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Sector cultura, Bicentenario y recuperación del Perú desde la crisis del coronavirus

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Estamos en una etapa inédita en la vida de la humanidad. No porque no haya habido pandemias, sino por la velocidad de su difusión como pandemia en sí misma y como fenómeno mediático. Si algo ha puesto en evidencia esta situación, es que, al menos hasta antes del evento, la globalización ya era cosa de la vida diaria. Sólo así se explica la velocidad en la expansión de la pandemia a prácticamente el planeta entero.

¿Era esa globalización también aplicable a lo cultural? Esa es una pregunta sumamente interesante. Al mismo tiempo que los mecanismos de la globalización esparcían el virus, los mecanismos humanos activaban la vuelta al lugar de origen como una urgencia para miles de personas en todo el mundo. Es decir que, por el mecanismo que fuese, el llamado de lo local, con sus valores culturales e identitarios, sigue siendo parte de nuestra realidad. El valor de la cultura es, sin duda, un valor de estabilidad, de seguridad, de encuentro, de sentimientos de pertenencia. Ese mismo llamado se está viviendo, poco después, en un capítulo diferente, ya no en el plano internacional, sino al interior de nuestro país: miles de inmigrantes que vivían en condiciones limitadísimas en Lima, han escuchado nuevamente el llamado del terruño, “de la sangre” si queremos ponerlo en términos más dramáticos, de lo telúrico. Eso significa que la cultura es un valor real y concreto, a partir del cual deberíamos iniciar la construcción de un nuevo mundo que no esté dominado por el consumo y las sensaciones efímeras. Y en nuestro caso, un país más solidario, donde se comprenda que las oportunidades compartidas mejoran la calidad de vida de todos. Ese es el valor que debe reconocerse en la cultura, y esa es la razón por la que un Ministerio de Cultura debe ocupar un espacio clave. De cara a la historia, siempre el sector cultura debió haber jugado un rol de fuente de valores compartidos dentro de la diversidad. De cara al presente inmediato, le correspondería al sector cultura un rol activo en la promoción cultural durante la etapa del encierro que haga productivo el tiempo de las grandes mayorías, pero que también signifique un mensaje de esperanza, de estabilidad emocional, de futuro. Y, justamente, de cara al futuro que se viene, el sector cultura debe ser el medio que nos anime a asumir una relación saludable y creativa con nuestro medioambiente y nuestro entorno social (físico y virtual).

Solo así superaremos los grandes retos pendientes como el calentamiento global, la pérdida de la diversidad natural y cultural, la corrupción y otros de similar magnitud que esta pandemia.

Es en torno a esa búsqueda de sentidos para la vida social que el sector cultura debe contribuir desde el Ministerio de Cultura. Es en ese contexto que el patrimonio cultural tiene sentido, que la interculturalidad es una herramienta clave para la inclusión social, que la creatividad se pone al servicio de la sociedad y que el arte forma mejores seres humanos. Todo ese poder maravilloso, del que normalmente no nos damos cuenta, está en lo cultural. Bien gestionada, la cultura es la gran herramienta para la transformación. Estando ad portas de un Bicentenario que parece condenado al oscurantismo, corresponde al Ministerio de Cultura tomar sus insumos, la cultura en sí misma y sus múltiples variantes, la creatividad, el ingenio productivo de los artesanos y tanto más, para volver a darle sentido a lo que debería ser un hito refundacional de la historia patria.

Como coordinador de la Maestría en Patrimonio Edificado de la UNI, su reto fue los avances en las temidas tesis.  6 de 9 alumnos concluyeron con sus proyectos aprobados y avanzados. Vista de una reunión de trabajo en la Maestría.

¿Se puede traducir lo antes comentado, más allá de las palabras, en políticas de gobierno?

Ese es el sentido, la razón de ser del Ministerio de Cultura y su estructura, aunque nuestro Ministerio ha estado lejos de responder al reto. No se trata de declaraciones románticas: en tiempos de coronavirus, la cohesión social que es un valor cultural, ha permitido a otras sociedades estar más alejadas de las terribles cifras estadísticas de la muerte. Cuando la sociedad responde a criterios de supervivencia y de acaparamiento, todo vale para sobrevivir. Inclusive multiplicar a niveles prohibitivos el precio del oxígeno que, hace un par de días, hubiese salvado la vida de algunos peruanos en Iquitos. En la raíz de esa conducta, hay un síntoma de un mal mayor que cualquier pandemia: la anomia social de una sociedad que no responde a valores compartidos. El Ministerio de Cultura debe asumir, aquí y ahora, ese reto.

El Bicentenario que se celebra el año 2021 será aún más deslucido de lo que se esperaba. Si para entonces, la crisis de salud ya habrá probablemente desaparecido, seguramente la económica seguirá por mucho más tiempo. Pero el Ministerio de Cultura tiene algunas herramientas para que el símbolo de los 200 años del nacimiento del Perú actual y de los al menos 5000 años de cultura que lo precedieron, lleguen a todos los peruanos, y lleguen en formato audiovisual que, en una sociedad que lee poco, es la forma más extensa de comunicación y empoderamiento.

Le corresponde al Ministerio de Cultura hacer, en los próximos meses, que la Amazonía no sea más una idea abstracta para la mayoría de pobladores de otras regiones. Que lo Aimara no nos suene tan exótico, como ajeno, cuando no lo consideramos algo simplemente discriminable (tomamos sólo dos ejemplos de extremos geográficos, pero cada uno de los puntos del territorio los tiene).  Que las grandes culturas del pasado sean tema de conversación de los peruanos cuando nos sentemos a tomar un café frente a la televisión. Que el Señor de Sipán o la Dama de Cao formen parte del imaginario de nuestros niños, no como un dato histórico, sino como una narración vibrante. Que nos sintamos orgullosos de hablar de nuestro país no sólo por Machu Picchu, sino por tantos otros valores. Que los artesanos de miles de técnicas propias conozcan sus ancestros y sepan que están haciendo piezas que llevan impregnadas el espíritu de siglos de sabiduría. Y para lograrlo, Internet, redes sociales, televisión y radio son instrumentos redescubiertos en esta crisis como medios para educar y, aún por concretarse, para difundir la cultura.

Catedrático universitario, recorriendo Huaycán de Cieneguilla con alumnos de la UARM.

Nosotros, desde Factor Cultura, hemos desarrollado en pocos días una plataforma internacional que ha organizado un debate internacional, con coorganizadores de México, Argentina, Italia y España y público de todos los países de América. Ahora se está convirtiendo en una plataforma de oferta formativa permanente. La experiencia es posible y cercanamente realizable.

¿De qué sirve eso en tiempos de crisis? ¿Qué utilidad tiene todo lo anterior en la lucha contra el coronavirus? Nos da sentido de vida, de pertenencia, de compromiso. Es la falta de esos sentidos la que nos ha llevado a ser un país con reservas y encajes bancarios razonablemente fuertes, que permiten ciertas prestaciones sociales en esta crisis, pero con niños que siguen asistiendo a colegios a punto de colapsar u hospitales donde los aparatos de punta no funcionan porque alguien los malogró para alquilar, a precios increíbles, los de un centro privado.

Y ¿Cómo se hace? Los antropólogos tendrán muchas respuestas sobre las formas adecuadas de hacer lo anterior. Los creadores audiovisuales sabrán traducirlo al formato adecuado. Los medios de difusión seguramente comprenderán la importancia de contribuir a un proyecto de esa naturaleza. Las condiciones no van a permitir que el calor humano desborde en las calles por mucho tiempo, la cultura puede hacer que ese calor llegue hasta nuestros hogares. Pero, sobre todo, los pobladores comunes y corrientes, si se sienten tocados por su cultura milenaria, sabrán convertirse en factores de desarrolle que catapulten, por fin, a nuestro país, a los niveles de desarrollo sostenible e inclusivo que el corresponden.

No se trata de grandes realizaciones cinematográficas. Hoy en día hay muchos medios alternativos que dan lugar a producciones marcadas por su componente humano. Pero además existe un capital humano riquísimo en el sector cultura, un capital humano que ve como su esfuerzo de años de hacer cultura desde la sociedad civil se desvanece y que, con una convocatoria de esta naturaleza podría tener un espacio para seguir creando, produciendo y recibiendo ingresos. Porque esto se podría promover a nivel de las pequeñas localidades, de los municipios distritales y provinciales, de las universidades y centros de formación, y de las diversas organizaciones culturales y actores de la cultura que en ellas conviven. Hoy, más que nunca, necesitamos de una sociedad que crea en sí misma.

¿Cómo podría financiarse una empresa de esta naturaleza? Primero, el Estado tendrá que jugar un rol básico y articulador. Pero, por ejemplo, las universidades con sus facultades de arquitectura, botánica, arqueología, historia, artes, etc., pueden ser las garantes de los contenidos. Que sean nuestros profesores conocedores los que orienten los contenidos, y los creativos los que los conviertan en formatos atractivos, auténticos, de calidad. Los artesanos y pequeños empresarios textiles pueden proveer los trajes que se requieran. Las ciudades y los pueblos serán redescubiertos como escenarios de la vida cultural. Cuando se convoque a su creatividad, seguramente los jóvenes encontrarán medios de superar las trabas que la iluminación o la acústica representen. Cada municipio puede ser proveedor de ambientes, insumos, y los recursos que se requiera. Y dónde no los haya, nuestros emprendedores los harán aparecer.

En Sarhua, Ayacucho, en la firma de un convenio de cooperación con la Alcaldía distrital.

El Sector Cultura tiene una capacidad económica mucho mayor que las cifras de su partida presupuestal, siempre escueta. Si sabe convocar al imaginario popular, multiplica sus posibilidades con el aporte de muchos. Bien planteado, al proyecto se sumarán empresas que requieren fortalecer su imagen (y responder a valores), organismos de la sociedad civil, fundaciones, colegios profesionales, gobiernos locales…

Una piedra angular de lo que se ofrezca tiene que ser el patrimonio cultural. Que no suene a algo lejano, a algo para turistas, a capricho de pocos. Hay que hablarle a cada quien, del valor de la plaza, del arco, del monumento, de la casa tradicional de su propio pueblo. De la raíz profunda de sus platos típicos. De la huaca del antiguo poblador y como, a partir de ahí, se explica lo que cada uno de nosotros come, la forma en que baila, las relaciones humanas. Porque son procesos que subyacen en el subconsciente social que atraviesa los siglos. Ese es el sentido del patrimonio.

Y a partir de ello, el patrimonio tiene un sentido práctico. Nos recuerda todos los valores antes comentados cada vez que pasamos al frente de la iglesia, bajo la sombra del balcón republicano, cerca a la antigua y misteriosa huaca. Los hace palpables, cercanos, nuestros. Y cuando los símbolos son apropiados por la sociedad, el sentido del bien común tiene como consecuencia el crecimiento económico estable y saludable que todos deseamos.

El patrimonio tiene que entenderse como factor de inversión y no como una carga, Para ello, al mismo tiempo que posicione los valores simbólicos del patrimonio en un programa que tenga como razón el Bicentenario, es necesario desarrollar una comprensión integral del territorio. Cuando lo vemos como un todo con valores, entendemos la importancia de preservar los bienes que mantienen viva la memoria de esos valores. Son signos que otorgan calidad al paisaje y a la vida. Para ello debe pensarse a futuro que ningún proyecto de infraestructura tiene porqué colisionar con el patrimonio. Existen formas adecuadas de solucionar cualquier encuentro entre una obra y un espacio cultural. El ejemplo que nos gusta dar es que, si el trazado de la carretera evita dañar el sitio arqueológico, lo puede incorporar como un valor agregado conectando más puntos del territorio. Por ejemplo, construyendo el mirador donde el viajero pueda detenerse y descubrir la historia del lugar. Con los beneficios económicos que ello implica para el poblador local.

En estos días de cuarentena, un fenómeno socialmente nefasto y triste nos demuestra el nivel de desarraigo que tenemos hacia el patrimonio: se han multiplicado las invasiones y los daños a lo largo del patrimonio cultural. Pese a que se ha dado una adecuada normativa para la respuesta ante estos casos, no se aplica. Nuevamente nuestro ente gestor de la cultura, desaparece bajo una capa de lenidad  y burocracia incapaz de realizar los esfuerzos que las circunstancias demandan. Evidentemente la respuesta inmediata y contundente del Estado se hace necesaria en las condiciones actuales. Pero si logramos colocar, como decíamos, en el imaginario popular los valores del territorio inmediato, veremos cómo la sociedad es el verdadero protector efectivo del patrimonio. Como lo ha demostrado ya tantas veces.

Exponiendo en la Asamblea General de ICOMOS  de Nueva Delhi (2018).

No nos olvidemos del turismo. El patrimonio aprehendido por el poblador local multiplica sus posibilidades de convocar al turista pues más allá de la información, se presenta ante sus ojos un proceso cultural de miles de años, apreciado y vivo hoy en día. Es lo que han logrado los gestores de numerosos proyectos arqueológicos en el norte peruano. Proyectos como los del Señor de Sipán y el museo en Lambayeque, Túcume y sus pirámides, Cao y El Brujo, las Huacas del Sol y de la Luna, Chankillo y otros más. Gracias a sus logros, el norte peruano se ha dibujado en el plano del turismo mundial. Tenemos además el Gran Qhapaq Ñan, con un potencial integrador gigantesco, y ya en parte demostrado por el programa ministerial, ese camino que es una red vertebradora del territorio patrio y de gran parte del subcontinente. Desde el patrimonio, tenemos recursos con un amplio margen para el crecimiento sostenible. Pero es necesario que desarrollemos programas que prevengan los riesgos que el turismo representa. Que convirtamos la visita al Perú en una experiencia cultural intensa y enriquecedora, no en el recorrido por un territorio exótico donde se pueden hacer fotos y divertirse. Somos mucho más que eso.

Tengamos claro, también, que el mundo poscoronavirus exigirá un turismo auténtico y sostenible.

De cara a lo que sigue del Siglo XXI, el sector cultura y el Ministerio que lo rige, debe jugar su rol esencial en la construcción de un país viable y estable, de encuentros y visiones compartidas, que ofrezca al mundo el rostro de su patrimonio recuperado como valor diferencial que nos dé presencia con luz propia en el escenario global. Ese es el gran reto que debería asumir el Ministerio de Cultura, su gran posible aporte para un siglo XXI sostenible, auténtico y humano. Y, en lo inmediato, para un Bicentenario que pueda entenderse como un positivo punto de inflexión en la historia patria.

Nota: El autor del artículo, durante su presidencia en ICOMOS Perú y como activo gestor cultural, ha desarrollado actividades interesantes, parte de las que se reflejan en estas fotos.

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