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“Sí pe, he sido sicario”, un cuento de David Jesús Flores Heredia

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No imaginas lo que es caer en lo más bajo del mundo, levantarte con las alas rotas siendo un niño aún y escuchando los balazos y los gritos en el vecindario; soñando con ser alguien, mientras recibes golpetazos en la cara y, a veces, martillazos en la cabeza “por malcriao”.

Nunca he crecido y nunca he estado más solo que en la vida de niño y más drogado de adolescente y más triste, atrapado con un par de esposas en las muñecas, solo con esos policías de mierda, hubo uno que otro amable, pero nunca comprensivos. Tengo 37 y 9 los he pasado en esta cárcel, asesino fue el nombre que me pusieron. Yo nunca habría pensado asesinar a nadie más, pero aparecieron. 

La primera vez tenía 14, mi padre le pegaba a mi madre y seguido venía la policía a llevárselo por abusivo, pero también me sacaba la mierda a mí. Por eso, un día le metí un balazo perfecto en el cráneo, no era justo. Cárcel. Dentro me dijeron que me sacaban rápido si mataba a otros por encargo, solo tenía que prometer que sí. Lo hice. 

Me sacaron y me dieron la zona de T y pum pum pum me bajé a 100 en un año. Pasaron varios así. Una noche endiablada, fumando fina pasta, se me apareció Jesús. Yo estaba sentado en el mueble y él apareció frente a mí, tal cual como en los cuadros que había visto de niño. Quedé estupefacto, cerré, abrí los ojos y grité: “¡no tengo nada!”. Me miró compasivo y, con una voz que transmitía paz, me dijo que deje de matar, que Dios no juzgaba, pero que ya no lo haga, por mi bien. Yo le prometí jamás volver a hacerlo. Se acercó, me levantó con sus manos y nos abrazamos. Yo lloraba, aunque tenía miedo que en realidad fuese el diablo.

Pasaron 12 meses de andar derecho y me capturaron los con placa de la ley de los mafiosos. Me dijeron que era culpable de un asesinato que yo no había perpetrado. Cuando me estaban haciendo el atestado, ya había identificado su intención. Los escuchaba indiferente, solo me molestó cuando me reprocharon por qué de niño maté a mi viejo, como personas perfectas, sin saber que fue un dolor insoportable que escupí en su cara. Bum. Las veces que estaba dentro, de chiquillo, siempre negaba la realidad, imaginándome rey del mundo, depuesto por un maldito y sus secuaces, a los que acabaría venciendo. Los sueños son tan lindos.

Cuando me llevaron hace 9 años, pensé en los 14 meses que no había matado a nadie y recordaba que dormía, solía hacer deporte, amaba trabajar como dependiente en cualquier lugar que tuviera a bien contratarme, caminaba tranquilo. Antes solo quería vivir rápido para olvidar lo que hacía, tenía miedos que me perseguían como cíclopes llenos de furia, me imaginaba temblando en silencio, corriendo por el eterno infierno, asustado, en llamas, totalmente rojo, asado por el calor, casi sin piel y respirando a duras penas por la constante necesidad de querer matarme o reír.  

El día más bonito de mi vida fue cuando se acabaron las pesadillas y la desesperación constante que tenía en mi tiempo de asesino. No puedo recordar si fue a los 10 o más meses de parar, pero recuerdo que arrasado y entre lágrimas le dije a Dios: “Padre eterno e infinito, amo tu cielo y tu amor que es el mensaje de un previsor y nada maligno poder. Amo la eterna pureza de las cosas y en especial la imperfección que transmite vida intensamente. Los errores, los descaros, las manías, la demencia y el juego del cómo mostrarse ante los otros. Todo es humano”.

Yo también soy humano. No soy un robot sin sentimientos que ha matado. Tengo madre, esposa, hijos, grandes amigos y enemigos. No soy distinto. Es estúpido imaginar escribir tú, cuando te estás mirando en el espejo.

A veces otros presos me gritan: “¡asesino conchatumadre, no vas a salir!” y se cagan de la risa. Yo me río con ellos. La verdad, aquí, si quisiera arreglaría mi salida. Los abogados compran jueces y fiscales, solo tienen que actuar bien en los litigios carísimos y televisados. La mayoría de las divisiones de la policía se dedican a extorsionar a los delincuentes y en el ejército a servir de guardaespaldas para los narcotraficantes de peso. La plata y la hipocresía dominan el mundo. Si quieres poner orden, empieza por ti. Únete. Esa es la fuerza del pueblo. Únete.

El psiquiatra dice que tranquilo que estoy pasando por una fase postraumática, que debo escribir cosas positivas y que no debo recordar cosas como que: “me han metido a la fuerza”, “que yo no había sido”, ni las injusticias de nuestros días, porque debo ser feliz y olvidar todo lo pasado, el porqué de la I, la II, las eternas guerras mundiales, Wall Street, Tarata, Utopía, K., las estrellas, los genocidios, todos, todo, nada.

La cárcel es el infierno, pero aquí estoy como un ángel. Ya no dependo del fuego. Miro al cielo y sonrío porque mi Dios me ha hecho de nuevo y no como un vicioso de la religión. Ahora voy a cooperar, al salir voy a dar refugio a esos chicos, que serán asesinados por protestar ante el poder de turno que se viene a destrozar todo. Sin remedio habrá protestas, incendios a cada rato, caos, falta de agua, todo para tenernos callados. La guerra se avecina. A veces pienso que va ser el caos, otras veces me olvido. Por eso voy al psiquiatra.

En todos estos años aprendí a hacerme hombre y pelear contra mi ansiedad. No me quejo, la vida es invaluable. Voy a planear algo porque aún me quedan muchos años acá. Pero estoy tranquilo.

Finalizo dando gracias, ya no me voy a suicidar. Antes me atormentaban mis crímenes, ahora ya no. Además, tú me has leído y tengo la confianza que en el futuro las leyes no van a cambiar, voy a salir y voy a ver un nuevo Perú. Y me voy a postular.

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