A diferencia del teatro del Siglo de Oro español, donde las mujeres podían actuar en escena y representar a su vez roles masculinos usando los atavíos adecuados; el teatro isabelino afectado por el régimen puritano de sus monarcas no permitía actrices en sus compañías, los roles femeninos eran representados por jóvenes imberbes hasta que la propia naturaleza les cambiara los rasgos inocentes del rostro o el tono de la voz.
La variedad sí era aceptada en el público que asistía: hombres y mujeres rodeaban el tablado por tres lados y los asientos laterales más cercanos al proscenio eran reservados para gente de alcurnia. Las mujeres del público se veían reflejadas en el doble juego de representatividad teatral, eran interpretadas por adolescentes que recurrían a los manierismos propios de la actuación de la época, colocación aguda de la voz, gestualidad copiada de las cortesanas inglesas, provocando así una doble lectura de lo femenino en escena: si está bien actuado será verosímil y encantador.
Por el contrario, como en toda época había buenos y malos actores, y si tocaba uno que se basaba solamente en posiciones y gestos sin entender su dimensión trágica, entonces el rol femenino es una figura trastocada, objeto de burla por la audiencia implacable que siempre se fija en todo, el hazme reír del pueblo. Es en ese momento que la tragedia del rol femenino es más fuerte aún, pues no logra empatía del público, ni logra conmover con su historia. Aunque la inteligencia dramática de WS está en las citas de sus personajes, tal como Cleopatra:
«los rápidos comediantes / Extemporáneamente nos representarán, y presentarán / Nuestros entretenimientos alejandrinos: Antonio / Será representado borracho, y yo veré / A algún chillón joven hacer de la grandeza de Cleopatra / la postura de una prostituta.»
SOBRE LA OBRA
Una presencia ingresa imponente al escenario. No es un actor, él se describe como El Cuerpo. Y llega hasta nosotros para contarnos que no está de acuerdo con los roles femeninos shakesperianos que debe interpretar : la frágil Ofelia incomprendida, insultada por Hamlet y encontrada ahogada en un río; a Julieta enamorada efervescente y obligada a contraer matrimonio pactado como era la costumbre de la época hasta encontrar la misma muerte en los brazos de su amado; a la ambiciosa y orgullosa Cleopatra que prefiere encontrar la muerte en la mordedura de una aspid antes de ser paseada como trofeo de guerra frente a los romanos; Cordelia hija del Rey Lear sacrificando su juventud y descendencia por demostrar que ama más al padre que cualquier cosa; todos estos personajes con historias intensas, de emociones complejas, dispuestas a cambiar su destino por amor o por venganza; destinos irresueltos en su grandeza pues prontamente acaban absorbidas en la tragedia misma de sus deseos, en la fatalidad de sus sueños.
Así el Cuerpo, o el Ente se prepara para interpretar momentos trágicos de estas mujeres, nos trae el dolor, el arrepentimiento, la sumisión que ellas representan, arquetipos de la condición femenina que al ser evocados y repetidos en escena validan un pensamiento histórico acerca del comportamiento femenino ; y a partir de esta reflexión, reivindica la universalidad de los textos de Shakespeare en las luchas sociales que involucran a las mujeres en la actualidad: las madres de la Plaza de Mayo, las 200 niñas raptadas en Nigeria, las mujeres musulmanas entregadas al marido anciano desde los 7 años.
Se plantea en el escenario un enfrentamiento meta teatral, del Ente rebelándose contra los escritos del autor (en este caso Shakespeare); el Ente como cuerpo masculino harto de someterse a manierismos de actuación que a la vez son la representación caduca de la esencia femenina; el Ente dejando la escena que nunca deja de ser escenario, para interpelar al público sobre su misma condición de “actor”, cumpliendo roles que la sociedad nos impone, sabiendo lo que somos y no siendo lo que deseamos ser.
Cuando el Ente confronta a la audiencia, son quizás los momentos más intensos para entender el fin de esta puesta en escena. El Cuerpo le pregunta a otros Cuerpos (nosotros) qué estamos representando, si somos conscientes del traje que nos han impuesto, y que somos aún mejores actores que cualquiera porque dominamos muy bien los gestos isabelinos, la hipocresía, la manipulación, la postura conveniente, nos hemos acostumbrado muy fácilmente a esas formas de comunicación que no están comunicando, simplemente están escondiendo, acomodando ideas al formato deseado, complaciendo sin sorpresas. Y el Cuerpo va más allá porque también critica la decisión artística de elegir un texto clásico e interpretarlo de una forma segura y clásica sin entender los procesos sociales que ahí son denunciados, y después vanagloriarse esperando el aplauso.
Bruno Odar nos da una clase magistral de teatro, no solamente por sus dotes de actuación que salen de la cantera misma de la escena, sino porque él mismo se interpela como actor y lo que está comunicando. Con este regreso a las tablas en un magnífico monólogo Bruno Odar el director opta por las formas modernas del lenguaje, una escenografía minimalista, y las imágenes audiovisuales que refuerzan muy bien la actualidad de estos textos, y sobre todo, qué hace válido el que deban ser representados. El texto del chileno Julio Pincheira es agudo, mordaz, directo, de diálogo punzante e inteligente, sin perder el humor y la ironía. La producción impecable en todos sus detalles.
Una puesta en escena altamente recomendable, para el público en general y para el mundo cultural que conoce o está vinculado a los estudios históricos y de género, así como para toda la comunidad teatral. Definitivamente, una puesta de teatro latinoamericano que merece ser vista y comentada. Y nuestro Bruno Odar es un gran actor, y son las tablas donde su esencia aflora, donde el Cuerpo lo llama y lo espera.
FUNCIONES : LA MATERIA DE LOS SUEÑOS de Julio Pincheira Parra. Actuación y dirección de Bruno Odar. De jueves a domingo – Teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional en Javier Prado – Hasta el 29 de Mayo.