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Seguir adelante, de Maïween Raoul (2018)

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Cómo acercarse a los que son ¿diferentes? ¿y qué tan diferentes son? ¿o nos han hecho creer que son más diferentes de lo que son solo para separarnos de ellos y así no vernos ni a nosotros ni a ellos? Y claro, quién sale ganando con la naturalización de las supuestas diferencias… Cómo acercarse ‘a los que son diferentes a ti’ por su origen socioeconómico o cultural. Claro, es una pregunta incómoda para tu comodidad y es totalmente necesaria. ¿Tienes derecho a retratarlos? ¿Quién eres o quién te crees que eres para hacerlo? ¿Y por qué mejor no se retratan ellos a sí mismos? ¿Cómo lo harían? ¿Lo harían, de repente, mejor que tú?

Y qué tal si te vuelves ‘casi’ uno de ellos. Humildad, modestia, empatía, horizontalidad, cercanía (pese a ‘dirigir’) en el trabajo con la cámara que muestra a tres mujeres y sus hijos (a quienes quisiéramos ayudar sin ningún sentimiento ‘desde arriba’ sino por pura solidaridad) al tiempo que la película deja totalmente en claro que van a seguir luchando, que están haciendo lo que deben, que se defienden bien por sí mismas aunque las cosas no sean para nada fáciles. Se trata de negarse, de la manera más activa y decidida, a ser reducidos al círculo vicioso del rol de víctimas. No hay tiempo para eso. Seguir adelante significa no detenerse en el melodrama.

Una nueva lectura del cine (y de la vida y el mundo) se abre paso más y más, y es la del cuestionamiento radical de los trazos autoritarios, patriarcales. Nuestra ceguera machista se hace cada vez más y más insostenible. Muy visible, muy obvio… sin embargo me demoré en darme cuenta de que si esta película lograba conmoverme (sin ser melodramática en ningún punto) una de las razones era precisamente la ausencia de hombres, de hombres machistas, quiero decir, los hombres están en off, sin ellos las vidas de estas mujeres y sus hijas e hijos se volvieron definitva y rápidamente mejores. Ahí hay un gran triunfo y una crítica ‘hecha vida’ que no puede ser más directa. A hombres machistas destructivos, mejor que no haya ninguno fastidiando.

Hasta cierto punto la película te dice que se trata justo de eso, de seguir adelante: sin hombres. O sin cierto tipo de hombres. Que son, sin duda, bien mirados, la encarnación misma del sistema explotador, injusto, a todas luces enfermo. Arequipa es la ciudad donde viven estas mujeres.

Por cierto, tal vez la imagen-clave de la película sea el plano general que muestra la multitud de casas construidas por los ‘invasores’. ¿No son los verdaderos invasores quienes por codicia acaparan la tierra mientras muchos otros no tienen una casa donde vivir, y están tan oprimidos por el sistema que ya casi no pueden vivir?

La cotidianidad es total. No se ‘exhibe’, pero no se oculta, y es constante. La pobreza está ahí. Tanto como la dignidad. Nos empapamos de sus rutinas vitales. Los relatos de sus vidas brotan al estar junto a ellas, no se imponen desde arriba o desde fuera. Primero vemos seres humanos, y están ahí, en sus casas precarias, en sus condiciones materiales muy concretas de vida que apreciamos en detalle.

Esta película anima porque muestra con proximidad, con empatía, con naturalidad a mujeres que están luchando. A la vez uno se queda con un gusto algo triste y amargo: queda el tema de la conciencia insuficiente de la explotación que sufren, de la injusticia, de cómo les roban la vida, gran parte de la vida.      

  • Película proyectada en el Festival Hecho por Mujeres     

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