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Second Chance

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En diciembre de 1999 muchos creían que el cambio de año al nuevo milenio vendría con una lluvia de meteoros que levantaría tanto polvo como en la época de los dinosaurios, el mundo se partiría en cuatro y todo acabaría para siempre. Ya luego todo sería tinieblas.

Pero nada de eso pasó. Por el contrario, los que se pasaron de polvos (peor que en la época de los dinosaurios) se partieron la cabeza en cuatro y recibieron el 2000 con la conciencia estable ya para el dos o tres de enero; y fueron estos mismos (al menos entre los que venían afirmando el caos) quienes esperaron a diciembre de 2012 para anunciar, ahora sí, con papeles en mano y profecías comprobadas, que el fin de año estaría signado por la desgracia y el dolor. El sol se alinearía con algún planeta y emitiría una onda de radiación que apagaría todo en el planeta, arruinando los aparatos electrónicos inventados por el hombre hasta entonces, y que “retrocederíamos” a la época de las cavernas en pocos minutos y esta vez ya para siempre, porque era necesario que la naturaleza “limpie” la Tierra una vez cada cierto tiempo, y si ya los Mayas lo había previsto desde hacía centurias, quién era el pobre hombre moderno para ir contra el destino natural de las cosas.

Pero ya sabemos lo que ocurrió aquel 21 de diciembre. Posterior al éxodo de centenares de musulmanes, transmitido en directo por CNN, y a algunos suicidios (uno de ellos, el de una pareja de británicos que se ahorraron el boleto para asistir al fin del mundo), aquel fue un día caluroso, tranquilo, con el cielo despejado y ningún atisbo de corte de luz. El día se pasó sin mayor novedad, el terremoto no llegó nunca (felizmente), no nos mató la ola de calor que vendría directamente desde el corazón del sol, y tampoco se abrió el cielo para dar paso a los cuatro jinetes que, trompeta en mano, irían en  busca de los que no presentaran “la señal en la frente” mientras caía sangre tibia desde el cielo como una inmensa lluvia roja. De  nada sirvió invertir un dinero en botellones de agua mineral, comprar pilas, la linterna, la radio de bolsillo, las 15 latas de atún y engordar la “mochila salvadora” que todos deberían tener bajo la cama para cuando nos pesque el terremoto que nos devolverá a las mismas arenas que menciona el poeta Antonio Cisneros en uno de sus poemas.

El 2013 se convirtió entonces en el primer año luego del “año del fin del mundo”, y quizá por eso mismo fue diferente e intenso para muchos. Anoche, mientras apuraba una Coca Cola observando lo geniales que son los fuegos artificiales, le pregunté a un amigo poeta el porqué de su silencio en el balcón, cuando todos bailaban en la sala. “Estoy envejeciendo”, me dijo, “pronto me harán un homenaje, y podría decir que he sobrevivido al fin del mundo, al alcohol, las mujeres, la derecha y al APRA ¿pero bastará esto para lograr que sobreviva mi poesía?”. No le respondí. Mi hija llegaba corriendo para que la cargara y ver los fuegos artificiales juntos. Pero aquella duda que lo mantuvo en silencio sus buenos minutos se me quedó en la cabeza todo el día, y ahora que ya todos duermen en casa intento reflexionar sobre los finales, sobre el fin de todo, sobre la muerte al fin, en cualquiera de sus formas, y caigo en la cuestión de que somos una sucesión de muertes, de las que, si somos realmente inteligentes, resucitamos fortalecidos por la experiencia, despertamos descansados y con nueva piel, y refundamos proyectos e ideas para que la vida sea eso mismo: ritmo, creación continua, riesgo y amor (en su más amplio sentido).

Tal vez a eso se refería el poeta, no estoy seguro todavía; finalmente ¿acaso la obra no es también un acto? Y de ser así ¿no es entonces el acto la oportunidad de cambiar las cosas? ¿de superar el escollo? ¿de superar la marca anterior? Un nuevo año es una nueva oportunidad para todo (y para todos, ya si nos ponemos medio místicos), un cuaderno en blanco para empezar a escribir, el momento previo al despegue que finalmente mata a la duda y al temor: el momento más oscuro antes del amanecer. Porque felizmente siempre termina por salir el sol.

 

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