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Scott Fitzgerald, “un escritor no desperdicia nada”

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La literatura está ubicada en un espacio donde se entrecruzan la realidad y la fantasía, por ello algunas circunstancias de la vida parecen haber sido extraídas de una pesadilla o de una historia de terror. Los escritores lo saben, especialmente Scott Fitzgerald.

Hay un controversial episodio respecto a los últimos días de su vida. Con la apariencia descuidada, el semblante triste y el cuerpo alcoholizado ingresa a un teatro donde hay varios jóvenes ensayando una obra. Parece un fantasma caminando en dirección a la tarima. Ellos lo ven y lo ignoran, pensando que es otro pordiosero que ha entrado para huir del frío neoyorkino.  Al acercarse hacia una adolescente que está sentada en uno de los asientos de la primera fila, pregunta qué obra están ensayando, ella lo mira con indiferencia y responde: no recuerdo el nombre de la obra, pero es de un autor que ha muerto hace poco, su nombre era Scott Fitzgerald.

¿Qué es lo que origina el nacimiento de un escritor? Posiblemente nunca lo sepamos. Los mecanismos racionales y pasionales son un cruce de cables eléctricos que estremecen la voluntad de todo aquel que quiere serlo. Ricardo Piglia menciona que los escritores escriben para saber qué es la literatura. A ello podría añadirse que también lo hacen para conocerse a sí mismos y para intentar explicar el contexto que les ha tocado vivir. Por ello es muy interesante saber qué es lo que ellos piensan sobre su proceso de escritura.

El periodista y escritor Larry Phillips publicó bajo el título “Sobre la escritura” algunas citas y fragmentos (extraídos de revistas, artículos, cartas) que tenía Scott Fitzgerald respecto a la creación literaria. Notable trabajo que nos permite conocer el mundo creativo y trágico de uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX y a desentrañar las distintas facetas que tuvo en contextos difíciles.

En este texto iré colocando algunas citas que revelan el concepto y los mecanismos de su ficción.  Hay que tener en cuenta que todo ello parte desde una perspectiva más subjetiva y emocional que teórica. A diferencia de otros autores que explicaron el proceso de su ficción a partir de posturas estéticas más racionales y sistemáticas (pienso en Ezra Pound o en Piglia con sus clases magistrales). Pero creo que el valor de la publicación de Phillips radica en que las ideas de Fitzgerald motivan notablemente y acrecientan la voluntad de aquellos que quieren ser escritores.

El crítico norteamericano Malcolm Crowley escribió que Fitzgerald vivía en un cuarto plagado de relojes y calendarios. Posiblemente lo haya mencionado teniendo en cuenta los escándalos amorosos que este tenía con su esposa Zelda, su alcoholismo y el apuro de los editores en que presente obras con fechas límites, a sabiendas de la poca predisposición que tenía de escribir, pese a su enorme talento.

“La historia de mi vida es la historia de la pugna entre mi ferviente deseo de escribir y una serie de circunstancias que conspiraron para impedírmelo”.

¿Qué habría pasado con su escritura sin esa serie de circunstancias? La respuesta más fácil y complaciente sería decir que hubiese publicado muchas novelas de gran calidad; sin embargo, no lo creo así. Tengo la percepción de que esas circunstancias confusas y terribles son las que lo alimentaron como escritor. Sin esa vida tan al límite, problemática, seductora y angustiosa, la pasión por la escritura como elemento de fortaleza se hubiese desvanecido.

Justamente por esas circunstancias tuvo un pleito literario con Hemingway, quien siempre confió en su talento, pero no en la vida superficial y derrochadora que tenía. Luego del éxito que consiguiese con el “El gran Gatsby” en 1925, tuvieron que pasar nueve años para que vuelva a publicar otra novela: “Suave es la noche”. Ese tiempo de aridez creativa ocasionó el enfado del autor de “París es una fiesta”:

“Olvida tu tragedia personal … Debes estar herido como en el infierno antes de poder escribir en serio. Pero cuando tengas ese maldito dolor, úsalo, no hagas trampa con él. Sé tan fiel como un científico, pero no pienses que nada es importante porque te sucede a ti o a alguien que te pertenece”.

Además de estas palabras, Hemingway mencionó desdeñosamente que, si Scott hubiese ido a la guerra, seguramente habría muerto por cobarde. Escritores de temperamentos y narrativas distintas. El primero es un maestro en los textos cortos; el segundo, en las novelas (detestaba escribir relatos, pero la necesidad económica lo condicionaba a hacerlo). A pesar de toda la polémica que pudo surgir entre ellos, Hemingway nunca negó el talento que Fitzgerald tenía, culpando a Zelda por sus largos períodos de abstinencia creativa.

Scott y Zelda hicieron de su relación amorosa una mansión ornamentada, luminosa y fresca, pero que por dentro estaba llena gritos, de pasadizos oscuros, de habitaciones que crecían inconmensurablemente sin alterar la visión exterior de las personas. Esta imagen podría representar gran parte de su obra: la superficialidad de la vida como elemento de oposición hacia la tragedia personal ¿Qué habría pasado con su literatura sin la presencia de Zelda? ¿Cuántas novelas y cuentos hubiera escrito sin pensar en la personalidad de ella?

Fitzgerald fue de ese tipo de autores que buscaron educar y motivar al lector para la escritura (me pasa lo mismo cuando leo a Roberto Bolaño o las entrevistas a David Foster Wallace).

Una de sus definiciones más hermosas y certeras del proceso de escritura es la siguiente:

“Escribir es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración”.

Nunca he creído que la escritura es un placer, sino todo lo contrario, es una de las sensaciones más angustiosas que un ser humano puede llegar a experimentar. El vértigo de sentirse solo y perdido en un torrente de imágenes que pasan por tu mente. La escritura duele, no saber con qué frase iniciar o cómo encontrar el ritmo causa una terrible impotencia.  Romantizar la creación literaria es creer que solo hay placer. Nada más pedante y soberbio. Es como agregar gramos de superficialidad a un campo que ya de por sí lo es.

Resulta conmovedor la carta que escribe Scott a su hija Frances respecto al proceso de la escritura:

“Es un trabajo terriblemente solitario y, como sabes, nunca he querido que te dediques a él. No obstante, si te decides a escribir, me gustaría que lo hicieras conociendo bien esas cosas que tardé años en aprender”.

Todo escritor es un vampiro y un animal omnívoro. Se alimenta de todos y de todo (Rodrigo Fresán los compara con el monstruo de Frankenstein). Su genialidad consiste en saber narrar situaciones cotidianas y banales de forma extraordinaria, colocando un halo de tragedia griega a un episodio absurdo que sufre cualquier persona, desde el más brillante hasta el más miserable.

“Un escritor no desperdicia nada”. 

Con esta frase, Fitzgerald afirma que no hay un campo propio de la ficción y que además todo se puede ficcionalizar. Se dice que la literatura gira en torno a los mismos temas de siempre, pero para él había dos temas esenciales en su narrativa: la belleza y la valentía. Dos elementos indisolubles que representan la tragedia de las pasiones, del amor y de la tragedia.  Todos sus personajes parecen secundados por ello.

“Las dos historias básicas de la literatura son Cenicienta y Jack, el cazagigantes: el encanto de las mujeres y la valentía de los hombres”.

El encanto y la seducción de las mujeres destruyen la vitalidad y la fuerza de los hombres valerosos. Jay Gatsby, aquel joven humilde que participó en la Primera Guerra Mundial y que terminó convirtiéndose en millonario por estar relacionado a negocios turbios, organiza fiestas extravagantes con la esperanza de volver a hablar con Daysi Buchanan, la mujer que ama, pero que ya está comprometida. Queda la imagen de la mujer joven y hermosa como factor principal de la muerte. Esta va en dos sentidos: el simbólico (el personaje se reinventa y crea a sí mismo) y el físico (asesinado en su propia mansión).

En la narrativa de Fitzgerald encontramos un estilo fluido con rasgos poéticos y musicales. Característica muy distinta a la de Hemingway (Piglia lo llama “estilo telefónico” por sus frases breves y lacónicas) y a la de Faulkner (laberíntica y acorazada). Pero para Fitzgerald la poesía no es solo ritmo, musicalidad y belleza, sino que también posee una carga espiritual que ayuda a alcanzar una eterna juventud:

“La poesía es, en su mayor parte, el lamento del espíritu eternamente joven que perdura en el poeta, y lo único que distingue mis gemidos de los de Shelley, Stephen Crane y Verlaine es que están escritos en prosa”.

Francis Scott Fitzgerald, con su esposa, Zelda, en la Costa Azul en 1926.

El aspecto esquizofrénico que subyace en todo escritor es fantástico. Esa multiplicidad de seres que van apareciendo diariamente cuando se emprende el proyecto de escritura termina por permear la personalidad real. He leído confesiones donde algunos escritores mencionan que su obsesión por escribir conllevó a que cometiesen actos que en circunstancias lúcidas y normales no lo hubieran hecho jamás. Scott no es la excepción, por supuesto.

“Un escritor no es exactamente una persona. Cuando tiene talento, es muchas personas que ser esfuerzan por ser una sola”.

“El escritor se ve continuamente impulsado por su temperamento a cometer daños que no podrá reparar jamás”. 

Zelda y Frances lo sabían muy bien.

Una última cuestión, y quizás la más importante, es que todo escritor siempre es un gran lector, tanto de obras canónicas y universales como de obras mediocres y paupérrimas.  Leer de todo y en cualquier momento, todo aquel que quiere escribir buenas historias debe tener una lectura distinta a aquella que solo quiere pasar un momento agradable. Leer como escritor es desmenuzar la obra, hacer apuntes al margen de la página o en una libreta, encontrar el ritmo, no perder de vista los giros temporales, reflexionar sobre la personalidad del narrador, dar con los detalles que yacen ocultos, y que al final son los que marcan la diferencia entre una obra mayor y otra menor. Nabokov lo sabía muy bien (“acaricidad los detalles”).

Carta a Sally Pope Taylor:

“Espero que leas un montón, Sally; tienes una mente muy aguda y conviene que la alimentes con cualquier libro que caiga entre tus manos, ya sea bueno, malo o mediocre. Una persona inteligente sabe discriminar bien lo valioso de lo que no es”.

Carta su hija Frances:

“Haz el favor de no dejar los grandes libros a medio leer; de lo contrario no sacarás ningún provecho de ellos, los estropearás para ti (…) No te puedes permitir desperdiciar las obras maestras; ¡no hay muchas!”.

La incertidumbre al preguntarse si vale la pena seguir escribiendo debe ser uno de los grandes problemas de todo escritor. No dejar de hacerlo, pese a las restricciones que uno mismo se pone, da a entender que en el campo de la literatura se necesita cierto egocentrismo. La escritura es encierro y desprendimiento. Fitzgerald se daba fuerzas a sí mismo colocando en las paredes de su cuarto las ciento veintidós notas de las revistas que rechazaron sus cuentos.

En los últimos años de su vida se sentía un escritor fracasado. La pobreza y la enfermedad de Zelda lo iban cercando cada vez más. Mientras se hundía en la depresión, la figura de Hemingway, su antípoda, iba creciendo cada vez más como un monstruo que buscaba aplastarlo. El 21 de diciembre de 1940 murió de un ataque al corazón en compañía de su amante, Sheilah Graham. Por su parte, Zelda murió ocho años después mientras estaba encerrada en el cuarto de un centro psiquiátrico esperando la terapia del electroshock. Un gran incendio consumía todo a su alrededor.

Ambos yacen sepultados juntos en Rockville, Maryland.

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