Opinión

Sicilia! de Jean-Marie Straub & Danièle Huillet (1999)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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No voy a negar, ni por un momento, que experimenté un sentimiento de desconcierto a un nivel fabuloso, medio extraterrestre. El para mí ya conocido, y admirado (e imitado, y raramente comprendido) ‘recto tono’ del fraseo bressoniano (la supuesta ‘inexpresividad’ que funciona como feliz ampliación del arco más desconocido pero no menos real de expresividad, en una clave más lejana del digamos típico griterío teatrero; compárala con cierta música oriental, más sutil, que de tan sutil y poco ruidosa para oídos occidentales puede ser ¡casi inaudible!) había quedado superado de manera sublime y casi brutal (lo digo como elogio) por aquello que asaltaba mis oídos, casi los taladraba, y en general, mis sentidos, ¿eran robots, eran oráculos, estaban vivos, muertos, eran zombis, era en serio, lo que hacían, era maniático, era soberanamente riguroso y atrevido, pero qué era, qué estaba pasando?

Y es que este par de cineastas marxistas (no es que abunde gente así) cual cineastas rusos en sus años de gloria, eran revolucionarios tanto en el fondo como en la forma.

Me fui dando cuenta (tras el impacto, y tampoco es que fuera tan difícil) de que una ‘artificialidad’ (incluso tan extrema como esta) puede generar -por qué no, y sería buenísimo que sí- una nueva naturalidad. Nos acostumbramos a ella, aprehendemos sus valores, porque lo que consideramos muy natural fue artificial en el pasado o es artificial en otros contextos. Que te choque algo puede ser la evidencia de encontrarte ante la presencia de algo (y si no para qué el arte) radicalmente nuevo.

Una nueva música (música verbal, ¡cómo olvidamos que el verbo es música!) fuerte, con momentos de tensión magníficos, riqueza de inflexiones, algo entre la oración, la letanía, la imprecación, el grito y el canto, y eso también en rostros, expresiones… Planos que evocan lo sólido y monumental, que son como tumbas o rocas o construcciones profundamente enraizadas en la Tierra… Cómo decir las palabras, con qué cara, con qué respiración, con qué tono, es una vieja cuestión renovada por estos cineastas con furor revolucionario.

Asistimos, cerca del final, a un duelo verbal (¡vaya secuencia!) que se despliega con gran intensidad, y que no carece de varias extrañezas. Y el final-final tan aparentemente impostado ¡pero surge una conciencia, y una solidaridad tan verdaderas!

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