Por Mario Castro Cobos
Tal vez los momentos más valiosos del cine (o de lo que puede llegar a ser el cine, quizá, alguna vez), momentos secretos, sean los que desvelan (con método o sin método) lo no calculado, la profundidad más problemática pero más viva, la rendija por donde podemos por fin ver el ser desnudo, donde cayeron las máscaras, de puro horribles, e insoportables, donde la cámara (ese raro invento que aún estamos aprendiendo a usar) puede actuar como el confesionario más liberador, el gran espacio de apertura hacia otras vidas por vivir. Cómo es que justo lo oculto de la gente puede además tener tanta luz.
Esta película es una mirada -un poco a lo comedia de costumbres- al reino común e incansable de la mentira, es decir al reino de las relaciones humanas (entre estúpidas, miserables y diabólicas), pero es al mismo tiempo la mirada irrenunciable hacia la real posibilidad (posibilidad de la que no debemos escapar) de un acceso más directo a esas verdades que los seres humanos se esfuerzan tanto y tan vanamente en ocultarse y en ocultar.
El cine estaba hecho en tanto espejo del funcionamiento de la mente, de máquina impertérrita y mágica para poner ante nuestros ojos y nuestras conciencias lastimadas y distorsionadas verdades, simples y complejas verdades humanas con las que nos tenemos que arreglar. El teatro cotidiano, con sus leyes convencionales también contagia la buena salud de las películas. En este caso no. Un encuentro entre dos amigos que ya poco parecen tener en común hace estallar las mentiras de la comodidad y seguridad burguesas.
Un matrimonio puede ser, cómo no, un nido de mentiras. Y cuántas verdades de las personas se ponen evidencia contemplando el aspecto sexual de sus vidas. El hombre que amaba ver a las mujeres contando sus secretos sexuales se relaciona con ellas eróticamente así. Su fantástica videoteca privada es la idea más documental y alucinante de todas en la película.
¿Pero cómo nos relacionamos con nuestros puntos ciegos, con lo que no podemos o no queremos ver de nosotros mismos? ¿Quién, aparte de nosotros, contribuirá a hundirnos o a procurarnos un camino hacia la liberación?
Sexo, mentiras, y video, nos recuerda que la cámara, que el cine, puede romper el infame pacto social. No es poco.