Considera, por favor, solo por un momento, o lo que dura la película, la gracia bendita y maldita del desorden, su simple poder irrefutable de generador de mundos. O la imposibilidad del orden. Del orden afectivo. ¡Oh, la utopía de la estabilidad gris cual equilibrio miserable con hilos de colores de premio consuelo! ¡qué cosita tan burguesa! Recuerda (no sin anhelo y no sin pesar y hasta envidia de tu propio pasado) el -o eso dicen- natural y glorioso caos instintivo. Su oscuridad esencial sacudiéndose entre el barro y los relámpagos. Evoca su pasión desesperadamente violenta y autodestructiva. Casi nada… Como adicción pura, como suciedad constitutiva, entre otras adicciones más que le hacen coro.
Sibyl se contagia con irónica alegría más una mescolanza de sentimientos como niños locos en tobogán, que afectan su propia hechura, en cortes, costuras, huecos y giros, de las energías viscerales del desorden interior de un personaje que juega a inmolarse en la corrección de ser ordenado, controlado, mesurado, integrado. Toda una gestión de ‘recursos humanos’. Toda mentira. Eso es dramático. Y es gracioso. De eso va esta película. De cómo el gran muro negador se cuartea, se agrieta y se desmorona, cayéndole aparatosamente encima.
La película es una especia de burla o comentario en sí mismo desordenado y tumultuoso (aunque trata de no serlo, pero no le sale) de los considerables esfuerzos por llevar una vida razonablemente reprimida, regulada. La ficción por su parte demuestra que todos somos personajes. Pero ¿y si ya no nos gustan nuestros papeles? ¿Podemos mantener la farsa sin que nos duela o nos fastidie demasiado? Para decirlo rápido. ¿Creemos honestamente en las vidas que vivimos? ¿No somos otros bien diferentes del teatro consabido? ¿No nos retorcemos de aburrimiento y asco? ¿Y cuando pinchamos el globo, siendo nosotros mismos la agujita y el globo qué revienta? Y luego ¿cómo arrejuntaremos nuestros pedazos regados por todos lados?
No hay respuesta a nada, como entenderán: ficciones que salvan porque nos apasionan al reconectarnos y a la vez nos permiten vernos a nosotros mismos, tomar distancia, repensar nuestros papeles, rehacer nuestras maltrechas vidas. La terapeuta vuelve a ser escritora y la escritora vuelve a hundirse en el fango como un personaje más de los seres reales que terapéutica y artísticamente le sirven como ficciones…