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SILENCIO, SE RUEDA: Armando Robles Godoy «En la selva no hay estrellas»

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EN LA SELVA NO HAY ESTRELLAS (1967)

“recordar es descubrir lo que verdaderamente ocurrió”

Por: Edwin Cavello

Armando Robles Godoy no fue un personaje de Cervantes Saavedra, pero su quijotismo lo convirtió en un personaje luchador  y padre del cine nacional, existió, viviendo en una constante lucha por la cultura. Un intelectual con huevos, en un país donde abundan los  cobardes. Llegó a los 10 años al Perú, estudió en la universidad San Marcos, pasando por la facultad de medicina y letras. En 1949 su vida da un giro rumbo a la selva peruana, empujado quizás por su  romanticismo;  lugar que le sirve de fuente de inspiración para contar historias,  que luego, fueron llevadas al cine. “En la selva no hay estrellas” no es sólo una película para disfrutar, es también para recordarlo, como decía el maestro Robles Godoy “recordar es descubrir lo que verdaderamente ocurrió”.

La codicia llevó a muchos hombres a la selva peruana, el sueño de riqueza quemaba tanto que se convirtió en fiebre, primero la del caucho y luego la del oro. En esta historia Robles Godoy inicia la película con una pelea, nos provoca de entrada, sin explicar por qué dos hombres intentan matarse, los movimientos de cámara muestran la agitada acción, entre forcejeos y vueltas en el suelo, el indígena muere de un disparo. Nos presenta un animal salvaje que por instinto busca sobrevivir,  un hombre que en su espalda carga una pesada mochila, que recorre la selva sudando miedo y respirando esperanza.

El talento narrativo de Robles Godoy, está en el lenguaje simbólico que utiliza, apoyado por una pierna derecha que son los diálogos y una zurda que es el escenario, lugar que le permite trabajar entre la sombra y, contrastar emociones, dándole mayor fuerza a la fotografía; rodeado de arboles y animales  la selva tiene su propia música,  convirtiéndose en un personaje más de la historia. La búsqueda del oro es sólo un pretexto para ingresar a la memoria de este gran director y, redescubrir sueños, pesadillas, amores, alegrías, tristezas y la eterna infancia.

Como  un viaje en el tiempo, Robles Godoy nos narra  de forma lúdica  la historia de un hombre que llega a la selva para matar a otro hombre, pero termina seducido por el caos, por otra historia,  la de una  vieja que se pudre en oro, y que las pepitas las esconde en botellas, curioso dato que llena de ambición los ojos  de Ignacio Quiroz, actor argentino que participa en la filmación gracias a  la productora Argentina Sono Film.

La buena interpretación del protagonista permite darle carácter a las escenas, dotándolo de un sencillo realismo;  los flashbacks (recuerdo que altera la secuencia cronológica) son acertados permitiendo conocer más al personaje sin necesidad de metáforas, que a la vez es una licencia del  director para acariciar sus recuerdos. El ritmo de la película curiosamente es lento, pero como un bolero que se baila pegado, es decir se disfruta sin correr y sin agitarse. Película  grabada en color, pero lamentablemente no se puede apreciar bien, debido a que fue recuperada, luego de haberla dado por pérdida.

Todo va tomando forma en el transcurso de la película, cada personaje ha sido bien trabajado en la historia, apretando con las dos manos el destino del protagonista, siendo llevado por su propia ambición a ser ahogado por la realidad. El talento de Robles Godoy le permitió con esta película ganar la medalla de oro del festival de Moscú en 1967, ese oro que curiosamente llegó convertido en  premio.

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