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SE ACABÓ EL SHOW: Salazar Chuquimango. Una aclaración justiciera

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SE ACABÓ EL SHOW

Innumerables veces en las últimas semanas he leído y escuchado comentarios de lo más banales sobre un artista tan genuino y valioso como Hugo Salazar Chuquimango. Recientemente, ha sido entrevistado y fotografiado a discreción, ha aparecido en señal abierta e incluso en un programa de cocina. Gracias a ello, el mundo recordará, cuando mucho, a un pintoresco vigilante con un lindo hobbie. Su última individual duró cinco semanas y se expuso hasta finales de setiembre en el ICPNA. Sus quince minutos de fama terminaron. Se acabó el show. ¿Hay alguna duda sobre el futuro inmediato de este apóstol de la autodisciplina?

Hugo no busca reconocimiento. Como aquellos adultos convencidos de amar su oficio, empezó a crear instintivamente desde niño. En la adolescencia comprendió que pronto llegaría el día de pagar cuentas, financiar día a día la comida, la renta, los insumos para pintar, es decir, lo esencial. Sin sentir la presión de proyectar un estilo de vida exitoso, eligió la vigilancia nocturna por dos razones estupendas: 1) le gustaba el uniforme, y 2) un trabajo nocturno sin molduras burocráticas dejaba su ánimo intacto para asistir durante el día a la Escuela de Bellas Artes. Siendo el hombre que es —libre— dejó de matricularse cuando consideró que había adquirido todo lo que la Escuela podía ofrecerle: técnica, panorama y contacto con personas que compartían sus intereses.

Su obra no es arte complaciente, “bonito”. No es arte corporativo, y en muchos casos no es arte a la venta. Su trabajo de vigilancia no consiste en “arrullar a la ciudad” o “alejar el mal” (como alguien sugirió, en un cuentito donde los buenos luchan contra los malos). Es sólo un trabajo, un modo de pagar las cuentas. Respecto a su actitud, sus cuadros dejan en claro que no se trata de un artista del tipo soy-un-malditista-que-pinta-pezones, sino que encarna ideales que vienen directamente del estómago y del hartazgo vital, y de un corazón profundamente humano. Devorador de películas sobre zombies —quizá su único pecado— Hugo es un digno sobreviviente en un mundo sobrepoblado de periodistas carroñeros, y de gente que los sigue y se hace una idea del mundo en esa estrecha proporción. Hugo seguirá en lo suyo. Concentrado en sus visiones y emociones hasta hacerlas visibles para el resto, como el Demiurgo que sabe que es.

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