los vuelve más sensibles, Mitchell no pierde el romanticismo, lo da en pequeñas dosis, gracias a eso la historia no se hunde en lo bizarro, la mantiene a flote.
El trabajo con los actores nació por parte del director pidiéndoles que contaran la experiencia sexual más extraña que hayan experimentado, es así como las piezas fueron armándose una por una, personajes como una terapeuta sexual de descendencia asiática, que no consigue tener un orgasmo, una pareja de jóvenes homosexuales que necesitan de un tercero para mejorar su relación, una dominatrix y su esclavo que también se sienten insatisfechos, parejas que buscan que suceda algo nuevo, algo que los cambie y silencie ese grito de angustia.
Felizmente para ellos existe Shortbus, donde se sanan las heridas, como un hospital atiende a cada uno de sus pacientes con el alma agujereada, los abriga, les da confianza y una posibilidad de cambio. Les permite experimentar con toda la libertad del mundo, los invita a purgar sus cuerpos y almas, Mitchell nos sonríe tímidamente con un sentimentalismo sincero, donde la música funciona mejor que el suero.
Las escenas en su mayoría han sido grabadas en interiores, la idea es destapar la privacidad para verlos como se ve a los peces en una pecera, libres creyendo estar solos; la cámara se presenta lentamente y recorre a los personajes, los observa con detalles, Mitchell respira cerca de ellos con primeros planos, juega con algunos elementos para convertir la película más realista, la Handycam con la cual se graba uno de los personajes es parte de los elementos acertados que funciona bien.
Todas las pequeñas historias se conjugan de manera correcta, de forma sencilla todo entra en armonía. Tildar de pornográfico el filme sería un error, simplemente Mitchell nos invita a tirar la hipocresía por la ventana; ¿estás preparado para esto?