Me acosté aterrada luego de ver el mensaje de Anonymous en un noticiero local. El hacker enmascarado mostraba un extenso informe con declaraciones de pilotos navales sorprendidos por toparse con ovnis en su espacio aéreo. “Pronto revelaremos más información del área 51” dice y culmina el mensaje con su celebre: “we are legion, we do not forgive, we do not forget, expect us…”
Resulta que ahora no solo debíamos cuidarnos de esta pandemia que nos había regalado un virus mortal, sino también debíamos de protegernos de una probable invasión alienígena. Hemos estado conviviendo años con ET, ALF, Marvin, El Marciano… Tantos seres ficcionales que nos entretenían en la tele y ahora cabía la posibilidad de que sean tan reales como tú y yo. No sé, pero a veces siento que somos parte de una película surrealista de Jodorowsky. Lo único que nos falta es la llegada de los zombies. Así que hay que estar alertas. Cualquier cosa puede pasar.
— Estas estresada, amiga— Me replican al unísono mi trío de amigas en skype.
— Hace tiempo que no veo noticias, son pura basura— Dice Andrea Vargas, ingeniera de sistemas, 38 años, solterísima.
— Yo en cambio, me la paso viendo PSI en mi tiempo libre— Comenta Anabelle, con una mirada picarona.
— ¿PSI? ¿Qué es eso?
— Es una serie que narra las historias de un psicoanalista brasileño, Carlo Antonini, que se inmiscuye más de lo debido en la vida de sus pacientes.
— ¿Y está buena la trama?
—La trama no sé pero el psicólogo está máaas bueeeno— Los ojos de pervertida de Anabelle lo decían todo.
Esa noche, motivada por la curiosidad, insisto, pura curiosidad intelectual, vi la serie. Si algo me atrajo de Carlo Antonini es que no era un hombre bonito sino interesante. Un tipo sensible en total control de sus emociones, estoico, protector, con la suficiente vehemencia para meterse hasta el tuétano en la mente desequilibrada de sus pacientes. Para ser atendido por él, sin embargo, debías de pasar por una entrevista. Si captabas su interés estabas dentro sino te derivaba con su colega. Tictac, tictac…
—Doctor.
—Dígame.
—Desde que comenzó la cuarentena tengo un sueño recurrente.
—La escucho— Me dice Carlo Antonini mirándome fijamente mientras se saca sus lentes, lo que me hace pensar que sufre de hipermetropía.
—Estoy sentada en un bar vestida de hombre, es más, soy un hombre con bigote y todo. En mi sueño soy consciente de ello y me comienzo a horrorizar más aún cuando mi voz se torna grave y pastosa.
—Continúe.
— Pido una cerveza a la mesera, quien para mi asombro resulta ser mi novio Lito vestido de mujer. Con tacos y todo. Ella o él no me reconoce pese a que le doy claros indicios que soy yo, Bea.
—Siga, por favor— Dice el doctor mientras toma nota.
—Pese a mi insistencia, Lito me dice que estoy borracho y que si sigo molestándola le dirá al dueño y se aleja rápidamente moviendo el trasero.
—Ok ¿Y usted cómo se siente al respecto?
—¿De que mueva el trasero?
—No, ¿cómo se siente usted ante su rechazo?
—Obviamente mal, felizmente justo en ese momento despierto.
—Interesante.
—¿Dígame doctor es eso normal o anormal?
—¿Usted qué piensa?
—Que he estado viendo muchas películas.
—¿Usted cree que es solo eso? ¿Acaso ha sentido algún tipo de rechazo de parte de su novio?
—No, para nada. Tuvimos una pequeña pelea la otra vez… Ah, y no tenemos sexo desde que comenzó la pandemia, fuera de eso todo va bien entre nosotros.
—La falta de sexo puede ser un detonante.
—¿Usted cree?
—Por supuesto, y eso es algo que en este consultorio podemos solucionar.
—¡Doctor Antonini qué hace! ¡soy una mujer comprometida!
Entonces el Doctor Carlo Antonini se aprovechó de mí como le dio la gana. Es increíble. Una ya no puede estar a salvo ni en sus propios sueños. Pensé en contárselo a Lito, pero recordé que desde hace un par de días dormía junto a Charles Manson en el sofá. Creo que ya había llegado el momento de hacer las paces.